Para mí el tiempo es como chicle, maleable, manejable, podemos estirarlo y contraerlo, no a nuestro antojo, pero sí bastante… no es absoluto. Depende de mí, de quienes tengo alrededor, del contexto, del estado de ánimo que tenga en el día, de la necesidad de entregar resultados… Depende de mil cosas. Siempre es dúctil.
Por supuesto que hay medidas estándar, convenciones, referencias, fechas de entrega y magnitudes de uso común, pero, finalmente, lo que hacemos con nuestro tiempo en el día a día es una decisión que, en gran medida, tomamos cada uno de nosotros en cada momento dentro de la libertad de tiempo que tengamos. Con ello quiero decir que decidimos, dentro de unos límites.
Creo también que todos vivimos y comprendemos el tiempo desde una serie de premisas, algunas colectivo-culturales y otras de carácter más individual o de grupo más reducido. Y así, mientras para unos hacer cosas con extrema dedicación y atención al detalle es absolutamente necesario, para otros eso mismo constituye una pérdida de tiempo y es posiblemente reprobado.
Soy de las que con frecuencia se queja de falta de tiempo. También a la que le dicen que lo pierde demasiado. Creo que ni tengo tan poco tiempo -no estaría mal que en algún momento entendiera el beneficio de mi queja- ni necesariamente lo estoy perdiendo, como consideran otros. Únicamente pienso que cada uno tenemos nuestro estilo de emplear y usar el tiempo, y también que lo utilizamos según nuestros criterios de valor (que evolucionan) y las estructuras, en numerosísimas ocasiones invisibles, en las que nos encontramos. Para profundizar sobre el tiempo y las estructuras, recomiendo el libro The Seventh Sense (El séptimo sentido).
Una frase del mismo ha capturado mi reflexión en los últimos días: “Aquellos en quienes cada instinto opera a un ritmo más lento que lo que el tiempo demanda eran entonces –y lo son hoy– una amenaza”. Imagino que me llamó la atención al resonar con mi necesidad de bajar el ritmo o, más bien, de dejar de dedicar tiempo precioso a tareas banales.
En un mundo que cada vez va más deprisa y en el que, a pesar de los avances tecnológicos, el tiempo se nos escapa como arena de las manos, donde a pesar de haber “reducido distancias” e introducido procesos eficientes hemos de hacer más y donde vamos de una cosa a otra casi sin darnos cuenta, me pregunto una y otra vez en qué debería yo (y deberíamos como sociedad) ocupar mi tiempo.
¿Qué significaría emplearlo sabiamente?. El tema me ocupa, como diría mi colega, Efa. Porque lo cierto es que tenemos sólo una vida, y porque no siento que emplearlo en el enorme elenco de “distracciones 24 * 7” que se nos ofrecen tenga gran sentido y nos ayude a vivir siendo conscientes de lo que vivimos.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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