Existe un modelo de musicoterapia creado por Mary Priestley que se describe como el uso simbólico de la música improvisada por el paciente y el musicoterapeuta, y es una herramienta creativa con la que se puede explorar la vida interna de la persona con el fin de proporcionar un mayor conocimiento de sí misma.
En el marco del noveno congreso mundial celebrado en el año 1999 en Washington (E.E.U.U), se reconoció internacionalmente como uno de los métodos de musicoterapia más utilizados en la práctica clínica en el norte y centro de Europa, junto con el método GIM de Helen Bonny, el método de Musicoterapia Conductista de Clifford Madesen y el de Musicoterapia Creativa de Nordoff-Robbins, de los que te hablé anteriormente.
Este enfoque nace en los años 70 en Gran Bretaña, y esa mirada interna que propone su autora da la posibilidad de abrir y compartir canales de comunicación verbal y no verbal con el terapeuta, otorga mayor libertad de expresión y autoestima y la persona puede experimentar un aumento de la energía vital.
El modelo de musicoterapia analítica se basa en la corriente psicológica de Freud, de Carl Jung y en la bioenergética de Lowen, que consiste en aprender a utilizar adecuadamente nuestras energías. A pesar de utilizar postulados psicoanalíticos, Priestley asegura que su método NO es una clase de música, ni tampoco es psicoanálisis, aunque existan similitudes. El paciente en musicoterapia no se tumba en un diván, al contrario: el musicoterapeuta invita a comunicar y compartir sus sentimientos, experiencias y pensamientos internos con el paciente, hay una viva reciprocidad y un intercambio de música y palabras.
En sus comienzos, la musicoterapia analítica fue ideada para trabajar con adultos, pero poco a poco también se investigó y se experimentó su uso con niños sin ninguna patología, en formato de juego.
Debido a que esta metodología requiere oído, pensamiento simbólico y cierto nivel o capacidad verbal (Bruscia, 1999), es importante aclarar que la utilización de la musicoterapia analítica no beneficia a las personas con sordera, con retraso mental, con autismo, psicosis, ni a pacientes que tienen alteraciones en la comprensión y trastornos del lenguaje verbal. Tampoco es aconsejable usarlo con aquella gente que no tiene acceso al pensamiento simbólico o presente alucinaciones.
Las sesiones de musicoterapia tienen cinco pasos a seguir: 1- hay un ritual de apertura donde uno toma contacto con su mente y con su cuerpo; 2- el debate inicial, en donde se habla del tema/problemática a tratar; 3- la improvisación musical, en donde el musicoterapeuta y la persona (a través de diferentes técnicas específicas) tocarán en relación a cómo suena esa problemática seleccionada en el paso anterior; 4- discusión de la improvisación: aquí se da la posibilidad de reflexionar sobre lo que ha sucedido musicalmente y expresar oralmente sus impresiones, y el musicoterapeuta guía en todo momento el proceso terapéutico; 5- el ritual de cierre, además de resumir el trabajo y construir un nexo para el siguiente encuentro, prepara adecuadamente a la persona para abandonar la sala, despedirse y volver a la vida diaria.
NOTA: Personalmente baso mis intervenciones musicoterapéuticas en esta metodología desde hace años, y aunque adapto varias de las propuestas de Priestley, puedo comprobar que sus beneficios son excelentes. La gente se conoce mejor a sí misma y aprende a tener una actitud más saludable ante las problemáticas que les aquejan.
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