Me llamo Abraham Montes de Oca y ésta es mi historia. Aunque nací en Barcelona, ya que mis padres no encontraban trabajo en mi tierra, me crié entre Alcalá de los Gazules (Cádiz) y San Pedro de Alcántara (Málaga), y desde 2006 soy esteponero como el que más. Hijo de una familia trabajadora, residía en un barrio de viviendas de protección oficial en el barrio de El Arquillo, en San Pedro de Alcántara.
De pequeño siempre fui un niño gordito, y cuando alcance la pubertad empecé a practicar kárate, primero para bajar de peso y hacer un poco de ejercicio y segundo, para sentirme un poco más seguro en el barrio donde vivía, ya que era muy fácil encontrar problemas allí debido a problemática social y marginal que tenían los bloques donde vivía. Pero yo no era igual que los demás chicos de ese barrio, yo no quería problemas, y me refugié en el deporte para apartarme de todo lo malo que tenía la calle.
Empecé a entrenar cada vez más y más, pero mi físico seguía siendo corpulento, por decirlo de alguna manera, hasta que acudí a mi primer campeonato de kárate provincial. En el primer combate caí derrotado en apenas un minuto, y con los consiguientes dolores provocados por todos los golpes que había recibido. Al otro día, al llegar al Dojo, lugar de entreno donde se practica kárate, mi maestro fue claro: “Abraham, si quieres competir y conseguir algún resultado, tienes que quitarte 20 kilos de encima.
Y eso hice; empecé a entrenar mucho más, todos los días kárate, tres días gimnasio y dos días salía a correr. Así, durante seis meses. Y entonces llegó la oportunidad: Campeonato Nacional de Kárate Moderno en Bilbao. Pasé todas las rondas y llegué a la final, en la que un competidor de La Rioja me ganó por un punto. Era un buen resultado, pero había que seguir trabajando.
En ese momento había conseguido bajar 15 kilos, de 101 kg hasta 86 kg, pero me había quedado con mal sabor de boca en esa final, así que durante ese año conseguí llegar hasta los 80 kg. Ese año había competido a nivel provincial y lo había ganado todo, así que pude acudir al Campeonato Nacional de Kárate Moderno en Pontevedra. Me inscribí en la modalidad de katas y kumite y conseguí ser campeón en las dos categorías.
Los reconocimientos iban llegando, así como el estrés que provocaba la competición. Deportista del Año durante dos años, varios trofeos en diversas competiciones y, sobre todo, el reconocimiento y el respeto de los demás. En el barrio nadie quería meterse conmigo, era el loco de kárate, y cada vez que salía en la prensa me saludaban como si me conocieran de toda la vida, aquellos matones a los que, cuando era pequeño, todos teníamos miedo.
Seguí entrenando y conseguí quedar tercero en el campeonato de la Federación Andaluza de Kárate; pude haber conseguido mejor resultado, pero aquella competición iba un poco pasado de peso y se notó en el resultado. Después, el título de Kárate Moderno Profesional a ocho asaltos en Pontevedra y con un deportista local. Entrené mucho para aquel campeonato, tanto, que en el sexto asalto estaba visto para sentencia. Gané con facilidad, y supuso un empujón muy grande de confíanza para mí, así que me inscribí en la Asociación de Shotokan Karate España, máxima exponente en el mundo del kárate aquí en España.
Acudí a la Liga Nacional, donde quedé en tercera posición. Se clasificaban para el europeo los dos primeros, pero fue entonces, cuando disfrutaba de unas vacaciones en México, cuando recibí la llamada de mi Maestro: “Gordo, te han seleccionado para el Europeo de Kárate, que se va ha celebrar en Cádiz; en una semana tienes que estar concentrado con la Selección”. Al final, todo el sacrificio, las dietas, las lesiones y todas las horas en los viajes habían tenido sus frutos, pero mi nivel de estrés y presión era también muy elevado, sumado a una mala relación con mis padres, que en ocasiones hacía imposible la misma convivencia.
También la novia, cada dos por tres enfadada, porque entre entrenos, trabajo y competiciones no la veía apenas. Pero llegó el día, y allí estaba en una concentración de la Selección Española de Kárate Shotokan, a punto de debutar como internacional. Pero a dos dias de empezar el campeonato, durante un entreno, estaba practicando con el vigente campeón de Europa, que era español, y desgraciadamente le golpeé debajo del vientre, tan fuerte que no pudo competir. Aunque no sé si fue por eso o no, ese hecho me pasó factura, primero a mí, emocionalmente; me dejó muy mal, todo el mundo me miraba diferente después de lo ocurrido.
Aquel chaval tenía muchas papeletas para poder haber ganado aquel campeonato, y todo el mundo me apuntaba a mí como la causa de que no hubiera podido participar. Después, mi entrenador, cuando llegó a la concentración para poder acompañarnos, mostró una actitud hacia mí muy distante; no sé qué pasaría por su cabeza o qué le contaron los demás, pero mi máximo apoyo en ese momento era él, y no pude contar con su comprensión.
Pero lo peor estaba por llegar. La noche antes se mostraron los órdenes de salida de cada uno por nuestro seleccionador nacional, y a mí se me incluyó en la lista de reserva. Toda la semana allí para, al final, no pelear, a no ser que se lesionara alguien, una faena que me desmotivó muchísimo y que hizo que ese fuera al último campeonato al que asistiría.
Ya estaba cansado de dietas, entrenos, viajes… Aparte, estaba trabajando en dos sitios, y con el dinero que ganaba solo quería disfrutar, así que me tomé ese ansiado año sabático y luego ya veríamos. Entonces conocí a la que hoy es mi mujer, nos enamoramos y me fui a vivir con ella. La situación con mis padres se hizo insostenible, y ya no se podía aguantar, pero claro, empecé a coger peso. Mi nivel de estrés seguía estando, al igual que mis dos trabajos, lo que hacía un poco difícil la relación, hasta que un día se truncó todo. Habían pasado ya seis meses de mi nueva situación, y mi última semana era asfixiante: tres clases de spinning por las mañanas, por las tardes clases de kárate, noches alternas en el hospital y la novia enfadada cada dos por tres porque no la veía.
Una tarde, después de una gran bronca con mi novia, empecé a encontrarme mal. Tenía un hormigueo en el brazo que llegaba a la cara, la pierna la tenía como dormida, y empecé con mucho dolor de cabeza. Tan solo pude llamar a mi novia y llegar conduciendo hasta la puerta del hospital, que gracias a Dios estaba cerca, porque llegué tan justo que los celadores tuvieron que sacarme del coche. No podía ni hablar, y mi coche lo tuvieron que aparcar dos policías que se encontraban en Urgencias.
Me acababa de ocurrir: había sufrido un ICTUS. Yo solo veía a unos y otros correr y decir: “¡Rápido, las primeras horas son las que van a salvar a este muchacho!”. Después de 15 minutos de idas y venidas de médicos, uno de ellos comenta: “¡Hay que ingresarle en la UCI ya! Avisad a la familia”. Creo que es el momento más duro que ha vivido mi mujer, en ese momento mi novia. Los médicos le dieron a ella y mis padres la triste noticia: “Abraham ha sufrido un ictus; tenemos que hacer más pruebas, pero, por lo pronto, vamos a ingresarlo en la UCI para ponerle tratamiento anticoagulante y esperar a ver cómo evoluciona. Pero quiero que sepáis que tiene un 90% de posibilidades de quedarse en las condiciones en la que lo habéis visto. Lamento tener que comunicarles esto, pero ahora mismo es lo que tenemos, no sabemos si tiene un coágulo u otro problema, tenemos que hacerle más pruebas”.
Hemiplejia izquierda, pérdida de visión y audición de la parte izquierda, tenía afectada el habla y uno de mis riñones no funcionaba correctamente. Allí, postrado en mi cama en la Unidad de Hemodinamica, yo, que había trabajado en un hospital, sabía que no eran buenas noticias. Mi estado siguió así tres días sin ninguna mejoría, hasta que decidieron subirme a la planta y allí empezó el triatlón mas grande del mundo.
Quise empezar con la fisioterapia lo antes posible, y tras dar el coñazo varias veces conseguí que me dieran las primeras sesiones, todas ellas sin resultado; seguía sin tener sensibilidad en mi pierna y brazo derechos, aunque el rostro ya estaba algo mejor y mi cara ya no parecía la de Joker.
Ahora puedo reírme de todo eso, pero por aquel entonces no podía ni mirarme en el espejo. Después de ocho días, subió a mi habitación un fisioterapeuta nuevo, nunca olvidaré el aspecto de aquel hombre: pulsera de livestrong, brazos depilados, rapado y de complexión atlética; le pregunte que si hacia ciclismo y me dijo que “también”. Su compañero me decía: “Éste hace de todo, aquí tienes a un verdadero Ironman”. Luego me entere de que tenía ocho ironman y 12 ultramaratones de montaña a sus espaldas, pero en ese momento decía: ¡Qué máquina! Si consigues enderezarme, te prometo que algún día hago uno contigo”. Jajajajajajajaa.
“Escúchame, soy muy cabezón, te vas a poner bien, artista. Eso me dijo él. Aquí empecé, todos los días hacíamos 30 minutos en la cama y luego intentábamos levantarnos de la silla de ruedas y claro, como todavía no podía andar, era imposible. Hasta que un día me pellizcó en un muslo y ¡pude sentirlo! ¡No sabéis qué sensación! Como si me hubiera tocado la lotería. Aquel día hicimos los 30 minutos en la cama y conseguimos ponerme de pie.
Al otro día, Sandro, como se llamaba mi fisio, me dijo: “Vamos, Abraham, hay que entrenar”. ¿Entrenar? ¡Pero si no podía ni ponerme en pie! Dejó la silla en la entrada de la habitación, cerca de la cama; solo tenía que dar cuatro pasos y estaba en ella. “Éste es hoy tu Ironman, tienes que intentar llegar a la silla, yo te ayudo”. Así comencé, después de aquel Ironman vinieron otros, cada vez la silla estaba mas lejos, hasta que un día llegué al mostrador de la planta a pedir los papeles de mi alta médica.
Todavía quedaba mucho por hacer, pero ya tendría que ser yo mismo. Nunca olvidaré lo que Sandro hizo por mí; aquella persona se involucró conmigo porque sabía que había sido un deportista y decía que si le hubiera ocurrido a él no hubiera podido soportarlo. Un hombre que había sido capaz de terminar un Ironman en ocho ocasiones. Aquello me dio mucha fuerza y me hizo pensar mucho, cambiando TOOOOODA mi vida mis hábitos, mi trabajo… Pero lo que no cambié fueron mis ganas por la bicicleta y, ahora, el triatlón.
Después de cinco años, y tras una larga recuperación, me inscribí en la primera prueba de ultrafondo, los 101 km de Ronda, en la modalidad de duatlón. La conseguí terminar en 10 horas y 32 minutos; al año siguiente, de nuevo en duatlón, terminando en 11 horas. Luego vinieron más pruebas de ultrafondo, maratones, medias maratones y, como no, mi primer triatlón, distancia sprint en la localidad de Estepona; el tiempo: 1 hora 45, pero daba igual, era el inicio de mi nueva vida, porque ese primer triatlón coincidió con el alta médica definitiva, la cual me decía que estaba en perfectas condiciones.
Ya estaba listo para conseguir mi sueño, y eso es lo que hice: triatlón olímpico, más distancia sprint, duatlón, más carreras de montaña… Y este 4 de octubre hice mi primer medio Ironman, para este año que viene terminar el Ironman, al que ya estoy inscrito.
El espíritu de superación, sacrificio, estado físico y mental que te da el triatlón no te lo da ningún deporte. A mí, aparte de esto, me dio algo por lo que luchar, me dio un motivo para seguir adelante y no hundirme, pero, sobre todo, me enseñó lo bonito y el fondo verdadero que tiene el deporte.
Me alegro de poder compartir contigo mi experiencia, y actualmente doy charlas sobre ello, ya que soy el delegado en Andalucía de la asociación Freno al Ictus, y créeme, no se sabe más de estos temas porque un 50% de los afectados no lo cuenta, porque no superan la enfermedad; el 40% no se atreve, por las secuelas que les deja, y solo un 10% sale adelante. Soy un privilegiado, y por ello puedo compartirlo con vosotros.
Las cifras que no sabemos:
1. Al año, en España, hay 140.000 casos de ictus.
2. Es la primera causa de muerte en la mujer y la segunda en el hombre.
3. Una de cada seis personas sufrirá un ictus en su vida.
4. Provoca el 30% de la mortalidad y el 40% de la discapacidad.
5. Es la primera causa de discapacidad en el adulto.
¿Por qué la gente no conoce estas cifras?
Según una conversación que tuve con el responsable de la Unidad de Daño Cerebral de Málaga, desgraciadamente la gente que lo supera no puede contarlo por las secuelas, y aquellos que han conseguido que sus secuelas sean las mínimas están tan aterrorizados de lo que han vivido que no quieren volver a recordarlo. Es así de triste, pero el valor se pierde en este tipo de circunstancias; lo difícil para mí y para cualquier afectado no es superar el ictus, es volver a levantarse y seguir hacia adelante como si nada.
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