“Este tratamiento le iría muy bien, pero no lo cubre su seguro” es una frase que no me imaginaba que tendría que usar en mi consulta. Y, sin embargo, no me he tenido que ir muy lejos de España para que irrumpa con frecuencia en mi día a día.
En Bélgica, el sistema sanitario es público, pero está inmerso en un entramado de colaboraciones público-privadas y copago tremendamente complejo que complica mucho las decisiones tanto para médicos como para pacientes. Con mis colegas belgas suelo hablar llena de orgullo del sistema sanitario español. Cómo casi todo en la vida, es difícil valorarlo cuando lo tienes, cuando para ti es “lo normal”. Pero la Sanidad española está llena de virtudes de las que uno se hace consciente al afincarse en otro país.
Para empezar, es un sistema increíblemente simple para el usuario: todo lo que necesitas es tu tarjeta sanitaria, y con ella puedes pedir cita para tu médico de Familia, ser atendido en Urgencias en caso de necesidad, ser remitido a un especialista, ingresar en el hospital…
Y salvo la compra de medicamentos, el resto lo haces sin abonar ni un solo céntimo. Puedes estar ingresado una semana en un hospital y, al volver a casa, centrarte en recuperarte con la tranquilidad de que no te va a llegar una factura de 3.000€ porque tu seguro no cubría esto o lo otro. En otros países, como en Bélgica, muchos de estos servicios implican una trama burocrática que podría ser el argumento de una temporada completa de Ally McBeal. Y, por supuesto, copago por delante: primero pagas la consulta y luego (tras el papeleo correspondiente) tu seguro te devuelve una parte.
Los médicos no nos escapamos de este infierno burocrático: para la prescripción de muchos medicamentos tenemos que hacer informes específicos, y debemos familiarizarnos con los seguros para no prescribir al paciente medicinas que no estén cubiertas y él no pueda pagar. Hasta para solicitar pruebas hay que tener cuidado con esto: si programas ciertas pruebas en el mismo día, el seguro sólo cubre una (por ejemplo, si el paciente necesita una resonancia magnética dorso-lumbar, hay que programar la zona dorsal y la lumbar en días diferentes (a pesar de la pérdida de tiempo) si no queremos que el paciente tenga que pagar de su propio bolsillo una resonancia magnética que, recordemos, se está haciendo en un hospital público.
Y, sin embargo, la Sanidad española es como ese niño brillante y trabajador al que hacen bullying en el colegio, se ríen de él y le roban el bocadillo en lugar de fomentar el desarrollo de su potencial. A la Sanidad española le han robado ya muchos bocadillos. En la ADSP hemos hablado largo y tendido sobre el expolio y el proceso de desacreditación al que lleva años sometida por políticos que, a pesar de tener en sus manos la posibilidad de mejorar la vida de la gente, solo piensan en su propio beneficio.
Queda mucho por mejorar, y yo todavía tengo esperanza de que se modifique el rumbo, de que se invierta en Sanidad y en investigación y de que el sistema sanitario español público y universal vuelva a ser envidiado en el mundo.
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