Nunca hubiera podido imaginar que más de tres décadas después de viajar a Londres acompañando a una colega de profesión para que le hicieran un aborto (con todas las garantías y con 24 horas internada en la clínica después de la interrupción voluntaria del embarazo, y donde uno de los muchos requisitos era haber cumplido la mayoría de edad), en esta España de la Europa descafeinada la “cultura de la muerte” implantada por este Gobierno haya convertido dichas prácticas abortivas en un tipismo más que añadir a la pandereta y castañuelas.
En aquella experiencia, como acompañante solidaria, pude darme cuenta de muchas cosas, entre ellas los efectos secundarios que se manifestaron con una tristeza inmensa en una joven periodista que pasó de la alegría de vivir a la apatía más absoluta y que tuvo que permanecer casi un año de baja laboral, convencida de que el ayer ya nunca volvería a ser un país lejano donde se hacen las cosas de distinta manera. Un viaje de ida cargado de silencios y un retorno de llanto post aborto por lo que pudo haber sido y no fue.
Cuando digo la “cultura de la muerte” del Gobierno de Sánchez, es… porque no se puede pasar de largo el hecho de que desde el primer momento que el susodicho sentara sus nalgas en los sillones de piel de vaca “loca”, lo primero que hizo fue profanar la tumba de un viejo mandatario español, seguido de la ocultación y manipulación de datos de una peste maldita cuando ya se había llevado a la “otra orilla” a centenares, a miles, de pobladores que murieron como perros callejeros porque no había material de protección ni siquiera para los sanitarios que cayeron como si estuvieran en un campo de batalla.
En junio del pasado año, el señor Pedro tuvo a bien aprobar la Ley Orgánica de Regulación de Eutanasia a la que han tenido la desvergüenza de llamar “muerte digna”. Eso sí, hasta para mandar a los enfermos con Alá, cada uno tiene que pagar por anticipado 535 euros (si tienen más de 60 años) y los jóvenes 267 euros (pagar para que te maten). Sinceramente, yo ya no tengo sinónimos, ni personales, ni el diccionario, para calificar a esta gente carente de ética, de moral, de conciencia y de principios. Desde acá dejo claro mi deseo de permanecer viva… hasta que llegue el día del “último viaje” de manera natural.
Y en esta primavera del año 2022, los españoles no hemos tenido ni rosales en flor ni lirios del campo, sino el principal cambio en la Ley del Aborto dirigida a las niñas de dieciséis años que podrán interrumpir el embarazo sin contar con el permiso de sus progenitores (otro bis a la “cultura de la muerte”). Un cambio que tira para atrás las reformas que hicieron los anteriores gobiernos del país. La secretaria de Estado de Igualdad ha subrayado que “con la vía verde de la nueva Ley de Aborto hay que dejar de infantilizar a las mujeres”. Señora Ángela: Pida cita al oculista y sobretodo al cardiólogo, porque mucho me temo que vos no está bien y necesita terapia, incluso un trasplante porque no tiene corazón.
Lo maravilloso de haber sido siempre una periodista comprometida, una periodista de raza, es que el trabajo realizado, las grandes experiencias vividas en primera línea, está todo recogido en las hemerotecas de los organismos públicos y en el caso personal en la mía privada (más de doscientos mil reportajes escritos y un centenar de documentales para televisión). Es por ello que hoy he podido repasar algunos de los tomos con todos los originales y me he encontrado con la investigación que llevé a cabo a finales de los años ochenta (una jovencita que estaba convencida de que con la pluma revolucionaría el mundo, como Strauss con sus valses), en una época en la que en España el aborto estaba prohibido y solo se contemplaba en los tres supuestos: malformación del feto, estar en peligro la vida de la madre y los trastornos psicológicos de la mujer. Sabedora de que un laboratorio de análisis clínico de la isla de Tenerife (situado en una zona rural y asilvestrada) estaba siendo utilizado por un grupo de médicos para realizar un centenar de abortos los fines de semana, pedí cita (con otra identidad y diferente documentación) para someterme a una intervención de interrupción de embarazo (sin estar embarazada).
En el vuelo desde Las Palmas a Santa Cruz de aquel sábado del mes de abril, pude comprobar que más de la mitad del avión estaba ocupado por jóvenes sin otra compañía que una abultada mochila a la espalda y que horas después pude reconocer en el centro abortista con logotipo de laboratorio de análisis. Durante el tiempo de espera, esta paciente fingida pudo comprobar que cada intervención no duraba más de quince minutos y mientras entraba la siguiente… el médico de turno salía de lo que debía ser un quirófano portátil para fumar un cigarro en el pequeño pasillo.
Como sucediera en el trayecto de Las Palmas a Londres, también en aquel trabajo de investigación descubrí que el silencio de todas las jóvenes que esperaban para abortar formaba parte de una especie de ritual en el que ninguna se atrevía a decir quién era, de dónde venía ni mucho menos la razón que les había llevado hasta aquel lugar, hasta aquella especie de chiringuito montado por cinco médicos, un psicólogo y un enfermero, para dar un paso tan importante en sus vidas. Silencio y tristeza fue todo lo que observé.
¿Cómo logré salir de allí sin ser descubierta? Simulando un mareo con temblores en las manos y posponiendo la intervención para el siguiente fin de semana. En un folio, con logotipo del dispensario analítico-abortivo sabático, me anotaron con bolígrafo la próxima cita, así como el día y la hora para ser atendida la primera sin tener que esperar. Así se practicaban los abortos en la España de finales de los ochenta: en garitos sin ningún tipo de garantías y así han continuado haciéndose, porque los políticos callan, posiblemente porque las cataratas les impiden ver con claridad.
El día que tenía marcado para el aborto (embarazo ficticio) no hubo intervenciones, puesto que a la vez que salía mi periódico a la calle (abriendo con la noticia y un amplio reportaje interior a doble página), un total de siete sanitarios que operaban en el mencionado centro de análisis clínicos eran detenidos por agentes del Cuerpo Nacional de Policía e intervenidos todos los archivos y demás pruebas que constataban las prácticas abortivas de los fines de semana, así como las malas condiciones en las que se llevaban a cabo las interrupciones de los embarazos, en su mayoría agarrados al tercer supuesto de la Ley: “Trastornos psicológicos irreversibles”. Añadiendo: “Todas las mujeres embarazadas que abortaron lo hicieron porque se volvieron locas”.
Mucho me temo que con la veda abierta por el actual Gobierno de España, los “garitos” abortistas van a proliferar como los chinches y que hasta que no suceda una desgracia, nadie va a abrir los ojos, nadie va a separar las bembas para pedir controles e inspecciones exhaustivas, porque una niña con dieciséis años no tiene capacidad para tomar decisiones de estas características ella sola, ni mucho menos para ver que las conciencias de los que hacen las leyes en este país… son verdes y se las comen los baifos. En el ayer y entonces, en el acá y ahora, los Judas siguen existiendo y con más arraigo en un contexto social en el que a todo se le puede poner precio. Lo ideal sería, es, verlo en sí mismo y, dándose cuenta, rectificar. ¡Pero no! Hay prisa por llegar a ninguna parte y para eso se necesita mucha plata. El final, como le sucedió al apóstol traidor, es que el vacío se apodera de ellos y en su vértigo todo es posible.
¿Es cierto que puñetazo viene de puñetero? Unos se nutren de lo que dicen los profetas y otros nos alimentamos de lo que escriben los poetas: ¡Por la cultura de la vida y jamás por la inmoralidad de la muerte!
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