Me veo en la obligación de recomendarle un cambio urgente de asesores de comunicación. Sus comparecencias resultan soporíferas, huecas, vacías, estériles y hasta ridículas. Alguien debería tener los arrestos de decirle (aunque le cueste el puesto) que prescinda de ese tono susurrante y bobalicón, tan impostado por cierto, a la hora de proclamar arengas desvalidas e inútiles. No hace falta que sobreactúe, ya imaginamos que está usted muy afectado por toda esta situación, y guárdese para sus amigos de Facebook los consejillos de psicología barata y las frasecillas de fondo rosa con unicornios.
Hemos sido obedientes y pacientes, señor presidente. Llevamos ya tres semanas metiditos en nuestras casas y calladitos, mordiéndonos la lengua en aras al bienestar del país y concediéndole el beneficio de la duda, a sabiendas de que la cosa no pintaba bien. Pero el crédito se le acaba. Cada día que pasa es más evidente que está superado por los acontecimientos. Va siempre a remolque, incapaz de anticiparse a este virus que nos sigue ganando la partida. Ha puesto al personal sanitario a los pies de los caballos, ha descargado sobre sus hombros la gestión de la pandemia, desoye las recomendaciones de los científicos y adopta drásticas decisiones económicas sin un plan de medidas paliativas.
No necesitamos su palmadita en el hombro, señor presidente, nos urge que coja el toro por los cuernos y se decida de una vez por todas a liderar medidas y soluciones. Deje de decir que se siente muy orgulloso de los españoles y empiece a trabajar de una vez por todas para que el día de mañana podamos opinar nosotros lo mismo de usted.