En los últimos años, el concepto de fetiche se asocia con el de parafilia y, por tanto, con el de enfermedad. Así, conlleva un componente de perversión, algo que se sale de la norma y que socialmente no está aceptado. De ahí que la gente tienda a esconderlo.
El fetichismo se da en muchos grados, desde los más leves, que no generan deterioro o alteración a nivel personal, social o en áreas importantes del sujeto, hasta cuadros que requieren de tratamiento profesional. Por tanto, es difícil generalizar. En algunos casos estaría contraindicado, sobre todo en aquellos que adquieran un carácter exclusivista, es decir, que el fetiche sea la única forma de encontrar excitación sexual. En otros casos más leves podrían ser una fantasía más, que podría incluso enriquecer la relación de pareja.
Para introducir un fetiche en una relación de pareja, depende del tipo de fetiche y de cómo entienda la sexualidad nuestra pareja. Si existe buena comunicación y diálogo en el área sexual, se puede introducir gradualmente, planteándolo como un juego, y nunca con imposiciones.
En el caso de que nuestra pareja no comparta o no entienda nuestro fetichismo, si no es un cuadro patológico no pasaría nada. El fetiche quedaría en el territorio de las fantasías sexuales de cada uno y sería compatible con la vida sexual en pareja. De hecho, es muy frecuente que la pareja no comparta las mismas fantasías y no sucede nada.
Si se volviera violento, cualquier conducta sexual que conlleve violencia física o verbal debe entenderse como un problema mental grave, y esa persona debe ser evaluada y tratada por un experto. Si esto no sucede, las consecuencias pueden ser importantes.
El fetichismo no debe confundirse con otras parafilias en las que la dominación sí es un factor clave, como los casos del masoquismo o del sadismo. El fetichismo se centra en objetos inanimados o en partes del cuerpo no genitales. Este último subtipo sí implica cierta despersonalización, al reducir el objeto sexual a partes del cuerpo, en lugar de a la persona en su conjunto.
Un fetiche, dependiendo del grado y del subtipo, puede introducirse en la dinámica de una relación de pareja siempre y cuando el canal de comunicación sexual esté abierto. Para que llegue a formar parte del repertorio sexual de la pareja, la introducción debe ser gradual y a modo de juego, para luego ir profundizando en dicha práctica, que no debería nunca convertirse en exclusivista. Y si esto falla, será una fantasía sexual más que disfrutaremos en la intimidad.
*Jesús Eugenio Rodríguez Martínez es psicólogo clínico y miembro de Saluspot
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