En 2010, la Asamblea Mundial de la Salud, máximo órgano de decisión de la OMS, designó el 28 de julio como el Día Mundial contra la Hepatitis. La fecha corresponde a la fecha de nacimiento de Baruch Samuel Blumberg, científico estadounidense que identificó el virus de la hepatitis B y desarrolló su vacuna.
Obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1976. Esta conmemoración nos ofrece una oportunidad para llamar la atención en todo el mundo sobre una enfermedad que, a día de hoy, representa un grave problema de salud pública.
LA HEPATITIS es “una inflamación del hígado causada por la exposición a un agente infeccioso (virus), a una toxina (alcohol) o a un fármaco”. Es fundamental diferenciar entre la fase aguda y la crónica. En su fase aguda, la hepatitis puede desapecer, pero si nuestro organismo no es capaz de generar anticuerpos se cronifica.
LA HEPATITIS VÍRICA es “una enfermedad infecciosa del hígado causada por distintos virus que se replican en los hepatocitos (principales células funcionales del hígado), caracterizada por necrosis hepatocelular e inflamación del hígado”. Los científicos han identificado cinco tipos etiológicos de hepatitis vírica causada por virus, a los que han clasificado con las letras A, B, C, D y E. También hay otros virus que pueden afectar al hígado y causar, en ocasiones, manifestaciones de hepatitis. Entre ellos se incluyen el virus del herpes simple, el virus varicela-zóster, el virus de Epstein-Barr y el parvovirus B 19.
Existen diferencias en el mecanismo de transmisión de la infección, en el periodo de incubación, en la evolución de la enfermedad y en los marcadores serológicos que permiten reconocer el agente responsable de la hepatitis. El cuadro clínico y las lesiones que originan en el organismo los diferentes virus varían de unos a otros. Así, mientras que unos virus provocan una hepatitis aguda limitada en el tiempo (VHA), otros pueden persistir y producir una hepatitis crónica (VHB, VHC) que puede evolucionar hacia fibrosis, cirrosis o cáncer de hígado si no se consigue inactivar el virus (VHB) o erradicarlo definitivamente (VHC) con tratamientos específicos.
El virus de la hepatitis A (VHA). La transmisión de la infección se produce por vía fecal-oral, ya sea por contacto persona a persona o por contaminación de agua o alimentos con materias fecales que contengan el virus. Muchos casos se originan por la introducción en la boca de los dedos o de objetos contaminados con partículas fecales procedentes de portadores del virus. Las personas infectadas desarrollan precozmente y de forma espontánea anticuerpos contra el virus, confiriéndoles inmunidad permanente ante nuevos contactos. La prevención debe incidir en las campañas de vacunación y en la adopción de hábitos higiénicos adecuados (lavado de manos antes y después de ir al baño). La mejora de las condiciones higiénicas y sanitarias hace que esta tipología sea poco prevalente en los países desarrollados.
El virus de la hepatitis B (VHB). La transmisión de la infección se produce, principalmente, por vía parenteral y por vía sexual. Se ha encontrado el antígeno en todos los fluidos corporales. Este virus se transmite a través de la sangre, el semen, la saliva y los fluidos vaginales y menstruales. Las personas que presentan mayor riesgo a contraer una hepatitis B son las que están más expuestas a inoculación cutánea con material contaminado, como los las personas drogodependientes que utilizan la vía intravenosa, el personal sanitario y los pacientes hemodializados, las personas que no utilizan medidas de protección en su vida sexual y aquellas que conviven con afectados que han cronificado la enfermedad.
Para eliminar la posibilidad de transmitir este virus es esencial la esterilización adecuada del instrumental que penetra en la piel o las mucosas del paciente y del que ha estado en contacto con sangre u otros fluidos. La inmunoprofilaxis activa del VHB más efectiva, al igual que la del VHA, consiste en la vacunación para prevenirla. La infección por este virus ha disminuido mucho en los países con vacunación universal, como España.
El virus de la hepatitis C (VHC) se transmite a través de la sangre infectada, fundamentalmente por vía parenteral, a partir de transfusiones de sangre o hemoderivados (antes de 1990) y por la utilización de jeringuillas contaminadas. En otros pacientes la transmisión del virus ocurre en hospitales, por lo que podemos hablar de transmisión nosocomial (“infección incubada en el momento del internado en un hospital o en otro establecimiento de atención de salud y que se manifiesta después del alta hospitalaria”). La transmisión vertical (de madre a hijo durante el embarazo o el parto) y sexual de este virus es poco frecuente. Aunque no existe una vacuna para prevenir la hepatitis C, sí disponemos de tratamientos muy efectivos que consiguen curarla.
El virus de la hepatitis D (VHD) requiere estar infectado del VHB para su replicación y extensión. La transmisión de este virus sigue los mismos mecanismos descritos para el VHB. La vacuna contra el virus de la hepatitis B también previene la infección por el VHD.
El virus de la hepatitis E (VHE) se transmite por vía fecal-oral (consumo de alimentos y agua contaminada o de carne de cerdo o jabalí poco cocinados infectados con el virus) y, en menor medida, por contacto persona a persona. Generalmente, la infección por VHE cursa cuadros leves y se resuelve sin problemas, pero puede volverse crónica y derivar en cirrosis y cáncer de hígado. Cuando se cronifica, los pacientes tratados obtienen una tasa de curación del 80%.
MANIFESTACIONES CLÍNICAS DE LA HEPATITIS. De forma general, la hepatitis viral aguda atraviesa cuatro periodos que presentan un cuadro clínico específico: “periodo de incubación, periodo prodrómico, periodo de estado (o ictérico) y periodo de convalecencia”. El periodo de incubación es el intervalo que va entre la exposición al virus y la aparición de los primeros síntomas, y esta fase suele ser asintomática. El periodo prodrómico es el tiempo que el paciente puede presentar síntomas antes de la aparición de la ictericia. La persona puede mostrar signos inespecíficos que confunden a los facultativos, como cansancio, debilidad, inapetencia, pierde su capacidad olfatoria, puede tener náuseas o vómitos, diarrea, defecaciones claras, cambios en la coloración de la orina, que presenta un color marrón oscuro, sensación de dolor abdominal, cefaleas, fiebre baja, picores, etc. El periodo de estado se inicia con la aparición de la ictericia (color amarillento de intensidad variable en la piel y los ojos) y una mejora paulatina del paciente. El periodo de convalecencia se inicia con la desaparición de la ictericia, perdurando la sensación de fatiga y agotamiento sin actividad física que la justifique y molestias en el hipocondrio derecho (debajo de las costillas).
Esta tipificación sólo se manifiesta en el 10% de los pacientes, de ahí que se hayan descrito, según su evolución, varias formas clínicas: “hepatitis inaparente, anictérica, colestásica, prolongada o de lenta resolución, recurrente, formas graves (hepatitis hiperaguda, fulminante y subfulminante)”, etc.
Según la OMS, en 2015 las hepatitis virales fueron responsables de causar 1,34 millones de muertes anuales, llegando a superar a la tuberculosis y el VIH/Sida. Se estima que unos 328 millones de personas están infectadas con los virus de la hepatitis B y C (257 millones con el VHB y 71 millones con el VHC) y que estos virus causan el 57% de los casos de cirrosis hepática y el 78% de los de cáncer de hígado.
La mayoría de los enfermos no son conscientes de que están infectados; por eso el diagnóstico temprano es una oportunidad para recibir apoyo médico, minimizar los daños sobre la salud adoptando formas de vida saludable que protejan el hígado y medidas encaminadas a interrumpir la cadena de transmisión involuntaria de la infección.
Una vez más, incidimos en la necesidad de Diagnosticar, tratar y curar. Además, es fundamental mejorar la prevención, el diagnóstico (acceso a pruebas) y la extensión de tratamientos y cuidados a toda la población. El problema es que la mayoría de personas, sobre todo las que viven en países con bajos recursos, no tienen acceso a la realización de pruebas de detección, ni a vacunas y mucho menos a tratamientos, dado el elevado coste que siguen imponiendo las farmacéuticas a los medicamentos.
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