‘Puedes pensar que estás pensando tus propios pensamientos. No es así. Estás pensando los pensamientos de tu cultura‘ (Krishnamurti).
Es fácil, creo, no darse cuenta de qué es lo que realmente pensamos, o cómo lo hacemos, de dónde viene y por qué pensamos así… Pocas veces nos paramos a pensar en cómo pensamos, en cuál es nuestro proceso individual y colectivo.
Esta maravillosa y sesuda cita me sirve para introducir la no-conversación que nunca surgió en alta voz, durante un gran encuentro titulado ¿Necesitamos resetear España?
Hablábamos del ecosistema emprendedor, del gran cambio que España había experimentado, de las posibilidades y potencialidad del país, de las dificultades de financiación para los emprendedores, del acceso a la financiación, de la comparación de ratios de capital riesgo/capital emprendedor entre países (6 euros per cápita en España frente a 10 euros en Europa, 70 euros en US y 142 en Israel)… Se sucedían historias de éxito emprendedor desde el esfuerzo, todas ellas estupendas.
En muchas de las iniciativas, sobre todo tecnológicas, un factor clave era la competitividad española salarial, referido como bajo coste. Desde la primera a la última vez que oí las palabras me sentí incómoda… pero, sin el coraje suficiente para hacer una pregunta o un comentario al respecto, me limité a apuntar en mi cuaderno: “Me desconcierta este tema del bajo coste, pues ¿no es precisamente el bajo coste uno de los dramas de nuestro mercado laboral actual?“.
Creo que mi incapacidad de preguntar o compartir mi incomodidad, además de a la falta de coraje, se debía también al debate interno entre lo que estaba sintiendo y el pensamiento de nuestra cultura, donde competitivo es algo bueno.
En nuestra cultura la competitividad es buena, útil, nos permite hacer crecer la economía y nuestras empresas y, en otros órdenes, ser mejor que, alcanzar status… Y a la vez la sentí como arma de doble filo. Buena para algunas cosas, pues al ser competitivos podemos generar empleo que de otro modo quizá no se generaría, e innovar, y progresar… Y, al mismo tiempo, dependiendo de la cualidad del bajo coste (qué posibilita y qué no), quizá no tanto para otras.
No ha sido ese el único momento en el que empiezo a tener que reflexionar sobre cosas buenas, según los pensamientos de mi cultura. En el año 2006, de compras en un outlet norteamericano, me regalé dos twin set (jersey+chaqueta) de verano de Anne Taylor al gran precio de unos 15 o 20 dólares por cada set. Recuerdo el breve y fugaz pensamiento que entonces tuve: “Si esto se vende aquí a este bajísimo precio y yo puedo acceder a ello, alguien ha pagado un alto precio (valga la redundancia) en otro rincón del planeta, porque la firma no está perdiendo dinero con esta venta”. Este pensamiento, en apariencia desterrado, me ha acompañado desde entonces, con mayor o menor sordina, haciéndome cuestionarme las consecuencias de mis compras.
Traigo estos ejemplos porque creo que ha llegado el momento de ser honestos con nosotros mismos y llamar a las cosas por su nombre. Hay salarios competitivos (es decir, de bajo coste, pero adecuados) y otros que sencillamente no permiten realizar proyectos de vida; quizá éstos deberían tener otro nombre y nosotros, cambiar nuestra actitud hacia ellos… o los pensamientos de nuestra cultura.
Como dicen en Meme Wars… “éste es el proyecto para la nueva generación de economistas: calcular e internalizar todos los costes de nuestra forma de hacer negocio”.
Buena semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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