Me pregunto si somos conscientes del peligro que supone que en algún momento acabemos acostumbrándonos a la pérdida de vidas humanas en actos de terror. Desde el lugar tranquilo y encantador en el que me encuentro de vacaciones, donde la vida transcurre despacio y sin sobresaltos, uno puede olvidarse totalmente de lo que ocurre más allá de aquí… si no fuera porque más allá tan sólo son entre 1.500 y 5.700 kilómetros.
Un pequeño charco de agua en el océano de nuestro mundo globalizado.
Salimos de viaje la mañana siguiente a la masacre de Niza del 14 de julio, rumbo a Francia. Once días después, hemos podido conocer cuatro horrores más, ocurridos durante la misma semana en Alemania. Al atentado en el aeropuerto de Turquía han seguido los siguientes ataques terroristas de carácter yihadista: Bangladesh (20 muertos), Bagdad (300 muertos y 221 heridos), Indonesia (1 muerto, 1 herido), Iraq (56 muertos, 75 heridos), Niza (84 muertos, 303 heridos)…
El día 15, aunque para mí la pesadumbre era similar a la posterior al ataque de París en noviembre, la sensación al escuchar la tertulia de la mañana que cubría el ataque en Niza no era la misma. El comentario que más me llamó la atención y ligó con mi reflexión fue uno de Rubén Amón en el que venía a decir, entendí yo, que de algún modo estos eventos estaban pasando a considerarse cotidianos, algo que iba a ocurrir en nuestro territorio y cabía esperar… y que lo mejor, claro está, era que no nos ocurriera a nosotros, aunque sería cuestión de suerte.
Aunque me costara creerlo –pensé que mi reflexión sobre la cotidianeidad tendría que ver con la época del año en la que nos encontrábamos, con menos gente en las ciudades, todos en mayor o menor medida pensando ya en las ansiadas vacaciones y, por tanto, no queriendo agriarlas– sentía que tenía razón. Y de la incredulidad (¿cómo podíamos acostumbrarnos en tan sólo ocho meses?), la extraña sensación. Extraña, porque me cuesta que podamos sentir la pérdida de vidas humanas a manos de otros humanos como algo cotidiano, a pesar de que ocurra con demasiada frecuencia y en números elevados, algo que viene sucediendo en muchos países lejos de los nuestros.
En Europa, todavía hoy tenemos menor número de ataques que los que se producen en otras zonas del mundo, y aún así da la sensación de que comienzan a resultar habituales (siempre que no nos veamos involucrados, claro está). Para entenderlo y explicármelo, de alguna manera, tomo prestadas las palabras de Boualem Sansal en su artículo Gare au terrorisme à bas cout!, publicado en Le Monde, quien dice: “El tiempo de la toma de consciencia no ha llegado todavía. Ese día será suficiente una sola palabra para que el miedo y la derrota cambien de campo“.
Bien podríamos leer también este pequeño párrafo sustituyendo “una sola palabra” por “un solo muerto”. Me pregunto cuándo nos pondremos todos juntos a dejar de pensar que estos actos son cosas que pasan más allá, para poder quizá imaginar que pudiera haber algunos elementos relacionados de forma muy compleja con dichos actos que pueden estar en el aquí, a nuestro lado y a los que no estaría de más que comenzáramos a prestarles atención antes de que nos sorprendan (o sorprendan más y peor), como nos ha ocurrido con el referéndum británico sobre la permanencia en Europa.
Con esto quiero decir que creo que necesitamos reflexionar con mayor profundidad sobre el mundo en el que vivimos hoy. Creo que, a través de adquirir mayor conocimiento, quizá podamos poner en marcha acciones que nos permitan, al menos, comenzar a cambiar el curso de los acontecimientos.
Tengo presentes según escribo dos eventos muy diferentes y ambos, creo, significativos al respecto… El punto de inflexión de la sociedad española –de toda– sobre el terrorismo de ETA y la excelente iniciativa de Edward Said y Daniel Barenboim, la West-Eastern Divan Orchestra, donde la música y el conocimiento del otro han reunido, con un objetivo común, a músicos de países árabes y músicos israelíes. Diría que ambos ejemplos son una toma de conciencia profunda con consecuencias.
Los dos han ayudado a muchos a reflexionar sobre lo que “creían que creían” y a comenzar a dar pequeños pasos en otra dirección.
Ojalá seamos capaces de aplicarlo a muchas otras situaciones complejas.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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