“Los países que disponen de una Atención Primaria potente consiguen mejores niveles de salud, mayor satisfacción de la población con sus sistemas sanitarios y menores costes del conjunto de los servicios”. Cuando Bárbara Starfield escribió esto en 1994, la Atención Primaria en España ya había pasado su década prodigiosa.
En los años 80 se habían creado los centros de salud, y los profesionales que trabajaban en ellos y también los que estaban en la administración sanitaria se creyeron los principios básicos que sostenían el ejercicio de la Atención Primaria y actuaron en consecuencia.
El informe Abril (1991) inició una etapa, que no se ha cerrado, de apertura al mercado de los sectores públicos, de privatización de los mismos. Se relegaron, a partir de ese momento, las actividades preventivas y se arrinconó la labor de Enfermería. A pesar de todo, la Atención Primaria ha gozado de gran prestigio en nuestro país y en el resto del mundo y ha sido una pieza fundamental en nuestro desarrollo sanitario.
El auge del hospitalocentrismo, la comercialización de la salud y, sobre todo, la crisis económica del 2008, con sus recortes en personal y la definitiva explosión del neoliberalismo político, han supuesto un golpe muy importante para la Atención Primaria. También la falta de previsión de profesionales necesarios por parte de los sucesivos ministerios y consejerías. Ahora estamos viviendo sus consecuencias.
El deterioro actual de la Atención Primaria es muy evidente, y es urgente tomar medidas para hacer que no se haga irreversible. Es necesario presionar todos, ciudadanos y profesionales, para que la Administración haga sus deberes. Todo el mundo parece de acuerdo en que hay que aumentar ya la financiación y aumentar los recursos humanos para sostener el sistema; también mejorar la situación de los profesionales con contratos basura o poco dignos (médicos de Área) y dar más capacidad de acceso a la tecnología médica desde los centros de salud.
A medio plazo esto no será suficiente, las necesidades de la población no son ahora las de hace 40 años, habrá que repensar cómo abordar seriamente el envejecimiento poblacional, la pluripatología o el cambio en la relación médico-enfermo, mediatizada ahora por el consumismo sanitario, unas desbordantes expectativas de salud y la utilización de las tecnologías de la comunicación.
Lo que no sería soportable es una Atención Primaria en la que sus profesionales se instalaran definitiva y únicamente en la queja. Ésta es necesaria, y también la acción que de ella deriva, pero es necesario, además, que los profesionales de los centros de salud pongan en marcha su poder de reflexión y de imaginación para organizarse mejor, dar el protagonismo perdido a la Enfermería, establecer lazos fuertes de unión con el hospital, volver a la comunidad, hacer continuidad con la atención sociosanitaria, instalarse en las facultades de Medicina para dar a conocer la especialidad entre los alumnos, no olvidar la enseñanza del profesionalismo a los residentes, potenciar la investigación clínica y epidemiológica…
Los viejos rockeros de la Primaria deberán intentarlo una vez más, ahora será necesaria una alianza estratégica con las nuevas generaciones que han llegado, a veces en condiciones más que precarias, a los centros de salud. La pervivencia del sistema público de salud, tal como lo conocemos, va a depender de ello.
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