“Una de cada dos personas que nacen hoy en España tendrá cáncer a lo largo de su vida”. A pesar de la disminución de las tasas de mortalidad, el titular dado a conocer con motivo del Día Mundial contra el Cáncer es demoledor, aunque sólo sea por una cuestión puramente egoísta.
Puede ser que el miedo a contraer o enfrentarnos a esta enfermedad sea el causante de nuestra indiferencia, porque más allá de lucir lacitos solidarios de colores en la solapa, de derramar una lagrimilla cuando vemos a niños calvitos o de soltar unos eurillos en las huchas los días de cuestación, nuestra implicación como sociedad en favorecer la investigación que permita plantarle cara al cáncer es insignificante, por no decir nula.
Hace meses que Eugenio Santos dio la voz de alarma sobre la precaria situación que atraviesa el Centro de Investigación del Cáncer que él mismo dirige en Salamanca. Su denuncia prácticamente ha pasado desapercibida, y eso que se trata de una eminencia científica que decidió abandonar Estados Unidos, creo yo que de una forma bastante ingenua, siguiendo los cantos de sirena de los poderes públicos españoles que ahora le dan la espalda y que le prometieron liderar un referente mundial en investigación en esta pequeñita capital de provincias.
Y 15 años después de los apretones de manos y de las fotos en los periódicos, el dinero que prometieron la Junta de Castilla y León y la Universidad nunca llegó, y Santos, como la mayoría de sus colegas de profesión, en vez de invertir el cien por cien de su tiempo y esfuerzo en hacer lo que saben y para lo que se han formado, desperdicia su sabiduría e ingenio en gestiones para tratar de obtener fondos para continuar con sus proyectos.
Porque no crean que las subvenciones que reciben son para pagarse sueldos millonarios. Con esos dineros se paga todo, desde las nóminas low cost de los investigadores hasta los rollos de papel higiénico de los cuartos de baño. ¿Se imaginan a un político costeándose de su bolsillo el Iphone 6 Plus, el Ipad o los neumáticos y el cambio de aceite del coche oficial, todos ellos imprescindibles para el desempeño de sus funciones? ¿Se imaginan a un alcalde o presidente de comunidad autónoma detrayendo de sus emolumentos los sellos de las cartas que envían desde su institución o los gastos de representación en nombre de su territorio? Pues en el Centro de Investigación del Cáncer no sólo lo hacen así, sino que hasta bordan encajes de bolillos para ver si este mes pueden usar más o menos nitrógeno en sus experimentos.
Ya se han perdido tres equipos de investigación y han tenido que prescindir de 50 investigadores. Eso, sólo en este centro, imaginen las cifras del sector a nivel nacional. Pero a nadie parece preocupar ni importar. Los políticos duermen a pierna suelta, conscientes de que por este motivo no van a perder ni ganar un solo voto. Saben que la sociedad percibe la investigación como un lujo innecesario, como un capricho improductivo.
Y así es, hasta el día en que entramos en una consulta, nos dan un diagnóstico y nos dicen que, de momento, los tratamientos y posibilidades de cura son limitados; pero que no perdamos la esperanza, porque de aquí a 40 ó 60 años algún investigador o el trabajo de muchos de ellos habrá encontrado una solución a nuestro problema. Resignación, amigos. Los recursos para la Ciencia son limitados y escasos porque son gastos prescindibles. Quién quiere salud y bienestar pudiendo disfrutar de modernos aeropuertos sin pasajeros ni aviones o polideportivos públicos con spa gestionados por empresas privadas.
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