Acabo este viaje con tres historias, recientes y obviamente reales, que demuestran que el mal nunca puede tener la última palabra, ni tan siquiera en Sierra Leona, donde la violencia nubla en demasiadas ocasiones todo lo bueno que tiene este país. Siempre hay esperanza y he vuelto a compartir con misioneros salesianos que viven de transmitirla en cada palabra y, sobre todo, en cada gesto.
Caminar por las calles de la mayoría de ciudades africanas te da la vida por el colorido, el bullicio, la belleza y la vida que desprenden, pero también se te pueden remover las entrañas al comprobar tanta miseria y suciedad, tanta esclavitud infantil y supervivencia al límite. Es donde más claro se ve que el mañana no existe y que se vive para el día en el que se está. La próxima jornada será, en la mayoría de los casos, empezar de nuevo de cero.
Para concluir este primer viaje, que continuará dentro de 20 días, presento tres historias de las cientos que vive a lo largo del año el misionero salesiano Jorge Crisafulli, director de Don Bosco Fambul: Veronika, Liman y Musu con otro Juan Bosco.
VERONIKA
Que las mujeres lo tienen más difícil en la vida es tan real como comprobarlo en dos minutos en Sierra Leona. Los padres consideran una bendición tener una gran prole, porque significará que podrán seguir labrando la tierra, pero siempre elegirán a los chicos para estudiar y a las mujeres para trabajar en el hogar.
Eso es lo que le pasó a Veronika, musulmana que un día se acercó a los Salesianos porque quería seguir estudiando y su padre no la dejaba. Contaba que cuando acabó el ciclo básico la obligó a dejar de estudiar para estar en casa cuidando de sus hermanos y haciendo las tareas del hogar, pero le gustaba tanto estudiar que durante años siguió las clases desde la reja de fuera de las aulas.
Tanto es así que cuando el salesiano le preguntó hasta qué curso había estudiado, ella fue sincera y dijo que, oficialmente, Primaria, pero que también había hecho Secundaria, aunque no tenía el título, al no haber podido hacer los exámenes.
Viendo aquellas ganas por aprender y el sacrificio realizado durante varios años para aprender sin estar en el aula, los Salesianos decidieron pagarle los estudios, y no se equivocaron, porque Veronika resultó ser una brillante alumna con una gran capacidad de aprendizaje e inquietudes y no tardó en convertirse en la primera alumna de la clase.
Empezó a compaginar los estudios con pequeños trabajos y no quiso que los Salesianos le pagasen la Universidad, pero siempre se mostró agradecida a esa oportunidad que, de no haber existido, la habría condenado en su casa para estar al lado de su familia en régimen casi de explotación.
Un día, Jorge Crisafulli recibió una llamada de China que dudó en contestar, pensando en que pudiera ser un fraude telefónico, pero no, era Verónika que le contó que había dado con él gracias a que trabajaba en una multinacional teléfonica con sede en China y que quería agradecerle todo lo que había hecho por ella. Se había casado, tenía una familia y nunca olvidaría lo que Don Bosco hizo por ella y que le cambió la vida.
LIMAN
Liman, por su parte, siempre fue un chico problemático. Huérfano y niño de la calle, hasta estuvo un año y cuatro meses en la cárcel de Pademba Road por robar un teléfono… Alcohólico, drogadicto… Su curriculum no auguraba nada bueno, y más de una vez llamaron a Don Bosco Fambul para que fueran a recogerlo malherido tras alguna pelea.
Entraba y salía del programa de niños de la calle hasta que un día llegó magullado y con un tendón de Aquiles roto por un machetazo en una pelea… Con su rostro ensangrentado, y actualmente lleno de cicatrices, Jorge Crisafulli se plantó y le hizo entender las normas para que pudiera cambiar: ni alcohol, ni drogas, ni sexo, ni dinero… ni salir de Don Bosco Fambul durante un largo tiempo.
Liman entendió la lección y su vida cambió, convirtiéndose en un ejemplo para otros chicos, siempre servicial, mientras sigue curando sus heridas por dentro y por fuera, pero continúa estudiando y, de paso, cuidando a otros chicos más que pequeños en los ve reflejada su dura infancia.
MUSU Y EL PEQUEÑO JUAN BOSCO
Las primeras noches en las que los Salesianos, educadores y trabajadores sociales de Don Bosco Fambul recorrían las calles de Freetown en busca de niñas en situación de prostitución se encontraron con Musu.
Jorge Crisafulli recuerda que fue la primera niña que sacó de la calle: “Estaba tumbada en el suelo, con mucha fiebre y las compañeras con las que estaba nos dijeron que nos la lleváramos, porque estaba muy enferma”.
Cuando la convencieron y la ayudaron a levantarse, Musu hizo un gesto y señaló una toalla debajo de una mesa… Y ahí apareció un bebé famélico de no más de tres semanas y al que reconoció que daba gotas de agua porque no tenía leche.
Inmediatamente, Musu y su hijo, nacido en la calle, fueron trasladados a un hospital. Ella dio positivo por tuberculosis y sífilis y el niño también tenía tuberculosis.
Los médicos preguntaron cómo se llamaba el bebé, y el salesiano y los educadores dijeron que no sabían y que le pusieran el que quisieran. Los médicos insistieron en que eso no podían hacerlo y que les dieran un nombre, y entonces Jorge Crisafulli dijo que se llamaba Juan Bosco, y así se ha quedado, como el pequeño Juan Bosco.
Superó la desnutrición y también la tuberculosis y se puso bien hermoso creciendo sano, mientras que Musu se recuperó junto al resto de chicas en el programa Girls Shelter de Don Bosco Fambul.
Cuando el pequeño Juan Bosco fue dado de alta, los Salesianos se lo entregaron a las Hermanas de la Caridad, y no sólo ha dado vida a la comunidad de religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, sino que se ha convertido en un atractivo. Desde hace unas semanas, además, Musu reside también con las Hermanas de la Caridad y con su hijo Juan Bosco, con quien se familiariza a la vez que aprende a hacer de madre a sus 16 años.
El trabajo salesiano en Sierra Leona. Misiones Salesianas
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