Hace poco, coincidiendo con las Olimpiadas, fuimos agraciados con una saludable cuarentena por contagio Covid. En mi caso, doblemente vacunados. Mi hijo mayor, de 9 años, que fue el primero en desarrollar los síntomas, lloraba desesperadamente, lleno de culpabilidad por ver su PCR+.
Lloraba porque hemos inculcado a nuestros hijos una excesiva responsabilidad en esta pandemia, que no les corresponde. No solo les prohibimos jugar al fútbol en el recreo, les quitamos las extraescolares, les infundimos el control sobre algo que de ellos no depende, que es el contagio…
Los Juegos Olímpicos nos salvaron el ánimo.
Su maravilloso padre le animó a hacer un Excel con el medallero, hicimos competiciones de basket con una canasta colgada de una puerta, ping-pong en la mesa del salón y hasta golf…
Eso nos ayudó a mantener a esa criatura y a su pequeña hermana encerrados con unos padres que tenían miedo: miedo por ellos y miedo por si les tocaba la suerte de complicarse y peligraban sus cuidados. Hay gente que aún no se ha enterado de que hay enfermos de covid-19 que se pueden complicar, y mucho.
La cosa es que si los Juegos Olímpicos impactaron a mi pequeño, los Paralímpicos le entusiasmaron…
Los ojos juiciosos de un niño de 9 años quedaron deslumbrados por el mérito de esos deportistas que jugaban desde su discapacidad, con doble esfuerzo.
Coincidiendo con toda esta etapa, nos enteramos de una noticia muy dura: la hija de unos muy buenos amigos había sido diagnosticada de una grave malformación fetal. Mi hijo oyó una conversación telefónica entre la madre y yo y, cuando terminé, me preguntó con la mayor de las sonrisas y los ojos llenos de ilusión: “¿Mamá, la bebé será paralímpica?”.
Y qué golpe de realidad, qué bella reflexión encerraban esas palabras…
¡Claro que lo será! ¡Claro que son vencedores paralímpicos todos los que, desde que nacen, presentan alguna discapacidad, sea mayor o menor!
Nuestra sociedad es reacia a aceptar que nuestros hijos no sean perfectos; nos cuesta la adaptación en los colegios de los niños con dificultades (síndrome de Down, autismo, TDAH…), siguiendo esa tendencia tan clara de querer todo a la carta y de inmediato.
Y pensemos… ¿Qué sería de nuestros deportistas paralímpicos y de tantas personas especiales que enriquecen nuestra sociedad si sus padres hubieran pensado: “no cumple los requisitos”?
Miremos a todos nuestros paralímpicos con los ojos de un niño de 9 años.
* La Dra. Elia Martínez Moreno es especialista en Oncología Médica en el Hospital Universitario de Fuenlabrada (Madrid)
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