¿Saben qué es el escorbuto? Merece la pena recordarlo. Se trata de una enfermedad hoy prácticamente desparecida que producía en épocas pasadas gran mortandad entre los marineros embarcados durante mucho tiempo en travesías oceánicas; también era frecuente en épocas de guerra en las ciudades asediadas y, especialmente, en invierno y en las ciudades del norte de Europa.
Producía la gangrena de las encías, que luego se extendía en forma de pústulas por el resto del cuerpo, ocasionando la caída de los dientes y la muerte en muchas ocasiones. Aunque desde la Edad Media era conocido que el escorbuto se prevenía y curaba con naranjas, limones y otros vegetales y hay relatos históricos posteriores de control de epidemias con alimentos frescos e incluso con remedios populares. como infusiones de agujas de pino, transcurrieron varios siglos de discusiones de los médicos y la ciencia oficial sobre las causas de tal enfermedad.
Creían que era producida por la sangre corrompida, los vientos del mar, la madera verde de las naves… o las enfermedades venéreas de los marineros. Se utilizó el mercurio como tratamiento y otros remedios igual de ineficaces, como sal, álcalis, ácidos, aceites, rábanos, mostaza, sidra, etc.
A mediados del siglo XVIII, un cirujano militar británico hizo un estudio con seis grupos-control y demostró la utilidad de los cítricos. Cuatro años después, La Armada introdujo la obligación de administrar tres cucharadas de zumo de lima diarios a todos los marineros embarcados. Finalmente, a principios del siglo XX, se sintetizaron los oligoelementos, factores vitales de los alimentos, los llamados micronutrientes, como son las vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos esenciales, minerales, enzimas y coenzimas, y también la molécula responsable de las propiedades antiescorbúticas de los cítricos: el ácido ascórbico o vitamina C.
Sirva esta larga introducción histórica para un doble propósito. El escorbuto es un ejemplo de la importancia de la alimentación diaria con frutas y verduras frescas, que deben formar parte de nuestros hábitos de autocuidado; además, parece demostrado y aceptado por la OMS y las sociedades científicas que una alimentación natural y equilibrada, junto con la actividad física adecuada a la edad y un estilo de vida saludable, son la mejor forma de prevenir las modernas epidemias de las sociedades desarrolladas, como son las enfermedades degenerativas cardiovasculares, tumorales, articulares y mentales.
Por otro lado, llama la atención el despiste secular y las reticencias de la ciencia oficial pensando que el origen de las enfermedades era sólo debido a agresiones externas, despreciando las carencias alimentarias como causa, a pesar del consuetudinario popular y del éxito de los complementos vegetales frescos en su prevención y cura. Más recientemente recordamos el caso de las ricas sardinas, denostadas por la ciencia oficial hasta hace bien poco por su alto contenido en colesterol… ¡bueno! Y ahora santificadas.
Viene a mi recuerdo un sabio comentario de mi ilustre y admirado profesor Sisinio de Castro en algún acto gastronómico complementario de confraternización. Hablando del embutido decía: “Algún día se demostrará la excelencia del cerdo para la salud, ¡algo tan bueno no puede ser malo!”.
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