“El cáncer es aburrido”, decía el Dr. House al acabar la serie de televisión.
El aburrimiento es una mala costumbre del cáncer. No la única, tiene muchas más. Casi todas peores que el aburrimiento.
El cáncer asusta, aturde, trastorna, paraliza, hiere, a veces mata… muchas veces. Los depredadores son animales de costumbres. Sus peores costumbres son las que, como sociedad, le ayudamos a crear, como el empobrecimiento al que aboca a muchos pacientes y expacientes con secuelas o la sutil indiferencia que nos lleva a pensar que, diagnosticado a tiempo, se cura sin mayores consecuencias.
El relato de quienes se dedican a profetizar sobre el futuro del cáncer resalta que nuestras mejores posibilidades en un mañana aún lejano son convertir el cáncer en una enfermedad crónica, convivir con él, que nos acompañe de por vida.
Un viejo dicho popular dice que una visita, como la pesca, a los tres días apesta. Con todo, a veces recibimos visitas que nos alegran, no como el cáncer. Así que imaginar una visita indeseable que se queda de por vida no es que apeste, es que es una peste, y una peste es una plaga: mala costumbre. (Las plagas convierten la muerte en costumbre).
La supervivencia es otra mala costumbre disfrazada de bondades. Que sobrevivir es mejor que morir es el pensamiento acostumbrado, porque es lo que espera quien atraviesa una grave fatalidad, que da prestigio si superarla puede contarse recurriendo a la épica.
Afrontar una plaga implacable que no cesa lleva a la mala costumbre del conformismo. No pocas veces la supervivencia se degrada, transformándose en subsistencia, ya que la supervivencia es el resultado de un conflicto que cada agredido ha de afrontar con distintos recursos.
El superviviente se ve empujado a una contradicción: mirar al futuro con el anhelo de recuperar una salud perdida que fue buena antes del conflicto. Sin esa salud, sin el cáncer que la rompió, no hay supervivencia. ¿Qué puede tener de bueno haber pasado de tener salud a subsistir? Saber que la vida fue mejor, que vivir es la alternativa, no sobrevivir. La lucha por la supervivencia puede llegar lejos en el tiempo; lo que lleva a un espejismo: mientras luchas, estás viva.
Este espejismo, además, puede ser una contradicción, una de tantas: luchar por la subsistencia no es vivir. Si el sistema abandona a los miembros más vulnerables (enfermos) de la sociedad y los obliga a pelear por la subsistencia, los vulnera aún más. Es un círculo vicioso que convierte la salud de quien subsiste en carne de deterioro.
De un escenario de subsistencia se sale con un golpe de suerte o con un cambio de escenario, pero nunca quedándote en él. Se hace necesario un cambio de enfoque: para evitar la derrota, dejas de luchar por la subsistencia y pasas a luchar por el cambio de escenario. No hay otro modo que cambiar el marco legal y evitar la arbitrariedad en la toma de decisiones que empeoran la salud de los enfermos y los lleva, en ocasiones, a la muerte.
Sin embargo, no es una lucha, no es una pelea para el sistema ni para quienes gobiernan. Si lo fuera, los enfermos sin recursos seríamos derrotados por aplastamiento completo e instantáneo. Es más como un juego; cruel, pero un juego. Como el gato que voltea al ratón al que acaba de malherir, dejándolo moribundo mientras decide qué hará con él, cuándo se lo zampará. Es, además, un juego en el que al superviviente se le obliga a apostar. Y ya se sabe: quien pierde, paga.
Lo peor es que el sistema no existiría sin sociedad y todos somos, involuntariamente o no, el gato.
O le echamos una mano al ratón, propiciando el cambio de escenario que impida al gato campar a sus anchas, o nos limitamos a ver cómo desaparece para que otro ratón ocupe su puesto. Quién sabe; tal vez un día te lleves la sorpresa de verte convertido en un roedor; a veces simpático e incluso ágil y esquivo, aunque siempre condenado.
Sobrevivir no es saludable. Sobrevivir en la pobreza, menos. Quienes luchamos desde distintos frentes contra el cáncer y sus nefastas consecuencias médicas y sociolaborales no nos resignamos. No nos acostumbramos a este estado de cosas, sin importar que en la última campaña electoral no se hiciese mención a cuanto demandamos pacientes, familiares y activistas.
“Cuando el cáncer se vuelva peor…”, dice Wilson, oncólogo aquejado de un grave cáncer, mejor y único amigo del Dr. House en la serie de televisión que este último protagoniza. “El cáncer es aburrido”, le contesta House, cerrando así esta serie que pasará a la historia de la televisión.
Ojalá fuera el aburrimiento la única mala costumbre del cáncer.
Sería más fácil olvidarlo.
* Luismi Garabal es docente y Beatriz Figueroa, abogada activista por los derechos socioeconómicos y laborales de los enfermos de cáncer
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