Todos nos hemos encontrado mal alguna vez, hemos sufrido cefaleas, dolor de espalda o irritación de la piel. Esto es humano y normal, ya que el dolor es adaptativo y cumple una función: indicarnos que algo no marcha bien. El problema surge cuando se alarga en el tiempo, generando sufrimiento.
Cuando esto sucede, y siempre tras descartar cualquier patología, es posible que estemos sufriendo un dolor físico asociado a un estado emocional alterado.
Seguramente nos resultará familiar la sensación de tensión muscular tras un enfado, o el dolor de cabeza durante una época de estrés. De la misma manera que las enfermedades físicas influyen en nuestro estado de ánimo, los problemas psicológicos pueden agravar síntomas físicos como, por ejemplo, cefaleas, cervicalgia, problemas dermatológicos, etc.
Habitualmente, cuando un problema nos supera, no sabemos cómo hacer frente a una situación o llevamos un ritmo de vida demasiado acelerado, nuestro cuerpo se resiente. Varios estudios han mostrado que el estrés y los problemas emocionales influyen negativamente en el dolor crónico; por tanto, es esencial prestar atención a nuestra salud emocional.
Es importante que tratemos de conectar con nuestro cuerpo y no ignorar sus señales. Cuando notemos que estamos tensos o doloridos, si observamos nuestro entorno y nuestro estado de ánimo, podremos darnos cuenta de qué factores están influyendo. De esta manera, comenzamos a ser conscientes de las situaciones que son excesivamente perjudiciales para nosotros y cómo evitarlas. Las técnicas de relajación y respiración ayudan a crear un entorno adecuado para llevar a cabo este ejercicio; además, ayudan a rebajar la tensión muscular.
Por otra parte, cuando aparece el dolor físico, hay otro aspecto crucial: la manera en que afrontamos la situación. Generalmente pensamos: “Si me duele algo, no puedo evitar que esto suceda”. Ciertamente, es posible que no seamos capaces de impedir que se presente el dolor. Pero con práctica se puede controlar la forma en que lo vivimos, es decir, cómo lo afrontamos.
Imaginemos que, frente a un malestar, pensamos: “No saldré de esta”. El mensaje que nos estamos transmitiendo a nosotros mismos nos aleja de una posible solución, puesto que ya damos por hecho que el sufrimiento es inevitable. Ahora imaginemos que nuestro pensamiento fuese: “Ya me he enfrentado a esto antes y puedo superarlo”. Entonces tomamos el control de la situación y nos sentimos más serenos y relajados, ayudando a mitigar el dolor.
¿Cuándo es oportuno solicitar asistencia psicológica? Cuando el dolor físico o emocional nos invade la mayor parte del tiempo, impidiéndonos disfrutar del día a día como nos merecemos o haciéndonos sufrir.
*Raquel Jiménez es psicóloga en Barcelona y Girona y experta en Medicina Psicosomática. Puedes contactar con ella a través del portal Siquia.
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