Una de las más importantes y complejas es el desarrollo de su sistema visual. Para ello es necesario que el niño presente unos ojos sanos y una vía visual adecuada.
El primer signo que nos ha de alertar es la leucocoria. El nombre de leucocoria proviene del griego leuko-blanco y coria-pupila, y consiste en la ausencia de un brillo rojizo característico que aparece al iluminar la pupila del niño desde unos 30 centímetros. La leucocoria puede estar presente desde el momento del nacimiento o en los primeros meses de vida. Si este defecto apareciera, habría que realizar un estudio oftalmológico tan pronto como fuera posible para descartar, entre otras patologías, una catarata congénita, un desprendimiento de retina o un retinoblastoma (tumor ocular congénito muy poco frecuente pero que no debemos olvidar, debido a su gravedad).
Por otro lado, en niños con ojos aparentemente sanos, hay diversos detalles que nos pueden hacer sospechar que nuestro hijo tiene un defecto en la visión; algunos de ellos son el estrabismo (desviación anormal permanente o intermitente de uno o los dos ojos), la astenopia (nuestro hijo se queja de dolores de cabeza, picor de ojos u otras molestias oculares), la tortícolis (desvía la cabeza para fijar la mirada en un objeto determinado) o la pérdida de interés por juegos u objetos rápidamente.
Estos síntomas nos pueden ayudar a detectar un defecto refractivo,y tendremos que acudir a un oftalmólogo con la mayor celeridad posible. Los defectos refractivos son los problemas visuales más frecuentes durante la infancia y se dividen en: miopía, hipermetropía y astigmatismo. Los adultos también padecemos dichos defectos, no obstante, la importancia de detectarlos y tratarlos durante la infancia es mucho mayor. Si un niño no presenta un sistema óptico que genere una imagen adecuada para que nuestro cerebro la interprete, puede derivar en problemas del aprendizaje visual. Este hecho se conoce como ambliopía, comúnmente conocido como ojo vago, y es especialmente frecuente cuando uno de los dos ojos sufre mayor defecto refractivo que el otro.
Afortunadamente, el tratamiento de los defectos refractivos es muy sencillo y se basa en el uso de gafas graduadas; de esta forma, el sistema óptico ayudado por la gafa producirá una imagen nítida fácilmente asimilable por el cerebro. Hay ocasiones en las que la ambliopía ya está instaurada en uno de los dos ojos y, a pesar del uso de las gafas, la visión no acaba de mejorar todo lo que deseamos. En esta situación será necesario el uso de parches, ocluyendo así el ojo sano y obligando al vago a desarrollar su potencial. El número de horas de oclusión diaria y la duración del tratamiento vendrá determinada por la visión inicial, la edad y la propia mejoría del niño, por lo que se trata de un tratamiento personalizado.
El pronóstico visual de un ojo vago está en relación a la visión máxima corregida en el momento del diagnóstico y especialmente se relaciona con la edad en el momento del diagnóstico. Cuanto más pequeño sea nuestro hijo, mejor pronóstico tendrá, ya que contaremos con más tiempo efectivo de tratamiento y una mayor plasticidad cerebral.
Por lo tanto, aunque creamos que nuestro hijo tiene buena visión y no presente ninguno de los síntomas oftalmológicos previamente descritos, no debemos confiarnos. Durante los primeros años de vida, el pediatra realizará exámenes oftalmológicos y derivará al oftalmólogo en caso de encontrar alteraciones. A pesar de ello, es recomendable una primera revisión oftalmológica entre los 3 y los 4 años. ¿Por qué esa edad? Porque si en dicha primera consulta se detectara alguna patología que había pasado desapercibida, tendremos un margen de tiempo suficiente para combatir dicha alteración (el desarrollo visual se realiza hasta los 8-10 años de vida).
¿Y por qué no antes? A la hora de realizar un examen oftalmológico se necesita colaboración del paciente (la propia toma de la agudeza visual es subjetiva y está sujeta a la concentración que quiera prestar el niño); por tanto, en niños menores de 3 años en los que no haya patología evidente la consulta puede ser poco clarividente. En la actualidad, cuatro de cada 10 niños es usuario de gafas, gracias a ellas podrán mantener un adecuado rendimiento escolar y un correcto desarrollo visual.
* Humberto Carreras Díaz es oftalmólogo y miembro de Saluspot
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