Les confieso que esta columna la he escrito y reescrito varias veces; son tantas las cosas que decir, son tantos los hechos y las vivencias de estos días que uno no sabe muy bien cómo centrar los temas.
Comencé escribiendo una dura crítica al Servicio de Prevención de Riesgos Laborales de mi hospital, por la nefasta gestión que está haciendo de esta crisis respecto a las funciones que tiene encomendadas de proteger a los profesionales. Comenzaron reuniendo en el salón de actos, lleno hasta la bandera, a todo el personal del hospital para explicarnos cómo toser y lavarnos las manos en una situación ya de prealerta sanitaria y conociendo que el virus se propaga por “gotitas”.
Así, una tras otra, decisiones desastrosas que debieran ser merecedoras de algún cese. No estaba yo conforme con el artículo y decidí cambiarlo.
Me centré en los datos que poseo sobre el descenso de camas hospitalarias, esa obsesión por disminuir camas para cumplir ratios y tener menos profesionales, de la reducción de trabajadores/as que desde el año 2012 hemos ido perdiendo en Sanidad, de los 15.000 millones en recortes del presupuesto sanitario con la crisis, del adelgazamiento que había sufrido la Sanidad pública, que no era capaz de dar respuesta a las necesidades sanitarias de la población, generando listas de espera interminables y el momento de debilidad que tiene para afrontar una crisis sanitaria como la que nos hemos encontrado.
Tampoco me convencía la línea del artículo, así que la modifiqué de nuevo.
Decidí centrarme en mis compañeros y compañeras. Esos que están al pie del cañón, los que aplaudimos a las ocho de la tarde, reconociéndoles su entrega, los mismos que llevan rogando desde hace días que se les dé equipamiento adecuado para no enfermar, los que de verdad hacen que el hospital funcione, cada uno en su puesto, sin menospreciar a nadie, pues todos somos necesarios. Me preguntaba: ¿quién nos cuida a nosotros y nosotras? ¿Si esta situación se alarga, además del confinamiento en nuestros domicilios, vamos a poder resistir sin cuidados? ¿A nadie se le pasa por la cabeza que es necesario apoyar psicológicamente a los profesionales? ¿Nadie piensa en eliminar las causas de estrés añadido, dando, por ejemplo, protecciones adecuadas a todos? Todo eran preguntas que no tienen respuesta, porque parece que ahora la prioridad es otra.
Al final, mi reflexión era una pregunta, ¿qué lección hemos aprendido? Yo una, la que vengo defendiendo de toda la vida: el sistema sanitario público es lo mejor que tenemos y hay que reforzarlo, nunca desmantelarlo.
Los profesionales de la Sanidad se merecen el reconocimiento que hasta ahora se les ha negado, son un valor indispensable. La sociedad debe ser más solidaria y apoyar al más débil, nadie estamos libres de nada, un bichito puede cambiarlo todo en un momento en nuestras vidas.
Vamos a salir de esta todos juntos, como dicen los eslóganes, pero el día después no va a ser fácil; confiemos en que las decisiones que se tomen sean las adecuadas para que las consecuencias de esta crisis no dejen a nadie tirado en la cuneta. Al final me ha salido una columna de opinión “de todo un poco”.
Que tengan buen confinamiento en sus domicilios.
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