Verú recuerda que desde muy pequeño se fue a vivir con su hermano, al que siempre admiró, a la calle, pero que jamás robaron ni consumieron sustancias psicoactivas (drogas) en esa etapa. Simplemente trabajaban en lo que podían para sobrevivir. Esa unión fraternal se acabó cuando cada uno fue llevado a un hogar y sus vidas se separaron.
Años después se reencontraron y, como tantos menores seducidos por un uniforme, poder, un arma y el dinero fácil de los grupos armados, entraron a formar parte de las FARC.
Fueron años duros de entrenamientos, disciplina, combates, emboscadas, guardias… y también de pasar hambre, y aunque nunca se mencione en los primeros lugares, también de falta de cariño y de causar dolor, mucho dolor, y de sufrir mucho internamente.
El hermano mayor de Verú siempre fue un alma libre al que le gustaba pasear por la selva, tener sus ratos para él y que no llevaba muy bien lo de acatar órdenes. Fue avisado varias veces, y hasta le hicieron un consejo de guerra. Ésa fue su última oportunidad, porque la siguiente decisión no fue el castigo, ni la tortura, sino directamente el fusilamiento.
Verú recuerda la frialdad de la despedida de su hermano antes de ser asesinado a manos de sus propios compañeros: “Nos dimos un fuerte abrazo y él simplemente me dijo: Cuídese, Chino. Chao. No lo volví a ver más, ni tampoco estuve presente en el fusilamiento. El comandante, en la siguiente formación, dio la noticia de su muerte, y todos me miraron al saber que yo era su hermano. Ese día todo cambió y dejó de tener sentido estar allí, así que empecé a pensar en huir”.
Su vida dio un giro con aquella decisión, aunque aún tendría que andar varios días desorientado por la montaña y pasar mucha hambre hasta llegar a un lugar habitado, llamar a un familiar y entregarse a un batallón de militares que lo llevaron al centro que atienden los Salesianos en Medellín.
Desde aquel día, Verú es el protagonista de su propia historia, y gracias a su esfuerzo ha conseguido ponerse al nivel académico de cualquier adolescente de su edad. En los últimos años ha pasado de creer, decir y defender “que un arma te daba la vida y no tenerla te la quitaba en cualquier momento” a contagiar su esperanza en el proceso de paz que vive el país porque, argumenta, “la paz empieza por uno mismo”.
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Verú luce con orgullo su apellido en un tatuaje en sus falanges. Así se le conoce en la Casa de Protección Especializada (CRAPE) para menores desmovilizados del conflicto armado que atienden los Salesianos en Medellín. Estudia en Ciudad Don Bosco y realiza prácticas laborales de sus estudios de metal-mecánica en una empresa en turnos de ocho horas.
Está tan feliz con su nueva vida que le cuesta ponerse a recordar un pasado que quiere olvidar, pero cuando abre su corazón describe todo como si hubiese ocurrido ayer. Por ejemplo, habla de armas como quien recita una alineación de fútbol al rememorar su vida pasada en la selva con las FARC. Marcas, modelos, pros y contras de cada una… fue entrenado para eso, para sobrevivir, luchar y desarmar y matar al enemigo cuando fuera necesario.
Reconoce que con 14 años no sabía leer ni escribir; ahora está en el último curso y, desde hace dos meses, tiene su primer trabajo en una empresa gracias a los Salesianos. Claramente, Verú es un hombre de 18 años hecho a sí mismo.
Le parece que ha pasado tanto tiempo de su anterior vida que, aunque siga teniendo pesadillas con las guardias y los combates, ya no se siente amenazado y sueña con una vida tranquila, estable, formando una familia y con un trabajo que le permita vivir dignamente de lo que ha estudiado.
Por su manera de decirlo y la madurez que demuestra, doy fe de que lo conseguirá más pronto de lo que se imagina.
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