Si en mi artículo anterior indicaba el altísimo porcentaje de mujeres enfermeras (84,33%) frente a los hombres (15,67%), en este quiero llamar la atención sobre el aumento del número de médicas (65,02%) frente al de médicos (34,97%), cuando hace medio siglo era exclusiva de los hombres la profesión médica.
Según Marta Sierra, profesora de Formación Laboral y está recogido por Jesús Gallego en su trabajo Discriminación de género en la profesión de Enfermería, “la mujer entra, aunque despacio, en el campo laboral mayoritariamente copado por hombres, pero el proceso contrario cuesta más. El peso de los roles y el menor reconocimiento social y económico al trabajo más feminizado explica esas dificultades”.
Por eso el bajo porcentaje de hombres para ser enfermeros. La predisposición natural al cuidado en el género femenino es un estereotipo que sigue el modelo de la sociedad patriarcal y que supone un importante lastre para el despegue profesional y su reconocimiento social, cuando ni el hombre ni la mujer tienen la exclusiva de cuidar.
No cabe la menor duda de que la complejidad de los cuidados que actualmente necesitan las personas enfermas y los programas de prevención y educación para la salud hacen que sea necesaria una formación universitaria con un cuerpo propio de conocimientos, donde la investigación y la docencia formen parte del quehacer diario profesional.
¿Y cuando investigamos? Esa es la pregunta maldita que todas nos hacemos. No tenemos tiempo. A la mayoría, la doble jornada (trabajo-casa) nos impide progresar profesionalmente. Quienes nos dirigen en nuestros hospitales tienen que ser conscientes de la responsabilidad y de la oportunidad que se ha puesto en sus manos. Tienen que ser capaces de dar un paso hacia adelante, de ser rupturistas y de revolucionar la división de Enfermería para situarnos de igual a igual en el equipo de salud y conseguir gestionar los tiempos para que realmente nuestra jornada de trabajo tenga componente asistencial, investigador y docente.
Es necesario un vuelco en la mentalidad de los y las enfermeras, que se irá produciendo a medida que los derechos de las mujeres sean reconocidos. Nuestra evolución será paralela a los logros y a la lucha de las mujeres, así seremos capaces de romper con la sumisión, subordinación y dependencia para constituirnos en una profesión realmente autónoma, en igualdad, para colaborar en la mejora de la salud de la población.
Tenemos que ser capaces de romper las relaciones de poder que favorecen a unos en perjuicio de otras, para diseñar juntos un modelo de sistema de salud equitativo, sostenible y eficiente, donde se valore el resultado en salud que se aporta a la población y se pongan en valor los cuidados que dispensamos.
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