La indiferencia ante el dolor ajeno parece que hoy día es un tipismo en los dirigentes de la Sanidad pública de esta comunidad castellana, más concretamente en la ciudad de Salamanca.
Si los grandes médicos que ejercen su profesión en los arcaicos hospitales de la capital salmantina me salvaron la vida hace algunos años (vivo sin páncreas), en estos momentos tengo la sensación de que a los que mueven la vaina sanitaria les gustaría quitármela (yacer sin querer yacer), en plena lucidez y conservando el mismo cociente (CI) de 145 que a los veintitrés años, cuando con mi pluma comencé a revolucionar el mundo.
“Cada lágrima enseña a los mortales una verdad”, decía Platón. Y mi verdad está marcada por el dolor físico que llevo soportando durante años en los dedos y metatarsianos de ambos pies, principalmente en el derecho, que fue operado el 5 del 10 del 2018 y por el que, debido a los malos resultados, hace diez meses y un día (301 días) fui colocada en la célebre y vergonzosa lista de espera para esa reoperación que no llega (cuando la verdad no es libre…la libertad no es verdadera).
Digamos que la cacareada “ley de transparencia” en la Sanidad de estos pagos salmantinos debe de estar en “posición decúbito supino”, dado que hasta el día de hoy la directiva y jefaturas (?) del centro asistencial universitario de la capital del Tormes siguen haciendo mutis por el foro sobre el tema, en mi sentir sangrante. Diez meses y un día no es moco de pavo, ni tampoco son 140 céfiros, como dice el informe oficial proveniente de la directiva hospitalaria (mentir es decir lo contrario con intención de engañar).
A lo largo de todo este tiempo de espera dolorosa y sin poder caminar, he escrito cerca de cincuenta folios entre reclamaciones, por duplicado, en el Departamento de Atención al Paciente, cartas “pastorales” a la Gerencia, a la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León (en papel) y publicaciones varias en esta revista sanitaria, pero todo ello ha tenido el mismo efecto que una prédica en el desierto (¡viva la “santa transparencia”!), pese a que en mi historial clínico figura mi condición de insulinodependiente por carecer de páncreas.
Así, con “sobresalto testicular”, hace unas semanas me llegó una pequeña misiva (de siete líneas y muchos espacios en blanco), de la Gerencia de Hospitales, en la que observo la “fuga” de sintaxis, participios pasivos y otros, apostillando que “aún no hay nada programado” (en mi lengua vernácula quiere decir: “si te molesta, te compras una orquesta”), después de 301 largos días en la cola de la espera de lisiados (?), pero con un proletario andador. Hoy, en la situación en la que me encuentro, y viendo que lo que prima es el “mal de la indiferencia”, solo cabe pensar que estoy “condenada a la eutanasia” en plena lucidez. Y aunque parezca grandilocuente, siempre he investigado la vida, y desde que pasé por el trance del cáncer de páncreas, también he investigado la muerte, que para mí es el fin…por mucho que algunos se empeñen en seguir vendiendo parcelitas para el cielo. Reivindico el derecho a la vida: No se puede decir que aman a Dios y golpear tan cruelmente al prójimo.
Por lo metódica y ordenada que he sido siempre en mi vida, me he visto en la necesidad de repasar uno de mis cuatro libros publicados, donde está escrita mi historia y he detenido la mirada en los treinta y tres años (33) que llevo cotizados a la Sanidad pública de este país donde nací, donde me culturicé, donde he luchado con uñas y dientes para no tener que volver nunca la mirada hacia atrás, que es signo de decadencia. Así he podido comprobar que ya son casi trescientos mil (300.000) los euros que he pagado en ese concepto, a lo que hay que sumar la plata que ha tenido que abonar la empresa editorial en la que he trabajado, con dedicación exclusiva y libre disposición, durante más de tres décadas. Como se puede apreciar, yo el “chapeau” solamente lo utilizo para protegerme la cabeza, en verano y en invierno, y no para esconder dígitos. Confieso que me he dedicado a trabajar mucho, a pagar todos los gravámenes, a escribir de día y de noche y, sobre tod a “medir cráneos” (?).
Quiero puntualizar que la operación anterior, con los malos resultados señalados, se llevó a cabo dos horas después de haber llegado al hospital y con anestesia local (de media pierna para abajo). A los 90 minutos de salir del quirófano, me enviaron a mi buhardilla (?) aún con los efectos de la anestesia “puestos” (siguiendo las normativas de la Sanidad pública de la Junta de Castilla y León). Digamos que poco espacio ocupó mi anatomía (de 49 kilos de peso) en el centro hospitalario de Salamanca. Eso sí, me fui con el buen regusto que deja el trato exquisito, la entrega, la humanidad, tanto por parte de los médicos como de las enfermeras en general que estaban operativos ese día en el Hospital Universitario Virgen de la Vega. Ellos sí han sido y son un referente en mi vida como paciente. Para ellos, todos los Vivas y aplausos en Sol Mayor.
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