Javier Diego es trasplantado de riñón y pertenece a la Asociación para la Lucha Contra de Enfermedades de Riñón (ALCER) de Salamanca. Durante las ocho etapas que han realizado del Camino de Santiago se ha convertido en el narrador de las mismas. En Semana Santa, 15 personas de la asociación, 13 de ellas caminando, han dejado de lado su día a día para convertirse en peregrinos. Tres son trasplantados de riñón que de esta forma dan las gracias a todos los donantes que hacen posible un gesto así.
Han sido más de 160 kilómetros, los que separan Arzúa de Finisterre, el final del Camino. Han sido días de sufrimiento, de cansancio, y como ellos mismos relatan, de compartir, de vivir y de dar las gracias a esas personas anónimas que altruistamente donan sus órganos. “Y nos permiten hacer posible aventuras tan maravillosas como ésta”, relata Javier Diego.
La primera etapa fue de 20 kilómetros, entre Arzúa y Pedrouzo, en una jornada de calor y donde ya tenían en mente la llegada a Santiago de Compostela y de abrazar al Apóstol, para dar las gracias a todos los donantes de órganos, “ya que sin su impagable generosidad, esta aventura de vida, no sería posible”, insiste este trasplantado. Esa segunda etapa que les llevaba a Santiago tuvieron que caminar con 28 grados de temperatura. Ese día pudieron asistir a la misa del peregrino, donde siempre mencionan a todos ellos. En esa ocasión, se acuerdan de todos los compañeros de ALCER que en otras ocasiones han podido realizar el Camino con ellos, y para todas sus familias.
En la tercera etapa se dirigen hacia Negreira, una etapa con una fuerte subida que consiguen superar con ánimo, y de nuevo, se enfrentan al calor. Finisterre cada vez está más cerca, el final del Camino, y de esta aventura. 22 kilómetros separan los municipios de Negreira y Santa Mariña, su cuarta etapa. Una jornada más suave, donde destacan el trato en el albergue de Santa Mariña y la convivencia con otros peregrinos. “Compartimos impresiones con la abuela del Camino, una española que con sus 80 años, por allí andaba caminando, pero nuestra Casi, con 75, es otra súper abuela”, destaca este peregrino de ALCER.
Disfrutando del mar y de la naturaleza
En su quinta etapa, comienzan a caminar a las ocho y media de la mañana rumbo a Dumbria. “La etapa transcurre tranquila, y después de subir un repecho, las vistas son espectaculares, con el mar de nubes a nuestros pies”, detalla Javier Diego. La naturaleza les rodea, y lo valoran a cada momento. La distancia que separa Dumbria de Muxia es de 23 kilómetros, entre bosques de eucaliptos. Hacen parada para comer un bocadillo de tortilla en la aldea de Quintás. “Atravesamos varias aldeas y montes, subimos y bajamos, y por fin, a la hora de comer, llegamos a Muxia”, recuerda.
La penúltima etapa les lleva a Lires, tras 17 kilómetros, y un recorrido que se divide entre tierra y asfalto. “La temperatura fue fresquita y había riesgo de lluvia, pero tuvimos suerte”, reconoce. Y ya estaban listos para su octava y última etapa, de Lires a Finisterre, que suponía sumar 16 kilómetros más. En esta jornada se sienten apenados, porque como reconoce este peregrino de ALCER, “uno se acostumbra a esta rutina y a este modo de vida de caminante, que ya toca a su fin, por el momento…”. De este trayecto destaca su paso por la zona de playa hasta llegar a Finisterre. Tras la comida, continúan hasta el faro para ver allí la puesta de sol, pero nada les roba ese momento, pese al frío y el viento del momento. A modo de balance, Javier Diego insiste en que han sido ocho etapas de cansancio, de sufrimiento, pero también de compartir, de disfrutar, de vivir y de agradecer. ¡Buen Camino!
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