Continuando con términos marineros, se dice que nunca hay viento favorable para quien desconoce su destino. No es el caso en las gentes que defendemos el principio de Sanidad pública como una de la bases sobre las que debe asentarse una sociedad moderna, solidaria y democrática. Pero, ciertamente, la pandemia de covid, la gran plaga del siglo XXI, ha venido a provocar una desestructuración de nuestra cómoda sociedad del bienestar.
La calamidad se ha cebado en la salud de las personas, en la riqueza de las sociedades, pero también –y en absoluto es de menor transcendencia– en lo cultural y en lo anímico.
En nuestro país, nos ha perturbado la percepción que teníamos de nuestro SNS como “uno de los mejores del mundo”. Frase grandilocuente, debíamos haber sospechado que ocultaba sombras.
Bueno, se sospechaba. Sabíamos que el SNS, tras más de 40 años desde su alumbramiento, precisaba reformas de calado.
La situación de emergencia, de catástrofe, originada por la pandemia no solo ha puesto de manifiesto las debilidades del sistema, sino que ha incrementado alguno de sus puntos débiles.
La situación no ha pasado, ni mucho menos, y no es aún el momento de plantearse análisis y las reformas subsiguientes, pero creo, modestamente, que debe ir creándose el caldo de cultivo intelectual para hacer frente a las reformas, ahora ya inaplazables.
Al desbordamiento del sistema de salud, tanto hospitalario como de atención primaria, se unen cuestiones extremadamente preocupantes, como el notable incremento del aseguramiento privado ante la falta de respuesta a problemas de salud diferentes a la covid o la quiebra de las elevadas expectativas que el conjunto de la población tenía sobre el sistema sanitario. Habrá que estar atentos a las próximas encuestas de satisfacción.
Si queremos obtener resultados de éxito en las propuestas que realicemos sobre la reorientación del sistema sanitario público, la primera premisa es realizar un análisis severo, riguroso, desapasionado, huyendo de clichés o simplificando lo que ha sido una situación tremendamente compleja.
Posiblemente esta será una de las labores más difíciles, desentrañar con éxito las causas de la situación a la que llegamos. Algunos elementos parecen evidentes desde un punto de vista técnico: la flexibilidad, la rápida capacidad de adaptación a circunstancias nuevas, la uniformidad de acción, la primacía de lo técnico-científico sobre lo político, la profesionalización de la gestión, las deficiencias en la dotación de profesionales y su sobrecarga de trabajo o la actitud inadecuada de parte de la población. Pero, posiblemente, ninguno de ellos explique por sí solo lo ocurrido.
Y junto a esto se encuentra el reto más arduo: redefinir el papel, la organización y fines de la atención hospitalaria y –posiblemente en mayor medida– de la atención primaria.
La redefinición del SNS deberá cumplir varios requisitos extremadamente exigentes, y hacerlo con acierto: reorientar el sistema para el cumplimiento de sus fines asistenciales y preventivos en los próximos 20 años, hacerlo en un marco de eficiencia clínico-financiera, mejorar la satisfacción de los profesionales y, especialmente, devolver o reforzar la confianza de la sociedad en el sistema de salud.
Aunque esto será tarea de múltiples entidades, niveles y organizaciones, la ADSP estará en condiciones privilegiadas para ofrecer sus propuestas
No podemos olvidar que la finalidad del SNS es atender las necesidades de salud de los ciudadanos, y que será la legitimidad que estos le otorguen y su satisfacción la que garantice su pervivencia en términos de una asistencia eminentemente pública. La sociedad es el juez.
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