La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud sexual como “un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad, la cual no es la ausencia de enfermedad, disfunción o incapacidad. Para que la salud sexual se logre y se mantenga, los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y ejercidos a plenitud”.
Para lograrla, la OMS asegura que se requiere “un enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia“.
El Día Europeo de la Salud Sexual y Reproductiva, celebrado el 14 de febrero, nos obliga a reflexionar bajo la premisa de esta definición, y cada sociedad y cada época tendrán que cuestionar si realmente son ejercidos estos derechos que llevan a los hombres y mujeres a disfrutar de una sexualidad igualitaria y saludable.
Para mantener la salud sexual y reproductiva, las personas necesitan tener acceso a información veraz y a un método anticonceptivo de su elección que sea seguro, eficaz, asequible y aceptable. Deben estar informadas para prevenir las infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados, debe existir un acceso universal a los programas de salud y a los servicios adecuados para tener un embarazo y un parto sin riesgo.
En lo relacionado con las enfermedades de transmisión sexual, resulta preocupante que, según datos de la Consellería de Sanidade, algunas infecciones, como la clamidiasis, la tricomoniasis, los condilomas, la sífilis o la gonococia sufrieron incrementos en la última década. En el caso de la última, en 2018 se declararon 207 nuevos casos en Galicia, un aumento del 24% con respecto a 2017, lo que supone la incidencia más elevada en lo que va de siglo.
Las cuestiones relativas a la salud y los derechos sexuales y reproductivos no pueden separarse de las relativas a la igualdad de género ni con el hecho de que poder de decidir sobre nuestra salud, nuestro cuerpo y nuestra vida sexual es un derecho humano fundamental de las personas. Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres quedan relegados cuando no reciben la atención suficiente por parte de la medicina y la ciencia. La visión androcéntrica y desigualdad de las mujeres en este campo abarca situaciones como los abortos inseguros, la violencia sexual, la cosificación de las mujeres, prácticas como la mutilación genital femenina y una larga lista de inequidades de género que en este ámbito afecta tan cerca a las mujeres.
La promoción de una sexualidad y afectividad saludables, así como la prevención tanto primaria como secundaria de las infecciones de transmisión sexual, forman parte de nuestras competencias como profesionales de la salud. Sabemos que la salud sexual va de la mano de una educación afectivo sexual y reproductiva adecuada, pero quizás esta es la gran asignatura pendiente.
La OMS defiende que la educación sexual integral es la mejor manera de hacer frente a las necesidades de los jóvenes para la prevención de las infecciones de transmisión sexual, pero tenemos que entender que la educación sexual no se puede centrar solo en ello o en la prevención de embarazos no deseados, sino que es la educación de los sexos, hombres y mujeres y de sus relaciones, basada en el respeto, entendimiento, confianza y comunicación.
La educación sexual debería comenzar a edades muy tempranas y abordar los diferentes aspectos englobados en ella de manera paulatina y acorde al desarrollo evolutivo de los niños o niñas, y tiene que entenderse la sexualidad como comunicación humana. Por ello, no solo puede atender a aspectos físicos, no se puede quedar solo en lo anatómico, tiene que abordar lo afectivo, las relaciones, lo emocional.
Dada su ausencia, los menores se adelantan, e internet es la principal fuente de información. Buena parte de los jóvenes construyen su imaginario sexual a través de la pornografía. Esta pornografía les traslada a un modelo de relación desigual, de dominio masculino y sometimiento femenino.
Según el estudio Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, elaborado por la Red Jóvenes e Inclusión Social y la Universitat Illes Baleares, la edad media de inicio de consumo de pornografía en Galicia se sitúa en los 15 años y, en algunos casos, el primer contacto se produce con 8 años. Esto hace que uno de cada cinco jóvenes consultados para elaborar el estudio reconociese que ver este tipo de materiales afectó a la imagen que tenían de las chicas, y cerca del 23% dijo lo mismo sobre los chicos.
Por todo esto, es necesaria una educación sexual integral desde la primera infancia, que se aborde con perspectiva de género, porque con la educación se podrá avanzar para una igualdad efectiva y real entre los géneros.
Con motivo del Día de la Salud Sexual y Reproductiva, reforzamos nuestro compromiso con una Atención Primaria que trabaja para la salud en conexión con la comunidad.
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