La denuncia de una paciente con un tumor cerebral benigno que ha permanecido un año esperando a ser intervenida ha destapado la solución chapucera que han adoptado los responsables sanitarios de Castilla y León para hacer frente a la avería del neuronavegador necesario para este tipo de intervenciones.
Bien está (faltaría más) que los casos graves se estén atendiendo, pero hacerlo a través del préstamo del equipo por parte del proveedor parece una medida a la altura de Benito y Compañía. “Te lo dejo, pero no lo uses mucho, a ver si me lo vas a romper”. Podría ser una frase entre niños en el patio del colegio o la empleada entre hospital y suministrador para racionalizar el uso de tan sofisticado aparato. No quiero ni imaginar cómo debe ser trabajar usando de prestao un equipo de medio millón de euros, y a saber las consignas dadas al personal sanitario para extremar al máximo las precauciones y no tener un nuevo disgusto con los legítimos propietarios.
Ya se sabe que la administración no está para mucho gasto inesperado y que, puestos a pensar mal, quién no le dice a usted que el reciente proceso electoral no haya sido el responsable de dejar el asunto en stand by a la espera de los resultados de los comicios. Como al parecer siguen los mismos, y hasta que la inversión se pueda incluir en los próximos presupuestos regionales de 2016, alguien (el listo de la clase, seguro) se ha debido dar cuenta de que emplear a hurtadillas el neuronavegador parece tan pueril que lo más razonable sería alquilar uno, como mandan los cánones y con todas las consecuencias. Así que, medio año después, volvemos a la casilla de salida y empezamos de nuevo.
Me gustaría pensar que se trata de un caso aislado y que la improvisación no es la seña de identidad de los gestores sanitarios de la Comunidad. El caso parece de chiste, si no fuera por la nula gracia que debe hacer la insólita decisión a los enfermos afectados. Lo lógico hubiera sido iniciar los trámites para alquilar el neuronavegador desde el principio, y minimizar los perjuicios a los pacientes lo máximo posible. Pero ya se sabe que las cosas de palacio van despacio. Tanto, que estoy por imaginar que el palacio se sitúa en una república bananera, allá por las lejanas orillas del Tormes, del Pisuerga y/o de la Ribera del Duero.
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