“He tomado la decisión y no quiero volverme atrás. Anoche me tiró el plato a la cara, y esta mañana ha amenazado a mi hija porque me ha defendido”. Antonia hace tiempo que me confesó que las cosas no iban bien en casa, que su marido cada día era más exigente y agresivo, que la trataba con desprecio y la insultaba frecuentemente.
Ella lo disculpaba entre lágrimas: “Es que tiene mucho carácter”, “está preocupado por la enfermedad de su madre”, “es que a veces yo le provoco, pero él me quiere y las cosas van a cambiar”, “yo todavía sigo enamorada de él… además, están mis hijas”.
Así han pasado años. Cada día que Antonia ha venido a consulta he podido comprobar cómo esa situación se perpetuaba, cómo, en ocasiones, venía exultante, y otras veces no quería tratar el tema. Han sido muchas las entrevistas en las que Antonia ha ido elaborando y aceptando que se encontraba prisionera y que era a ella a la que le correspondía romper esas cadenas. Poco a poco se ha ido empoderando.
La violencia machista es la violencia específica contra la mujer, utilizada como instrumento para mantener la discriminación, la desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres. Es un proceso gradual y sostenido de dominación donde el maltratador va controlando la vida y las acciones de la mujer, usando para ello una serie de estrategias para incrementar la posición de subordinación femenina.
Esta violencia se produce en una relación afectiva, de manera que reconocerla resulta más difícil, y es utilizada por los hombres en el interior de las familias para afianzar su autoridad. Los malos tratos continuados generan una pérdida de autoestima en la mujer que los sufre y se acompañan de sentimientos de indefensión, de inseguridad, y de incapacidad para tomar decisiones y, por tanto, de impotencia para salir de la situación.
Muchas mujeres viven este hecho como un fracaso y es frecuente que minimicen la violencia, incluso llegando a dudar y a responsabilizarse del comportamiento del agresor. Esto sucede porque, en el desarrollo de este proceso, el maltratador alterna fases de violencia con fases de arrepentimiento o falsa luna de miel, y entonces pide perdón, se muestra amable e incluso cariñoso, hace promesas de cambio, asegura que no volverá a pasar… En estos momentos, la mujer ve el lado bueno de su pareja, y refuerza su idea de mantener la relación, porque espera que él cambie o que ella pueda llegar a cambiarlo.
La violencia contra las mujeres se produce en una sociedad que mantiene un sistema de relaciones de género que considera superiores a los hombres sobre las mujeres y que ha asignado diferentes atributos, roles y espacios en función del sexo. Aunque actualmente existe una menor tolerancia social hacia la violencia y los patrones de socialización para ambos sexos están cambiando, hay todavía demasiadas mujeres que soportan un alto grado de violencia en sus relaciones de pareja y en su vida cotidiana.
La violencia machista es un grave problema, no sólo social, político, policial y jurídico; es también un grave problema sanitario, porque, además de ser la principal causa de muerte entre las mujeres de entre 15 y 44 años en todo el mundo (ONU), deteriora la salud integral de la mujer, afectando a sus dimensiones física, psicológica y social.
Antonia ha llegado a este convencimiento y así ha venido a comunicármelo a la consulta. Hoy la veo fuerte, radiante. Su hija la espera fuera para acompañarla. Nos levantamos y nos abrazamos. Entre lágrimas me dice: “Basta. Esto se acabó. Ni una menos”. Y yo le contesto que sí, que ya basta de excusas y de mirar a otro lado, que necesitamos unas políticas de igualdad que respondan al clamor de los millones de personas que salieron a la calle el pasado 8 de marzo, que necesitamos una sociedad feminista en la que las mujeres, y los hombres, luchemos por la igualdad.
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