El tirón de Carlos González ha vuelto a ponerse de manifiesto esta tarde en Salamanca. Invitado estelar en las jornadas La matrona en mi maternidad, organizadas por la Vocalía de Matronas del Colegio Profesional de Enfermería, el conocido pediatra, autor de obras como Bésame mucho y Mi niño no me come, ha llenado prácticamente el salón de actos. Y lo ha hecho con una conferencia a priori sorprendente, El niño en la literatura, en la que ha hablado de las hermanas Brontë, de Charles Dickens, de libros, de inspiración, y no de lactancia, ni de colecho, ni de crianza… Aunque en realidad, sí. Porque en su discurso, llano y directo, no tardó en vislumbrarse su verdadera intención. Su verdadera pasión.
¿Por qué El niño en la literatura?
En realidad es El niño en la literatura inglesa del siglo XIX, pero lo acortamos para no asustar, porque el título ya asustaba bastante sólo con lo de “literatura”. ¿Por qué? Porque pienso que no se podría maltratar a un niño si has leído a Dickens. Y porque pienso que muchos de los problemas que tienen los padres hoy en día, que a veces se encuentran muy perdidos y muy confusos, quizá son un poco consecuencia de que se lee poco. Menos, desde que ha habido ciertos cambios en los currículums escolares, que ya no veas qué nivelazo. Que antes no hubiera whatsapp o no hubiera aviones no quiere decir que no hubiera personas, y hay que darse cuenta de que la mayoría de las preocupaciones y conflictos que hoy en día nos planteamos se los plantea el hombre desde hace miles de años y muchos escritores han hallado muy buenas soluciones muchísimo antes de nacer nosotros.
¿Entonces se encuentran muchas respuestas en la literatura del XIX a pesar de que hayan pasado dos siglos?
Sí, porque es lo mismo. Como decía Miss Marple, “la naturaleza humana es la misma en todas partes”.
Defiende la individualidad de los niños, de los bebés, incluso, y eso choca con la difusión constante de patrones de comportamiento que parece que se tienen que repetir en todos los niños…
Yo lo que defiendo, sobre todo -porque luego me ponen muchas cosas que yo no he dicho- es, simplemente, que hay que tratar a los niños con cariño y con respeto, con el respeto que se merecen como personas. Yo digo: “Es que hay que tratarlo como si fuera una persona”. Y me contestan: “Pero es que es una persona”. Pues eso.
¿Qué hace que les despersonalicemos?
Bueno, muchas veces, sin darnos cuenta los padres decimos a los hijos cosas que no les diríamos a nadie más. “¡Pero estate quieto de una vez, que me tienes harto!”. Eso no se lo dices a nadie; ni a un compañero de trabajo, ni al dependiente de una tienda, ni a un cliente, ni a un superior, ni a un inferior, ni a la criada… A nadie. A un adulto, a lo mejor le dirías: “Oye, por favor, no dejes el café aquí, que se manchan”, pero a un niño se le dice (gritando): “¡Te he dicho veinte mil veces que no lo pongas ahí!”. ¿Por qué decimos esas cosas a nuestros propios hijos? Simplemente sería tratarlos con el mismo respeto con el que tratamos a los demás. Que quieres que recoja la habitación, pues le dices: “¿Por favor, puedes recoger la habitación?”.
¿Y si no nos hace caso?
Pues lo mismo que si no nos hace caso un adulto. Acabo de ver una mesa de despacho con un montón de papeles encima. No sé de quién serían, no he preguntado, pero los tenía todos descolocados, en un montón. Primero, ¿alguien le ha dicho “por favor, ordena esta mesa”? No. Y si se lo hubieran dicho, ¿la habría ordenado? Tampoco. ¿Y hubiera pasado algo? Nada.
Pero hay quien piensa que con este tipo de mensajes defiende una especie de educación anárquica que impide que los niños desarrollen el sentido de la responsabilidad…
No. Los niños tienen que tener las mismas responsabilidades que un adulto, lo que no pueden es tener más. Si está incluso en la Declaración Universal de los Derechos del Niño, que son los que primero tienen derecho a la asistencia, y a protección… Hoy mismo venía leyendo un periódico en la cafetería del AVE y hablaba del problema de los deberes. Los adultos trabajan ocho horas y cuando acaban, acaban. Los niños trabajan seis, pero cuando acaban todavía tienen deberes. Y para el sábado, y para el domingo… Y encima, gritos. ¿Cómo es posible que a los 8 años pasen revista en el cole, te controlen si vas o no vas y te riñan si hablas y en la Universidad pudes no ir, puedes hablar en clase, puedes hacer el tonto? En la Universidad nunca pasa nada, tienes derecho a cualquier cosa. Yo he estado en clase de Medicina con siete personas, y éramos unos 300 los matriculados…
Claro, pero insisto, ¿los niños no tienen que tener ciertos límites? Hay expertos que dicen, incluso, que para que sean felices hay que ponerles límites.
Perdona, pero eso es una tontería, por decirlo finamente (risas). A ver, los adultos tenemos límites, lo mismo que los niños, pero jamás pensaríamos que los límites nos hacen felices. Al contrario, los límites tienden más bien a hacernos desgraciados. Claro que tenemos límites. ¿A qué te gustaría ganar más de lo que ganas? ¿Y trabajar menos horas? ¿A que te gustaría tener un coche más grande, o ropa más nueva, o ir de vacaciones a un sitio más caro y a un hotel más bonito? Tenemos límites, pero no decimos: “Ay, qué feliz soy, que sólo gano 900 euros, ¡y me lo van a bajar!”. No. Los adultos nos esforzamos por superar nuestros límites; estudiamos, nos preparamos, hacemos unas oposiciones… ¿Para qué? Para superar nuestros límites. Y queremos lo mismo para nuestros hijos. ¿Qué límite le quieres poner a tu hijo? ¿Que no estudie más? ¿Que no recoja más la habitación?. Lo que pasa es que hay unos límites que son racionales y otros que no. ¿Puedes dejar que tu hijo beba lejía? No. Ahora, ¿puedes dejar que tu hijo coma un caramelo? De vez en cuando.
Hay que aplicar un poco la lógica, ¿no?
Claro. ¿Qué padre o qué madre hay que deje a su hijo beber lejía porque no sabe cómo ponerle límites? Todo el mundo sabe; ves a tu hijo poniéndose lejía en un vaso y que se la va a beber y le dices: “¡Deja eso, que eso no se puede beber!”. Y ya está, no pasa nada, todo el mundo sabe hacerlo. ¿Entonces cómo puede ser que se hable de este tema? Es decir, que haya padres que piensan que necesitan que alguien les explique en un libro Cómo poner límites a tus hijos. ¡Ya lo sabes hacer! Ves a tu hijo sacándole un ojo a otro y no le dejas; ves a tu hijo tirando macetas por el balcón a ver si le acierta a alguien y no le dejas; ves a tu hijo abriendo la llave del gas y no le dejas. Ya está, ya le sabes poner límites.
Y, sin embargo, los padres estamos ávidos de información pediátrica y de consejos sobre la educación infantil. ¿Por qué necesitamos que alguien nos diga lo que tenemos que hacer?
Porque no habéis leído a Dickens (risas). Los grandes escritores conocían mucho mejor la mente y el alma humanas que los malos psicólogos. ¿Para qué leer libros chorras cuando hay obras maestras en la literatura universal que encima son gratis y están en internet y que te explican mucho más sobre tus hijos? Bueno, lo que más te explica sobre tus hijos son tus hijos. Lo que habría que hacer es dedicar más tiempo a mirarlos, y se aprendería mucho. Pero si te quedan ratos libres y quieres aprender, ¿para qué vas a aprender de un libro de un señor que está en su casa escribiendo chorradas sobre cómo cree él que habría que educar a los niños?
¿Ni siquiera de los suyos?
Yo sólo he escrito mis libros porque había otros peores. Yo mis libros no me los leería (risas). A ver, me encontraba madres preocupadas porque todo el mundo les decía: “No cojas al niño en brazos, que se malcría; déjalo llorar, que es bueno para los pulmones…”. Se lo decía todo el mundo, y encima compraban un libro y también lo decía, y pensaban que era verdad. Y claro, no se lo podían creer, porque es una estupidez, pero se sentían mal. Es decir, las madres los seguían cogiendo en brazos, por supuesto -faltaría más, como si fueran tontas-, pero en vez de hacerlo felices y contentas, decían: “Ya sé que lo estoy haciendo mal, ya sé que lo estoy malcriando, pero es que claro, me da una pena…”. Y pensé: “Necesitan otro libro que diga lo contrario que los libros que ya han leído para que así puedan elegir.
Pero hay madres que de verdad están convencidas de que no se puede coger mucho a los niños porque se acostumbran, de que tienen que llorar, de que no se les puede dar todo lo que quieren…
Ya, claro. Pues si alguna se lo ha creído, peor todavía.
¿Es consciente de que existe una especie de guerra entre las corrientes que defienden la crianza con apego y las que abogan por el establecimiento de normas o técnicas para modificar ciertas conductas infantiles, como las relacionadas, por ejemplo, con el sueño o con la comida?
Pues no sé, porque en realidad no hay dos. Se empeñan en decirme que yo defiendo la crianza con apego o la crianza natural y no sé qué cosas, y no sé qué es eso, ni he usado esas palabras en mis libros, que yo recuerde. Para empezar, el hecho mismo de acuñar un término implica pensar que existen dos formas de criar a los hijos, o ponle tres o cuatro, y que miras a los padres y dices: “Éste hace A, éste hace B, éste hace C…”. No, existen miles de formas de criar a los niños, y hablas con un padre y no sabes lo que está haciendo, es que no lo puedes saber. Sí, este tío hablando aquí es muy majo, pero luego, a los hijos, ¿les pega o no?
¿Cree que se ha perdido instinto a la hora de criar a los hijos?
Yo creo que lo que hemos perdido, sobre todo, es contacto. Porque eso del instinto… El instinto es una palabra pobre, que está muy mal entendida, y eso pone muy tristes a las palabras. Hablas, por ejemplo, del instinto maternal y siempre hay alguien diciendo: “El instinto maternal no existe, eso son tonterías, a las mujeres les comen el coco y les infunden un rol social basado en el patriarcado, y bla, bla, bla… El instinto maternal no existe, porque hay mujeres que no tienen hijos y se sienten plenamente felices y realizadas…”. Bueno, también hay gente que no tiene sexo y se siente feliz y realizada. Instinto no es una cosa que todo el mundo hace, ni una cosa que todo el mundo tiene que hacer. Instinto es una cosa que la mayoría de los animales de una determinada especie -porque siempre hay excepciones- harán de forma similar si están en unas determinadas circunstancias. Pero si las circunstancias son otras, haces otra cosa. En la circunstancia en que una mujer tiene a su hijo con ella desde que el niño nace, suele hacer determinadas cosas, y esas son las circunstancias naturales. Es decir, en la cueva de Altamira no tenían al lado otra cueva pequeñita donde dejaban a los niños. En la cueva de Altamira, desde que nacía el niño, o lo tenías en brazos, o te quedabas sin niño, está clarísimo. Entonces, en esas circunstancias las mujeres tienden a hacer determinadas cosas con sus hijos, y a eso le puedes llamar el instinto maternal; ellas saben que al niño hay que consolarlo, limpiarlo, darle de comer… Y si alguna no lo sabía, como se le murió el niño, pues de esa no descendemos, claro. Pero ese instinto no necesariamente va a aparecer si sólo ves a tu hijo dos horas al día. El instinto se provoca con algo; por ejemplo, el instinto sexual se despierta cuando ves a una persona que te atrae.
Pero hoy en día las obligaciones están ahí, y, como suele decirse, a veces le restamos tiempo a lo importante para dedicarnos a lo urgente…
Eso lo decía Mafalda, ¿no? Hay que darse cuenta de cuáles son las prioridades. Por ejemplo, aquí nos creemos que es normal lo que está sucediendo en España, donde la mayoría de los niños va a la guardería antes de los seis meses. Vete al Norte y no es normal. En Alemania, en Suecia o en Dinamarca no está pasando eso… Somos uno de los países del mundo donde más niños van a la guardería más pronto. ¿Por qué no es normal en otros países? Porque han decidido que no lo sea.
¿Porque allí existen otras alternativas o apoyos?
Cuando yo nací tampoco era normal. Seguro que cuando yo nací había menos de las 16 semanas de baja maternal que hay ahora, pero yo no fui a la escuela hasta los 5 años. ¿Que sería maravilloso tener un Gobierno que te diera un año de permiso de maternidad pagado, como en los países nórdicos? Sí, sería maravilloso. Y en el Congo también deben estar pensando que sería maravilloso tener una Seguridad Social como en España, donde puedes ir al médico gratis. Ahora, si tú estás en el Congo y tu hijo tiene fiebre, no dices: “Uy, qué pena, como aquí no hay Seguridad Social no lo puedo llevar al médico”. Dices: “Uy, qué rabia, tendré que pagar el médico, pero intentas buscarte la vida para llevar a tu hijo al médico, porque tiene fiebre”. El problema es que aquí parece que en los últimos años hemos llegado a confundir lo que concede el Gobierno con lo que necesita mi hijo, y no es lo mismo. Los niños de aquí necesitan lo mismo que los de Suecia.
Hablamos de las madres. ¿Y los padres?
Alguien tiene que cuidar a los niños. En unos momentos los cuida uno y en otros momentos los cuida otro. Lo curioso es que en este país las únicas que parece que tienen obligación de cuidar a los niños son las abuelas. Es que a veces me quedo tan parado que me pregunto: “¿Soy yo el raro, o la gente está empezando a tener ya hasta caradura?”. Cuando le sugiero a la gente que los niños están mejor con sus padres, y que ir a la guardería con cuatro meses… El ideal sería a los 2 o 3 años, pero si no es posible, mejor a los seis meses que a los cuatro, y mejor a los ocho meses que a los seis… ¿Y un permiso sin sueldo qué te cuesta? ¿Mil euros al mes? ¿Cuántos meses puedes estar con tu hijo por el precio de un coche? ¿Cuántos coches te vas a comprar a lo largo de tu vida y cuántos hijos vas a tener a lo largo de tu vida? No es tanto el dinero. Me encuentro gente que me dice: “Es verdad, nos lo pensaremos”, y otra que contesta: “De ninguna manera, es absolutamente imposible”. ¿Y el niño? “Pues lo dejamos con la abuela”. ¿Y la abuela no tiene cosas que hacer? Me acabas de decir que tú no puedes estar tres meses sin ejercer tu profesión, porque así te realizas como persona… ¿Y la abuela no tiene nada que hacer? Porque una cosa son unas horitas y otra, cada día a las seis de la mañana. Te encuentras abuelas que se levantan cada día a las cinco de la mañana para ir a otro pueblo, a 20 kilómetros, y empezar a cuidar al niño a las seis. Es una cosa bárbara.
En unas jornadas sobre las matronas, ¿diría que está desaprovechado el potencial de estas profesionales?
Tengo entendido que hay zonas de España donde ya ni siquiera tienen matronas en Atención Primaria. Las matronas son importantes a muchos niveles. Hay estudios en Inglaterra en los que se ha encontrado que los partos atendidos por matronas tienen menos complicaciones que los atendidos por médicos. Alguien puede pensar que la mujer que tiene una complicación va al médico, claro. Pero son estudios bien hechos: cogen 1.000 mujeres con criterios para poder ser atendidas por la matrona, porque ninguna tiene ninguna complicación grave… 500 van con la matrona y 500, con el ginecólogo. Y han visto que las primeras tienen menos cesáreas y menos complicaciones. Se supone que la matrona es el profesional que está formado para atender partos normales o, más exactamente, para conseguir que el parto sea normal. Por lo menos en Inglaterra.
La comida y el sueño de los niños son, quizás, dos de los problemas que más preocupan a los padres en el día a día. ¿Hay alguna fórmula mágica para resolverlos?
Lo que hay que hacer es abandonar expectativas irrealizables. Primero, comprender que los niños comen muchísimo menos que los adultos, porque son más pequeños. Es que la gente no entiende una cosa tan básica. Me dicen: “Es que este niño -un chiquillo de ocho kilos- sólo se come la cuarta parte de un plátano”. Y me levanto (señala su estatura) y digo: “Señora, yo sólo me como un plátano, ¿qué se va a comer este pobre crío?”. Y a eso, desgraciadamente, hemos contribuido muchísimo los pediatras. Se recomiendan unas cantidades de comida que son, sencillamente, ridículas, no es posible que un niño coma tanto. Hay que comprender que los niños comen mucho menos que los adultos, aunque proporcionalmente a su tamaño, en realidad comen más. Las madres que me dicen que su hijo no come nada no comen el doble que el niño. Cada vez que el niño se come un yogur, la madre no se come dos yogures; cada vez que el niño se come medio plátano, la madre no se come el plátano entero; cada vez que el niño se come un platito de macarrones, la madre no se come dos… Cuando, en proporción, por su peso tendría que comer seis veces más, pero es que no come ni el doble, y todavía está convencida de que el niño no come.
¿Y el sueño?
Pues es otra de las cosas en las que la gente tiene expectativas irrealizables. Piensa que los niños duermen. Desde los cuatro meses hasta los 3 años o por ahí se despiertan cada hora y media. Eso es lo que hacen los niños. Y claro, aquello que sale en las películas de que dejan al niño en la cuna, le dan un besito, le dicen adiós, se van y cierran la puerta, es una película.
¿Pero no aspira a eso todo el mundo?
Pero eso es película, hay que entenderlo (risas). ¿Sabes esas películas en las que al final pone: “Aviso importante: en esta película no se ha dañado ningún animal”? Pues en esto habría que poner: “En esta película no ha dormido ningún niño”. El niño que sale en la película no es el hijo de la actriz; la verdadera madre está al lado de la cuna, fuera de cámara. Y la actriz, a la que el niño no conoce de nada, le dice adiós y se va, claro. Y el niño se queda con su madre.
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