Se han cumplido algo más de dos años de la puesta en marcha de la receta electrónica en la provincia de Salamanca y 12 meses en los centros de salud de la capital. ¡Ese momento tan esperado ya llegaba también a nuestra tierra! Todos, pacientes, farmacéuticos y sanitarios estábamos deseosos de poder disponer de ella, porque lo que conocíamos de otras comunidades, en las que hacía años que había sido implantada, era satisfacción generalizada.
Las expectativas creadas eran muchas e importantes. Con ella podríamos mejorar el control de la medicación crónica y, sobre todo, se nos abría la gran oportunidad de disminuir las tareas burocráticas y así evitar visitas innecesarias, lo que, sin duda, redundaría en una mejora asistencial y un aumento del tiempo de atención al paciente.
Así, en cuanto tuvimos la oportunidad de utilizarla, nos apresuramos a ello y en los primeros meses pusimos empeño en emitirla a la mayoría de las personas que acudían a nuestras consultas, que se marchaban contentas de haber obtenido la tan preciada receta electrónica.
Sin embargo, ya hemos tenido tiempo para ver que las cosas no eran tan buenas como esperábamos. Nuestras consultas se llenan todos los días de pacientes que han acudido a retirar su medicación a la farmacia y no pueden hacerlo porque la receta ha caducado, se ha cerrado el medicamento necesario o surgen otros problemas para los que no hay explicación: “Vengo porque en la farmacia me han dicho que me tiene que activar la receta”. Parece que la receta tenga vida propia y se desactive sin explicación. No es infrecuente que el paciente solicite la vuelta al sistema de receta tradicional y se vaya sin que su deseo sea cumplido, porque ello ya no es posible.
Además, nos vendieron también otra gran ventaja con la recete electrónica: tendríamos comunicación directa con las farmacias, de forma que no fuera necesario que el paciente acudiera a la consulta para la renovación o reactivación de las prescripciones que debieran seguir activas. No obstante, esto no funciona y, así, en nuestras consultas tenemos un nuevo motivo de atención: el síndrome de la receta enferma, como la ha denominado un compañero, y que nos lleva un tiempo infinitamente mayor que la simple repetición de recetas.
Otro aspecto que no se había contemplado es que la emisión de la receta electrónica es una acción que sólo puede ser realizada por el personal médico. Esto provoca que los pacientes que antes se beneficiaban de la atención del personal de Enfermería en la trascendente revisión de la adherencia al tratamiento, la práctica de hábitos saludables relacionados con su enfermedad, se citan ahora en las consultas de los y las médicas de Familia, que no dan abasto, mientras que las consultas de Enfermería se vacían. La receta electrónica, pues, que se presentaba como un instrumento para la disminución de pacientes y una mejora de gestión de tiempo para la atención, ha significado en muchos casos todo lo contrario.
Por ello, varios consejos si usted ha sido incluido en el programa de receta electrónica: tiene que saber que la misma debe revisarse por su médico al menos una vez al año, para garantizar que debe mantener ese tratamiento; que la duración de la prescripción no es igual para todos los fármacos, y algunos deben ser autorizados otra vez a los tres o seis meses; que si usted no coge el fármaco un mes, éste se desactivará; que los productos que necesiten visado deben ser realizados en receta convencional y, quizá lo más importante, que disponer de receta electrónica no debe servir para que se olvide de las visitas que su enfermera le programe para el control de sus constantes y de sus hábitos de vida.
Nuestra Comunidad se incorpora tarde a las nuevas tecnologías en relación con la historia clínica informatizada, pero esperemos que poco a poco podamos contar con una receta electrónica que responda a las expectativas creadas y favorezca la autonomía del paciente.
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