“Otro más”… Simplemente estas palabras, “otro más”, puede que escondan la relación que paulatinamente vamos adquiriendo con estos eventos atroces y crueles que comienzan a sucederse con demasiada asiduidad en los países occidentales y, desgraciadamente, llevan tiempo siendo habituales en los del Medio Oriente.
Carlos Alsina se rebeló ayer diciendo claro y alto, con justa ira, que nada le hemos hecho a Salman Abedi, absolutamente nada, para que premeditadamente decidiera, la noche del 22 de mayo, acabar con o destrozar las vidas de varios de sus conciudadanos. Así es. NADA.
Desde que comenzaran estos ataques indiscriminados, mensajes como los siguientes se repiten una y otra vez: no tenemos miedo, no van a poder con nosotros, nos mantenemos fuertes, todos unidos, paz y no guerra, no nos vencerán, hagamos una sociedad más humana y más justa, escuchémonos de verdad, no nos haréis cambiar nuestro estilo de vida, lucharemos por salvaguardar la democracia, continuaremos disfrutando de la vida, todos somos… París, Bruselas, Marsella, Ankara, Túnez, Londres, Manchester…
Esta mañana, según me dirigía a la oficina del cliente donde teníamos por delante un día intenso, me preguntaba si es cierto eso de que no tenemos miedo. Yo sí lo tengo. Es cierto que no he cambiado radicalmente mi modo de vivir, pero hay determinadas cosas que, conscientemente, evito.
Me he vuelto mucho más vigilante y atenta cuando viajo en transporte público. Paso revista a todos y cada uno de aquellos con los que voy en el vagón. Cada mañana, al regresar del colegio, me fijo atentamente en todo aquel que ronde por las afueras del mismo y no pertenezca a la institución para tratar de memorizar cómo es.
No hace demasiado era suficiente con recibir un mensaje de mi esposo diciéndome que había aterrizado; ahora necesito saber que salió del aeropuerto y llegó a su destino. El cambio de estación de llegada de tren (de Chamartín a Atocha) de mi hijo cuando marchó de viaje me contrarió enormemente. Si puedo evitarlo, no camino por calles en las que los coches tengan fácil acceso a la acera.
Día sí y día también soy consciente de evitar encontrarme en lugares en los que me considero con más posibilidades de ser posible objetivo… Y no me sorprendí demasiado a mí misma al hacerme consciente la semana pasada, según llegaba a mi estupenda pequeña ciudad, del mensaje que mi cerebro me enviaba: “Aquí puedes estar tranquila y relajarte”.
Yo sí tengo miedo. Y creo firmemente que hay más como yo, a pesar de los mensajes que nunca debemos dejar de enviar a los terroristas, ni de repetirnos a nosotros mismos para convencernos.
Lo que más me preocupa no es que yo tenga miedo, sino que el miedo, tan sutil, va calando poco a poco como el orballo en todos nosotros e instalándose en nuestras sociedades sin que nos demos cuenta.
Del miedo en nuestro país, desagraciadamente, sabemos mucho, demasiado.
El miedo se va colando en nuestras vidas casi tan callado como la insensibilidad, esa que –mientras no nos toque a nosotros– en algún momento nos hará decir: “Otro atentado más”.
Trabajemos para mantener nuestra sensibilidad.
Postdata: tan sólo hubo una mención al ataque terrorista durante nuestro intenso día de oficina. Ni siquiera actualizada.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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