La salmantina Ana Santero es psicóloga, y hace años dio un giro brutal a su vida. Se puso el mundo por montera y recorrió varios países de América Latina dedicándose a los niños más desfavorecidos y gestionando historias de vida tremendas desde su asombrosa capacidad de conexión emocional y espiritual.
Un día, en la ciudad hondureña de San Pedro Sula conoció a Elena, una bebé prematura que pesaba sólo un kilo y 200 gramos y que estaba condenada a morir, porque no había incubadoras. Su madre había fallecido al mes de nacer la niña, y Ana pidió permiso para cuidarla en su casa. Allí la mantuvo día y noche junto a su pecho para que sintiera su corazón y estableciera un vínculo afectivo. Elena, que tiene ya casi 12 años, inspiró a Ana Santero para abrir La Casa de los Ángeles de Honduras. Este proyecto nació de su empeño por ofrecer a los niños en situación de abandono y desatención, no un centro de acogida, sino un hogar, una familia. En estos momentos son diez los ángeles de la Casa, que no pasa por su mejor momento económico y necesita más que nunca de la solidaridad ciudadana. La impulsora de esta iniciativa nos acercó al día a día de este hogar en una entrevista que Salud a Diario realizó hace unos días en el espacio Capital Salamanca, de Radio Intereconomía.
Han pasado muchos años de aquella decisión. ¿Qué te movió a poner en marcha La Casa de los Ángeles?
Fue lo que llaman una llamada interior, un empujón de los que dices “sí o sí”, y para allá me fui.
Y conociste a Elena…
A Elena la conocí en una visita que hice a un hogar que se encarga de los niños; la vi tan pequeña… La abracé y entonces yo sentí que ya era mía. Era como si me mirase y me dijera: “Llévame contigo”. Al mes y medio fui a buscarla y estaba exactamente igual, pesaba un kilo y 200 gramos, como cuando nació, había salido de una neumonía, sufría desnutrición… estaba muy malita. Me la llevé a casa y, como el amor todo lo cura, ahí está, con casi 12 años, preciosa.
El proyecto no deja de crecer y la familia que has formado cada vez tiene más ángeles. Háblanos de ellos y de cómo están.
Tengo diez. La pequeña tiene seis meses e, igual que a Elena, fui a buscarla al hospital. Había sido prematura y había pesado un kilo y 200 gramos, curiosamente igual. Su hermana biológica va a hacer 2 años; Eduardo, que también es hermano biólogico, tiene 8… Van entre los 12 que va hacer Elena y los seis meses de la pequeña.
¿Qué perfil tienen estos niños?
A algunos me los han entregado las mamás y a otros me los entregaron el juzgado y el IHNFA (Instituto Hondureño de la Niñez y la Infancia). La madre de las dos pequeñas y de Eduardo murió en noviembre, y fue muy triste. Ella me los entregó por amor, porque no los podía cuidar; era una niña de la calle y, además, decía que me los daba a mí o no se los daba a nadie. Se nos fue el 27 de noviembre, y ellos tres se quedarán siempre conmigo, porque la abuela no quiere que otra persona los tenga. Conmigo tienen un hogar y un futuro.
Para mantener el proyecto cuentas con el apoyo de la asociación La Casa de los Ángeles de Honduras, que te respalda desde Salamanca. ¿Cuáles son vuestras necesidades actuales?
Este es el peor momento que estamos pasando, el peor de toda la historia de La Casa de los Ángeles; estamos esperando una ayuda del Gobierno de Honduras desde el mes de noviembre y todavía no nos la han dado. Ya nos han dicho que estaba todo, pero el dinero no acaba de llegar; hay lenguas que dicen que lo han robado, pero yo prefiero pensar que no, que no ha llegado por lo que sea. Y contamos con la ayuda de algunos socios de La Casa de los Ángeles; en Navidad hicimos también lotería, tocó el reintegro y mucha gente no lo ha cobrado, y es el dinero que nos llega. Desde aquí hacen todo lo que pueden.
¿En qué se emplea el dinero que os llega?
Todo es para la casa y para los niños. Por ejemplo, los niños tienen que ir a una escuela de monjas que cuesta un dinero, porque allí la educación es pésima y, además, hay mucha delincuencia. Honduras es el país más violento del mundo. Yo no puedo correr el riesgo de llevarles a una escuela pública; aparte de ser el país más violento, hay muchísimos abusos, y por ahí sí que no paso. Hacemos sacrificios para que vayan a la escuela de las monjas. Y ese es uno de los gastos que tenemos; otro es la comida, que es vital y necesaria. Lo más importante es la escuela y la alimentación. En cuanto al vestido, la mayoría llega de aquí, de amigos.
La realidad, entonces, es que a la espera de la ayuda del Gobierno hondureño ahora mismo necesitáis fondos para lo más básico…
Sobre todo para la escuela y la alimentación.
¿Cómo es un día cualquiera en La Casa de los Ángeles?
Nos levantamos a las seis de la mañana, empezamos con desayunos, duchas… y a las siete y media ya están en la escuela. Ocho van a la escuela; las más pequeñas no, pero son las primeras que se levantan. Van a la escuela en la misma aldea. El año pasado me tocaba llevarles muy lejos, hacer cuatro viajes, con un tráfico tremendo. Este año es más fácil en ese sentido. Voy a buscarles sobre la una y media, y luego es el almuerzo. Realizan las tareas y juegan un ratito o ven películas, porque la tele no se la dejo ver. Y a las ocho, a la cama todo el mundo.
Lo que ofreces a los niños no es un centro de acogida, sino un hogar ¿Qué pretendes transmitirles, qué tipo de valores?
Yo pretendo transmitirles el amor de una madre. Yo para ellos soy su madre y ellos para mí, mis hijos. Y transmitirles lo valores que me han inculcado a mí mis padres, como la honestidad, que allí brilla por su ausencia, la misericordia… todos los valores que nos han transmitido de pequeños.
¿Cómo viven los niños de Honduras que se encuentran en situaciones parecidas a los tuyos? ¿Qué hubiese sido de ellos si no llegas a acogerles en la Casa?
La mayoría de estos niños vivirían en la calle. Pienso en Eduardo y en mis pequeñas y me alegro de que estén conmigo. Su madre los amaba, y me los hubiese llevado desde el principio. Pero si no hubiese sido así, estarían en la calle, como están todos sus tíos; solo hay uno de los ocho que no están en la calle.
Continúas cultivando el contacto de los niños con sus familias de origen…
Sus raíces son algo que no se les puede negar; no les haría ningún bien, sino todo lo contrario. Con la mamá de uno de los pequeños hubo problemas, porque tiene algunos trastornos psiquiátricos, pero cuando ha ido mejorando se han visto. Los niños saben que tienen dos mamás y que son privilegiados, porque no todo el mundo las tiene. Por ejemplo, a Isis la voy a llevar a San Pedro a buscar al papá, porque está empeñada.
Llevas muchos años lejos de Salamanca y de tu familia de origen, y no han sido pocas las dificultades a las que en este tiempo te has enfrentado, a veces sola. ¿Qué te impulsa a seguir adelante?
Mis niños; son el motor de mi vida. Yo sin ellos no sería nada. La Casa es por ellos y para ellos.
¿Qué te han aportado los pequeños y qué has aprendido de ellos?
He aprendido lo valientes que son, lo fuertes y amorosos que son. He aprendido mucho con ellos, y sigo aprendiendo cada día.
Y comparando la infancia hondureña con la española, ¿qué dirías?
Llevo 16 años fuera y no sabría decirlo, pero se ven muchos contrastes. Allí dar con un cinturón a un niño, por ejemplo, es muy común, no es algo que vean mal y te dicen que así les educaron sus padres y les fue bien. Con esas cosas me quedo… Aquí a los niños no se les toca. Allí está prohibido, pero nadie hace nada, aunque vean que les pegan. Una de mis niñas tuvo que esperar tres meses para que la retiraran de su familia, a pesar de los abusos y maltratos que recibió. Tiene cicatrices por todo el cuerpo, no sabéis lo que sufrió.
Son diez niños. ¿Nos los describes?
Isis es una niña súper responsable, yo confío en que ella pueda seguir mis pasos, es la ideal. Luego está Esther, que es la bondad personificada; Lalita, a la que tengo pegada a mí día y noche. O las dos pequeñas, que me tienen loca. A Eduardo es un protestón, pero es bueno como él solo, y cuando protesta le canto la de “las amarguras no son amargas…”, se pone negro (risas). Me faltan Selvin, que está un poco rebelde ahora, y luego mi negro y mi gordo, que son tremendos; me tienen la casa destruida (risas). Y Elena, claro.
¿Cómo te las arreglas con diez niños de diferentes edades?
Tengo la ayuda de Iris y de Carol, que me echan una mano, y ahora está mi hermana allí, que está de mamá total.
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