Fíjense si Ana Mato será nefasta como ministra de Sanidad que incluso el virus del ébola se ríe de ella y ha desaparecido del cuerpo de Teresa Romero a los pocos días de ser relegada del gabinete de crisis en favor de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Ni siquiera es necesario que dimita, que por supuesto no lo va a hacer, y hasta me alegro de que así sea, porque mientras sea un cargo público no habrá un solo acto oficial al que acuda, dentro o fuera de nuestro país, sin recibir la mirada burlona o de desprecio de sus propios colegas, de los expertos y eruditos en Medicina, de los profesionales a los que dice representar, de los ciudadanos a los que ha puesto en peligro.
Atrás quedará el caso Gürtel, el dichoso Jaguar y si sabía o compartía las múltiples andanzas corruptas de su marido y sus colegas de partido. Ya no habrá antes ni después, ya no habrá nada, por excelente que sea, que pueda hacer en su recorrido político para quitarse la losa de haberse colado en los anales mundiales de la historia como la responsable del primer caso de contagio de ébola fuera de África. Y eso la humanidad no lo olvidará fácilmente, por más que haya venido el Séptimo de Caballería de EEUU a salvarle un poco la cara, aunque de forma involuntaria, claro.
Porque el virus es tan peligroso que hasta en los multimillonarios y todopoderosos Estados Unidos de América también se producen fallos. De nada han servido los sofisticados sistemas de desinfección y los recursos más punteros en la materia para evitar que una de sus enfermeras también se contagiara.
Eso sí, diferencias entre un caso y otros, todas las que quieran. La fundamental, que el Gobierno español se dejó guiar por criterios sentimentales para repatriar deprisa y corriendo a enfermos de ébola sin haber consultado a los epidemiólogos, a los virólogos, a los que en realidad saben de esto para determinar si era factible o no, sin tener todos los protocolos medidos al milímetro para poder hacerlo, para minimizar los riesgos.
Así fue como el virus vino a España. De cómo se propagó, del ínclito consejero madrileño de Sanidad, de santa Teresa Romero y esposo… ya hablaremos. Por el momento, prefiero apartarme un momentito de los caminos de la ciencia empírica y me acercaré a la iglesia más próxima a poner unas velas en agradecimiento por este milagro. No, no… no me refiero a la curación de la auxiliar de Enfermería -eso es merecidísimo mérito de los profesionales que la han atendido-, sino al hecho de que no se hayan producido más contagios.
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