El Grupo de Análisis Científico sobre Coronavirus del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) acaba de publicar dos nuevos informes que analizan de forma técnica y divulgativa la reacción del sistema inmunológico contra el SARS-CoV-2 y las manifestaciones clínicas de la COVID-19.
Según explica el ISCIII en sus resúmenes divulgativos, elaborados en colaboración con la Agencia SINC, aunque el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 afecta sobre todo a los pulmones, una de sus principales características es la capacidad de infectar numerosos órganos, por lo que muestra una gran diversidad clínica de síntomas y manifestaciones. Es decir, la COVID-19 puede mostrar muchas caras y, cuando es grave, evolucionar de manera muy distinta. Para tratarla se están utilizando e investigando diferentes fármacos.
Por lo que se sabe hasta el momento, el periodo de incubación de la enfermedad es de entre 4 y 14 días después de la exposición al virus, que se introduce en el organismo tras la inhalación de microgotitas que desprende una persona infectada al respirar, hablar, toser o estornudar. En la mayoría de casos, los síntomas aparecen cinco días después de la exposición.
En torno al 80% de los pacientes no tienen síntomas o muestran manifestaciones leves de la enfermedad, por lo que pasan la COVID-19 sin mayores problemas, incluso a veces sin saberlo. Sin embargo, en un 20% de los casos la enfermedad se agrava, y su desarrollo puede provocar diferentes cuadros clínicos.
Es entonces cuando pueden surgir daños pulmonares, que en ocasiones llevan a una fase crítica de la enfermedad, con problemas respiratorios y en otros órganos. En un porcentaje pequeño de casos, entre un 1 y un 3%, esta patología provoca la muerte. Como se explica desde el ISCIII, en la aparición y desarrollo de la COVID-19 hay diversos factores que influyen en el riesgo de cada persona, como la edad, el género, la carga viral, la genética, el ambiente o las enfermedades previas, entre otros.
Gran variabilidad de síntomas
En el informe divulgativo del Instituto de Salud Carlos III se recoge los numerosos síntomas que se han detectado, entre ellos, fiebre, fatiga, dificultad para respirar, tos seca, dolor de garganta, pérdida de gusto y olfato, dolores musculares y de cabeza… Estos signos no siempre aparecen a la vez ni con la misma intensidad, y normalmente el sistema inmunitario es capaz de controlar el virus antes de que se extienda por el organismo, evitando que llegue a los pulmones.
Sin embargo, cuando la enfermedad se desarrolla y alcanza una fase grave, entre las posibles manifestaciones clínicas se han identificado las siguientes:
– Infección en los pulmones, con posible falta de oxígeno y aparición de neumonía.
– Problemas en los riñones, incluido el fallo renal agudo.
– Cardiopatías en el corazón: arritmias, trombos, infartos…
– Fallos en el hígado.
– Alteraciones en el sistema digestivo, con náuseas, diarrea, dolor abdominal…
– Aparición de coágulos sanguíneos.
– Problemas neurológicos, desde migrañas y convulsiones a meningitis e ictus.
– Respuesta inmunitaria descontrolada que puede ocasionar un fallo multiorgánico.
En este contexto, una de las principales preocupaciones es controlar la respuesta inmunitaria que el cuerpo produce cuando se agrava la infección, porque es una de las claves para mejorar el manejo de la enfermedad.
En las diferentes fases clínicas, la respuesta inmunitaria es diferente. En este proceso, hay que tener en cuenta la edad del sistema inmunitario, que pierde parte de su efectividad según avanzan los años y puede generar reacciones exageradas. Controlar la reacción del sistema inmunitario es una de las claves en la infección, que las personas mayores tienen más dificultad para combatir.
La primera reacción defensiva: el sistema del interferón
En este sentido, el informe explica que la contención inicial contra la invasión por parte del coronavirus la protagoniza el denominado sistema del interferón (IFN), que ofrece una respuesta que permitiría bloquear la diseminación del virus y conceder al organismo el tiempo necesario para la generación de una reacción inmune más específica y potente.
En la primera fase de la infección, los macrófagos, células que engullen al virus, son uno de los primeros mecanismos de defensa. A su labor se suman otras células capaces de destruir las infectadas, como las denominadas natural killer (NK) o asesinas naturales, cuyo papel contra el SARS-CoV-2 es todavía poco conocido.
Posteriormente se generan respuestas específicas contra el patógeno, una fase en la que es fundamental el trabajo de los linfocitos B y T. Los primeros producen anticuerpos frente al virus que lo neutralizan, mientras que los segundos generan linfocitos killer que identifican y destruyen las células infectadas con gran eficacia.
Una de las respuestas inmunitarias que más llaman la atención en la infección por el nuevo coronavirus es la que se ha denominada tormenta de citoquinas, unas proteínas que segregan los macrófagos. En una proporción de pacientes que se estima en torno al 10-20% aparece esta tormenta de citoquinas, una reacción desproporcionada del sistema inmunitario que causa mucha inflamación en los pulmones y deriva en un empeoramiento de la enfermedad que puede llegar a ser fatal. La tormenta de citoquinas produce una retroalimentación en la producción de defensas, lo que acaba colapsando el sistema inmunitario.
Todavía se desconoce el grado de protección que confieren los anticuerpos
Cuando una persona supera la infección, su sistema inmunitario ha generado anticuerpos, es decir, proteínas capaces de proteger contra un posible nuevo ataque del virus. La generación de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 se produce rápidamente, y en un plazo de dos semanas la mayoría de los afectados han generado inmunoglobulinas IgG, uno de los tipos de anticuerpos con actividad neutralizante contra el virus. Todavía no se conoce el grado de protección que confieren estos anticuerpos, pero sí que su aparición está relacionada con el control de la carga viral en muchos pacientes, aunque no en todos.
Junto a la labor de los anticuerpos, también destaca la del llamado sistema inmunitario adquirido, que, gracias a cierto tipo de linfocitos, puede volver a detectar la infección pasado el tiempo y reiniciar una respuesta defensiva capaz de frenarla. Aún no se sabe cuánto dura la inmunidad adquirida tras la infección por SARS-CoV-2, pero el estudio de los anticuerpos y las células del sistema inmunitario es fundamental para el desarrollo de posibles vacunas.
> Consulta el informe científico la respuesta inmunitaria frente al coronavirus SARS-CoV-2
> Consulta el informe científico sobre manifestaciones clínicas de la enfermedad COVID-19
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