Leo en un excelente libro cuya intención es ayudar a desarrollar liderazgo colectivo transformador la descripción de una de las cinco disciplinas que han de incorporar y observar los equipos para poder conseguir los resultados que se proponen.
Esta disciplina la denomina Peter Hawkins aprendizaje principal, diciendo lo siguiente de ella: “Salvo que el equipo esté aprendiendo y desaprendiendo a un ritmo igual o mayor que el ritmo de cambio del entorno en el que se encuentra, no puede progresar. Es absolutamente imprescindible el compromiso del equipo, no sólo con su aprendizaje como equipo y con el de todos sus miembros, sino que también ha de comprometerse a aprender a aprender de forma más eficaz”.
Me encanta la plataforma que nos ofrece para la reflexión… Ahora que me encuentro haciendo balance de mitad de año me doy cuenta de que una de las cosas fundamentales que he aprendido durante este tiempo ha consistido en desaprender. Llevo meses desaprendiendo mis formas habituales y confortables de trabajar y hacer y, en ese proceso, aprendiendo –y confío que también adquiriendo- la capacidad de soltar, de dejar ir.
Para aquellos a los que nos gusta o sentimos necesidad de control, soltar y desaprender son tareas realmente difíciles, pues, al menos en mi caso, en un punto algo remoto siento que ponen en jaque mi interpretación de quién soy. Y es que desaprender es duro (y más para quienes somos mayores), pues supone estar, mucho o poco tiempo, en el espacio de no saber, en el vacío entre soltar por completo un trapecio para alcanzar el siguiente con una mano.
El entorno, al menos el mío, creo que tampoco facilita el desaprendizaje. Quizá inmersos en el marco de un pensamiento más bien lineal, concebimos el aprendizaje como acumulativo. Y aunque sea cierto que no hay una capacidad definida a partir de la que no es posible aprender más, seguramente exista un proceso de reciclaje inconsciente por el que nuestro ser consigue desprenderse, sin que nosotros lo sepamos, de aquello que no nos es necesario. Me pregunto si este proceso se interrumpe en el momento en el que denominamos algo, conscientemente, como necesario, e impidiendo desde ese momento que podamos desecharlo.
Y, sin embargo, como apunta Hawkins, para poder progresar en el mundo de hoy, cambiante a ritmos acelerados, necesitamos aprender a un ritmo incluso mayor, adaptado a todo lo nuevo que surge y cambia de forma sin cesar. Los distintos elementos disruptivos ya presentes en nuestro mundo (longevidad extrema, inteligencia artificial, conectividad global… según el informe del Institute for the Future sobre habilidades para el trabajo en el 2020) harán que sea necesario.
¿Dónde están, entonces, las iniciativas encaminadas a mejorar nuestra capacidad –la de niños y mayores– de aprender?
Propongo un primer paso que quizá nos sirva si lo probamos dos o tres veces. A partir de este momento, en nuestros equipos, reflexionemos juntos sobre nuestros procesos, cómo nos relacionamos, cómo tomamos decisiones, cómo conducimos nuestras reuniones, cómo nos comunicamos –entre nosotros y con los de fuera-. Comencemos a dedicar algo de tiempo a evaluar –cognitiva y emocionalmente- cómo hacemos lo que hacemos y a aprender de qué y cómo lo hicimos y qué haríamos distinto en la próxima ocasión. Desarrollemos nuestra capacidad de observar los procesos en marcha (y nuestra propia actitud) al mismo nivel con el que evaluamos resultados y contenido.
Estoy convencida de que comenzaremos a aprender mejor y más rápido.
Para los que quieran ponerlo en práctica, el doble círculo de aprendizaje de Argyris & Schön.
¡Feliz semana!
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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