A menudo surgen propuestas sobre materias que deberían ser una asignatura en el colegio. Educación para la Salud, Educación Vial, Ajedrez… Sin embargo, pocas veces nos preocupamos por enseñar a nuestros hijos educación emocional. Probablemente porque nosotros nunca la hemos recibido y hemos ido moldeando nuestro carácter, con mejor o peor fortuna, a golpe de experiencias vitales y de vaya usted a saber qué espejos en los que nos reflejamos.
Es más que habitual escuchar la frase de “no llores, que así no vas a solucionar nada”, cuando muchas veces lo único que necesitamos es desahogarnos, sacar fuera nuestras penas y recibir un consolador beso y un reconfortante abrazo para saber que no estamos solos, que nos comprenden y que podemos seguir adelante con el colchón de alguien que se preocupa por nosotros.
Muchos progenitores enseñamos a los críos a no pegar, a no chillar, a no quitarles las cosas a los demás, actitudes que en no pocas ocasiones se saldan con un castigo para que la lección quede bien aprendida. Si se dan cuenta, todas las anteriores son negativas y sería mucho más productivo inculcarles las ventajas de compartir, de devolver los juguetes a su propietario, enseñarles a respetar sus gustos y preferencias, a ceder en la elección del juego o en la asignación de roles en los mismos, a cuidar de no hacer daño a los que son más pequeños. ¿Por qué? Por una mera cuestión egoísta, porque no nos gusta que nos lo hicieran a nosotros.
Raras veces nos sentamos con ellos a hablar de cómo se sienten cuando un compañero del cole se burla de ellos, cuando se le escapa la mano, cuando le desaparece algo de la mochila. No es habitual que se le pregunte al chaval cómo se siente y qué cree que puede hacer para solucionarlo. “La culpa es tuya por llevar juguetes al cole”, “a saber dónde lo has dejado”, “más tonto eres tú por dejarte pegar, devuélvesela y verás como no te llevas ninguna más”, “pues si te llama enano, tú le llamas gordo o cabezón”… Podría enumerar cientos de frases como éstas que escucho con frecuencia a la salida del cole o en el parque. Y creo que no les enseñamos, no porque queramos tener a un futuro hoolingan en la familia, sino porque no sabemos cómo hacerlo, ni tenemos las herramientas adecuadas.
Me consta que en el colegio se aprovechan las sesiones de tutoría para impartir nociones de educación y respeto hacia los compañeros; pero sólo en las Islas Canarias se ha incluido en el diseño curricular de Primaria una asignatura (calificable como Lengua o Matemáticas) en la que se imparte Empatía. Y la noticia me reconforta. Saber que se enseña a nuestros pequeños a ponerse en el lugar del otro, a identificar y canalizar sus emociones, es un plus en la calidad educativa y en la formación personal de las futuras generaciones.
Ojalá cunda el ejemplo y el modelo se exporte al resto del territorio nacional para que sea impartida por profesionales cualificados. Porque aprender a ponerse en el lugar de los demás y pensarse dos veces lo que uno dice o hace redundará en beneficio de toda la sociedad, tanto si uno se dedica a la Medicina o a la Judicatura como si se es cajero de supermercado o funcionario de ventanilla. Ya de si uno se dedica a la política, ni hablamos…
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