En diciembre de 2019, el mundo le puso cara a un nuevo miembro de la familia de los coronavirus, el SARS-CoV-2, sin que todavía exista una idea clara de cuánto tiempo llevaba hasta entonces campando a sus anchas.
Su ataque masivo y casi por sorpresa nos obligó a encerrarnos, a distanciarnos, a convivir con la inquietud… A sobrecogernos a diario con terroríficas cifras de contagios y muertes.
Un día tras otro, durante un año y medio en el que periodistas y ciudadanos hemos tenido que hacer un cursillo informal y acelerado de salud pública –esa paupérrima y olvidada hermana de la sanidad por la que ahora nos damos golpes de pecho–, hemos contado desgracias como muescas en una tabla.
Era necesario y urgente saber qué estaba pasando, de qué inimaginable tamaño eran los daños de una pandemia que ha puesto patas arriba a los países más privilegiados y que ha sumido a los empobrecidos en un pozo aún más profundo y oscuro.
Era natural e inevitable querer contarlo todo, sucumbir a la velocidad de vértigo con la que se han sucedido informaciones, análisis, estadísticas, comparecencias políticas, dimes y diretes ideológicos, posibilidades terapéuticas más o menos rigurosas, escaladas y desescaladas… Hoy manejamos sin inmutarnos un lenguaje pandémico que nos ha familiarizado con olas y curvas epidémicas, incidencias acumuladas, tasas de positividad, PCR, antígenos y anticuerpos, estudios de seroprevalencia, datos de letalidad, números de reproducción, vacunas de ARN mensajero y niveles de riesgo.
Detrás de todo eso, de los más de 4,8 millones de contagios que han podido confirmarse hasta la fecha en España, de las 84.472 personas que han fallecido con covid-19 en nuestro país –según los balances oficiales– y de todos los efectos colaterales que deja esta crisis que no es solo sanitaria, sino global, existe un sufrimiento real, humano, inabarcable… Un dolor con nombres y apellidos, angustias concretas, miradas tristes, nostalgias específicas.
Cuando se cumplen exactamente 18 meses desde la confirmación del primer caso de coronavirus en España, el de un hombre alemán que se encontraba de vacaciones en La Gomera (Canarias), tomamos un nuevo rumbo en la información estadística sobre la pandemia. Tras un año y medio siguiendo a diario la evolución de los datos, consideramos que ha llegado el momento de abordarlos con mayor sosiego y con más perspectiva, de modo que a partir de ahora ofreceremos un balance semanal –los viernes– que permita eludir todas esas distorsiones y desfases numéricos que se producen en la notificación de los casos, las defunciones o los ingresos.
De sobra es conocido que los fines de semana se realizan menos pruebas diagnósticas, lo que condiciona enormemente el recuento de los lunes, y también que los sábados y los domingos en los centros hospitalarios se producen muchas menos altas, alterándose el recuento de pacientes hospitalizados. Estas subidas y bajadas irreales, junto con los “problemas técnicos” que a menudo impiden a una u otra comunidad autónoma actualizar sus estadísticas y, sobre todo, con el hecho de que los diferentes impactos de este virus –contagios, ingresos, muertes…– pueden prolongarse durante días o semanas, hacen que la comparación de los indicadores cada 24 horas arroje unos resultados no del todo certeros.
Las constantes fluctuaciones, además, resultan incomprensibles o inexplicables para muchos ciudadanos, y la acumulación de cifras, porcentajes, incrementos y descensos despersonalizan una realidad dramática, que queda reducida a números ante los que ya parecemos curados de espanto.
No prescindiremos del todo de las estadísticas. Desgraciadamente, la pandemia marca todavía, y de forma incuestionable, la actualidad y nuestras vidas, por lo que es preciso conocer cómo evolucionan las cifras. Pero cambiamos la urgencia de publicarlas pronto por la opción de hacerlo mejor. Al menos, con otra perspectiva. Desacelerando el ritmo informativo.
Por supuesto, seguiremos de cerca todas las medidas, acciones e investigaciones que, desde la evidencia científica, la solidaridad y la colaboración, supongan un avance o una novedad relevante en el conocimiento de la enfermedad y sus causas o en el camino emprendido hacia la superación de esta crisis planetaria.
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