Una de las grandes falacias de la política liberal es aquella que dice que el mercado se autorregula mediante la ley de la oferta y la demanda. Cuanto mayor sea la demanda de un producto o servicio, mayor será el precio.
Con el tiempo, aumentará la oferta (ya que es un negocio lucrativo), lo que hará que el precio baje de nuevo, alcanzando así un equilibrio. Sin embargo, no es necesario tener grandes dotes de observación para darse cuenta de que nuestro mundo no funciona así: hay trabajos de ricos y trabajos de pobres, y alguien con uno de estos últimos nunca se hará rico trabajando, por mucha demanda que haya de sus servicios.
A veces reflexiono sobre el valor de las cosas: el precio no es más que un concepto abstracto, un acuerdo al que llegamos productor y consumidor. ¿Y en qué nos basamos para atribuirle un valor mayor o menor? ¿Pensamos, quizás, en el coste de su producción, transporte, etc.? Obviamente no, porque queremos quinoa de los Andes a precio de acelgas.
¿Consideramos, a lo mejor, lo que nos aporta como personas? Entonces, ¿por qué no nos importa gastar 50 o 60 € por una cena en un día especial, pero nos parece caro pagar 20 € por clases particulares? En el primer supuesto, lo disfrutarás una noche, mientras que en el segundo es un aprendizaje que te llevas contigo.
¿Pensamos, quizás, en la dificultad que conlleva el trabajo (considerando específicamente el caso de los servicios)? Con las sucesivas revoluciones industriales y tecnológicas, muchos trabajos se han ido degradando hasta desaparecer. Teniendo esto en cuenta, parece lógico pensar que los trabajos mejor considerados y mejor pagados deberían ser aquellos que nunca puedan ser sustituidos por máquinas. Cuando pienso en esto, siempre me viene a la cabeza una labor que es indiscutiblemente humana: el sector de los cuidados, en su mayoría llevado a cabo por mujeres. Esas mujeres que acompañan a los ancianos a dar un paseo o a hacer la compra. Que asean, visten y ayudan a comer a personas con problemas de movilidad. Que cocinan, escuchan y conversan y que, en muchas ocasiones, ofrecen una compañía inestimable.
Se trata de un sector con demanda en aumento, teniendo en cuenta las predicciones de envejecimiento de la población. Y, sin embargo, ¿qué consideración tienen?, ¿y qué retribución económica? Sin duda, de las más bajas de nuestra sociedad. Atender a una persona que lo necesita, y hacerlo bien, requiere de grandes habilidades sociales, de empatía y de humanidad. Es un trabajo física y mentalmente demandante. Es necesario ser ordenado, cuidadoso y amable.
¿Qué tipo de sociedad somos que no reconocemos el valor de los profesionales que cuidan de los nuestros? Con estas líneas, me gustaría dar las gracias a todas esas personas que cuidan a nuestros mayores, a nuestros niños y a todas aquellas personas que lo necesitan. Os merecéis muchísimo más de lo que os damos.
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