En 2010, la Asamblea Mundial de la Salud, máximo órgano de decisión de la OMS, designó el 28 de julio como el Día Mundial contra la Hepatitis. Los líderes políticos comprendieron la verdadera dimensión e impacto que supone la hepatitis sobre la salud pública y la urgencia de diseñar estrategias globales para frenar nuevos contagios.
A pesar del compromiso político alcanzado en la OMS, muchos países carecen de estrategias que les permitan combatir la hepatitis (punto 3.3 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible aprobada en 2015), y difícilmente podrán alcanzar dos objetivos fijados para 2030: “someter a las pruebas de detección al 90% y tratar al 80% de las personas infectadas por el VHB o el VHC” (Estrategia Mundial del Sector de la Salud contra las Hepatitis, 2016).
El 28 de julio tiene como objetivo visibilizar y concienciar a la población sobre esta enfermedad y reclamar a los gobiernos que ofrezcan respuestas de salud pública coherentes, eficaces y coordinadas y la promoción de enfoques para la prestación de servicios que aseguren la calidad y la equidad. En este camino se hace imprescindible incidir sobre la necesidad de apoyar programas de prevención, favorecer el acceso a la atención médica y garantizar el acceso a tratamientos seguros y eficaces para todas las personas enfermas.
Las hepatitis virales son responsables de la muerte anual de más de 1,34 millones de personas por infección aguda, cirrosis asociada a los virus y por cáncer hepático. La OMS estima que cerca de 325 millones de personas han cronificado los virus de la hepatitis B (VHB) o de la hepatitis C (VHC). En 2015, el número de nuevas infecciones de hepatitis C ascendió a 1,75 millones de personas, mientras que descendían los contagios de la hepatitis B gracias a la extensión de la cobertura de vacunación infantil.
A pesar de estos datos, menos del 5% de las personas con hepatitis crónica conocen que están infectadas, lo que ocasiona que se produzcan detecciones tardías, y menos del 1% tiene acceso a las pruebas de detección y a los tratamientos que podrían salvarles la vida (informe mundial de la OMS sobre las hepatitis 2017, WHO Global hepatitis report).
La hepatitis es una inflamación de hígado que puede curarse espontáneamente en su fase aguda o evolucionar, en su fase crónica, hacia fibrosis, cirrosis y hepatocarcinoma. Las causas más frecuentes de contraer la hepatitis se deben a cinco virus (A, B, C, D, E) muy diferentes y de potencial propagación epidémica. La hepatitis también puede ser ocasionada por enfermedades de tipo autoinmune, lesiones debidas a la interrupción de la irrigación sanguínea normal del hígado, infecciones tóxicas (causada por la presencia en el hígado de drogas, medicamentos, toxinas), trastornos de tipo hereditario (enfermedad de Wilson, fibrosis quística), etc.
En el caso de las hepatitis víricas, se distinguen distintos modos de transmisión, afectan a poblaciones diferentes y arrojan desiguales resultados sanitarios. A pesar de sus diferencias, es imprescindible realizar estrategias comunes para los cinco virus y promover intervenciones sanitarias dirigidas, de forma específica, a cada virus.
Las hepatitis víricas A y E son infecciones transmitidas por la ingesta de alimentos y aguas contaminadas. La prevención se realiza mediante la mejora de las condiciones sanitarias, la seguridad de los alimentos y la vacunación. La infección suele ser leve y los pacientes se recuperan por completo, adquiriendo inmunidad frente a estos virus.
La hepatitis B se transmite por la exposición a sangre, semen y otros líquidos corporales infectados. Cuenta con un tratamiento eficaz para los enfermos que han cronificado la enfermedad, pero aún no tiene curación. Profilaxis: la inmunización es la estrategia más eficaz para prevenir la infección, existe una vacuna segura y eficaz.
La hepatitis C se transmite por contacto directo con sangre contaminada. Las estrategias de prevención deberían incluir la garantía de seguridad de los productos sanguíneos, prácticas de inyección seguras, servicios de reducción de daños para las personas que se inyectan drogas y fomento de las relaciones sexuales sin riesgo. Profilaxis: no existe vacuna frente a la hepatitis C, pero contamos con tratamientos eficaces cuya tasa de efectividad supera el 97%, aunque el acceso a estos medicamentos está limitado por su alto precio.
La infección por el virus de la hepatitis D sólo ocurre en personas infectadas con virus de la hepatitis B. La coinfección con ambos virus suele cursar de forma más grave. Profilaxis: la vacuna contra la hepatitis B protege frente a esta infección.
En la actualidad existen nuevas oportunidades que permiten prevenir, detectar, diagnosticar y curar. El compromiso político puede propiciar la adopción de medidas sin precedentes para interrumpir la cadena de transmisión de las hepatitis víricas:
1. Elaboración de planes nacionales para el abordaje de las hepatitis víricas dentro de los sistemas nacionales de salud que incluyan políticas y directrices sanitarias viables para erradicar las hepatitis víricas. Las medidas deben garantizar la protección de los derechos humanos, el derecho a la salud y la eliminación de la estigmatización, criminalización y discriminación de las personas enfermas y/o curadas.
2. Prevenir la transmisión de los virus. En los entornos de salud se debe garantizar el uso de vacunas para las hepatitis A y B y exigir que los fabricantes aseguren el suministro de vacunas, promover medidas de seguridad en los procedimientos quirúrgicos y en los productos sanguíneos, ante el riesgo de transmisión de las hepatitis B y C. Se debe mejorar el control de las infecciones desde Atención Primaria, prevenir la transmisión de las hepatitis de madre a hijo, prestar servicios de reducción de daños para los consumidores de drogas inyectables y fomentar las prácticas sexuales seguras.
3. Acceso universal a vacunas, medicamentos, pruebas y medios de diagnóstico. La OMS estima que, a nivel mundial, “menos del 1% de las personas con infección crónica por el virus de la hepatitis reciben tratamiento”. Garantizar el acceso universal y sostenible a un sistema sanitario público de calidad y solidario que garantice la equidad en la atención sanitaria y el acceso a los nuevos tratamientos para todas las personas que padezcan estas enfermedades.
4. Garantizar el diagnóstico precoz y la atención temprana de la enfermedad. El personal sanitario debe estar bien formado para detectar precozmente la hepatitis. La Atención Primaria es la puerta de entrada en el sistema sanitario y la llave para detectar y poder dirigir al paciente hacia Atención Especializada, donde será diagnosticado, evaluado y tratado.
5. Seguimiento y ayuda de los pacientes crónicos. Los nuevos antivirales de acción directa son muy eficaces y están ayudando a reducir drásticamente la morbilidad y la mortalidad. En el caso de la hepatitis B los tratamientos, aunque son de por vida, ayudan a los enfermos a mejorar su calidad de vida.
6. Campañas de sensibilización para garantizar el acceso de toda la población a los servicios de salud e implicar a colectivos cuyas conductas se han podido criminalizar (colectivos marginales, trabajadores sexuales, consumidores de drogas inyectables, hombres que tienen relaciones homosexuales, etc.).
PREVENIR – DETECTAR – DIAGNOSTICAR – TRATAR
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