Pero a veces las cosas no son tan sencillas, y este embarazo tan deseado comenzó a complicarse por el hecho de ser gemelar.
Creo que el momento más difícil fue cuando nos dijeron que uno de nuestros hijos tenía un problema. Y ahí empezaba todo…
Por mi experiencia, considero que es muy importante sentirse acompañados por la familia y los amigos, que el personal médico que lleve el embarazo facilite toda la información posible y brinde seguridad a la pareja y poder compartir tu historia con otras mamás que estén pasando o pasaron por esta situación, ya que creo que conocer esas experiencias, en muchas casos, da cierta tranquilidad. Y eso, mantener la calma y estar tranquilas a pesar del momento que se vive al saber que algo no va del todo como debería, es importantísimo.
Los momentos de estrés que las mamás pasamos en el embarazo afectan a nuestros bebés, así que tenemos que hacer todo lo posible para estar tranquilas y ser positivas.
Luego llega el momento del parto. En mi caso fue una cesárea programada en la semana 32 de gestación, ya que en la semana 26 nos confirmaron que uno de nuestros bebés era un CIR III, o sea que presentaba un crecimiento retardado para sus semanas de gestación.
Y ahí fue cuando llegó el momento de separarme de mis hijos en cuanto nacieron, y aunque ya sabíamos que tenía que ser así, fue una parte muy dura.
Solo escuché llorar a uno de mis bebés y se los llevaron corriendo a la Unidad de Neonatos del hospital de Salamanca. Hasta pasadas 24 horas no puede verlos, y conocer a mis hijos llenos de cables, con CPAP y en una incubadora no es un recuerdo bonito. Pero ahí estaban mis pequeños, luchadores y valientes.
Cuando yo recibí el alta, empezó el momento de ir y venir al hospital mil veces al día, o no querer irte de allí aunque te digan que vayas a descansar. Pero eso es imposible… ¡¿Cómo me iba a ir tranquila a dormir?! Porque cuando conseguíamos llegar a casa, seguíamos con la mente y el corazón en el hospital.
Los días allí fueron duros. Mamá primeriza, con mis dos bebés ingresados y sintiéndome culpable de que hubieran nacido antes de tiempo. No sabía ni cómo meter la mano en la incubadora. Pero aprendí y me hice fuerte, por mí y por ellos.
Y allí pasaba el tiempo… Algunos días todo marchaba bien, y otros daban un pasito para atrás. Pero ahí seguían, con ganas de salir de allí y ver el mundo.
Y así fue como, pasados 24 días, le dieron el alta a M. Y se me partió el cuerpo y el corazón. Estábamos felices porque uno de ellos salía de allí, porque estaba bien, sanito. Pero el otro se quedaba allí solito, ¡aunque muy bien cuidado!
Así que si antes pensaba que estaba agotada de ir y venir al hospital, no fue nada con lo que llegaba en ese momento. Pero valía la pena. Las enfermeras me decían que no fuera a la toma de las 21:00 horas, que descansara, y yo solo pensaba que no podía dejarlo allí solito, que se sintiese abandonado, asi que ahí estaba yo todas las noches.
Y por fin, una mañana de junio, le dieron el alta a A. y llegó el momento de salir de allí, olvidar los pitidos de las máquinas, los ruidos y el olor tan particular que hay dentro de la unidad.
Salimos y miramos para atrás a ese pasillo que tantas veces recorrimos, y no pude dejar de pensar en lo afortunados que éramos de poder salir todos juntos de alli, en la cantidad de historias que guardan esos pasillos, algunas tristes, y en lo agradecidos que estábamos con toda la gente que cuidó de nuestros pollitos mientras estuvieron allí, porque fueron nuestros brazos y nuestros ojos.
Y así comenzó la aventura múltiple prematura, todos juntos en casa.
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