Nos queda un amargo en boca cuando hablamos de “hogar, dulce hogar” y pensamos en miles de personas que no tienen un lugar al que llegar cada día. Hablar de las personas sin hogar o en situación de calle puede parecer lejano para muchos habitantes del país, pero, en la práctica, es un drama que lacera diariamente a los miembros de algunas familias españolas.
No sólo sufren la experiencia de vivir en condiciones de gran precariedad, sino que, careciendo de un techo que les cobije, son también más frágiles y vulnerables, pues se convierten en ciudadanos invisibles para la comunidad política.
Sin lugar de residencia o empadronamiento, la relación del sujeto con la esfera pública resulta muy cuesta arriba. Muchos de sus derechos quedan en suspenso. El que vive en la calle descubre pronto la cara amarga de la ciudad y de las instituciones conexas con el sistema de protección social. El acceso a los recursos que pudieran ser claves para superar una etapa crítica de la propia historia personal no está fácilmente disponible, con lo cual se van desvaneciendo las esperanzas de salir adelante.
¿Cómo te sentirías si esta noche no tuvieras dónde guarecerte? ¿Qué harías si te excluyeran de la comunidad y la familia? ¿Cuánto rechazo soportarías por no conseguir un empleo? ¿A dónde irías en busca de ayuda? En cada caso hay una historia de vida complicada que las políticas públicas no alcanzan a resolver. Nos toca, como comunidad, tirar hacia adelante, extendiendo la mano para sostener a los más frágiles.
En ese sentido, la acción social de Cáritas Salamanca avanza a través del centro de acogida Padre Damián, el servicio de acogida en “Monroy” y el centro Espacio Abierto. Muchas personas han recibido ayuda para superar la situación de estar sin hogar, y los testimonios que han compartido están atravesados por la crudeza, la soledad, la desesperanza, la enfermedad y el desempleo, por decir lo menos. Cáritas tiene voz y la eleva en favor de soluciones para esta problemática compleja a la cual podemos sumarnos para dar eco al reclamo social.
¿Qué más podemos hacer? Ponernos en el lugar del otro, sensibilizarnos ante la dificultad y, respetuosamente, acercarnos para entender que cada experiencia es única. Más allá de eso, juntemos voluntades para encontrar soluciones creativas, procuremos dentro de la comunidad iniciativas que dejen huella en la construcción de una sociedad más solidaria. El juzgar a las personas sin hogar no vale de nada. El hacer frente al dolor y a la exclusión que se produce cuando cae alguien más, arrimando el hombro para ser parte de la red que ataje, sí que merece la pena. Seamos gente con ángel en nuestro mundo y en este tiempo.
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