Desde que tertulianos de TV se llenan la boca con el tan traído término presunto, todos sabemos que aquí, todos inocentes hasta que se demuestra lo contrario.
Pero hoy me quiero referir a lo inverso, a la presunción de culpabilidad, a tener que demostrar que no eres el culpable de una situación, a esa sensación de indefensión en la que se ve envuelto el personal sanitario y, en mi caso más concreto, el de emergencias.
Empezaremos por el principio. La ambulancia siempre llega tarde (eso es un hecho irrefutable). De acuerdo, los minutos en ciertas situaciones acaban pareciendo horas, pero… ¿es lógico escuchar a alguien que llegas tarde porque seguro que estabas tomando café? ¿Acaso conoce el familiar de turno el protocolo que se sigue para la activación de un recurso? ¿Ya somos capaces de estar en dos sitios a la vez? Pues NO, AÚN NO.
Y aquí llega la segunda fase. Si a cada uno de nosotros nos hubieran dado un euro cada vez que nos amenazan con una denuncia, sé de uno que estaría escribiendo este artículo desde su casa de las Maldivas.
El motivo es cualquiera, da igual, el caso es intentar (digo intentar porque creo que casi nunca lo consiguen) amedrentar al personal.
Ya estamos en el fondo de la cuestión. Ese familiar al que tú, con toda tu educación y respeto, has cabreado, decide poner medidas en forma de denuncia, reclamación o como lo queramos llamar.
Y ahora te toca a ti buscar una explicación razonable de por qué ese amable señor te ha tenido que insultar, e incluso querer agredir. Sí, a eso, se le llama presunción de culpabilidad, porque el jefe de turno, supervisor etc.. no te va a preguntar ¿qué ha pasado?, sino ¿qué has hecho?
Al final, la culpa de que haya tenido que faltarte al respeto es toda tuya, por provocador. No me gusta hablar de mí, pero una de mis quejas fue por preguntar al personal de una residencia por qué se había tenido a una persona dos días con el brazo roto sin trasladarla al hospital (pardiez, qué osadía la mía, me estuvo bien empleada la reclamación, como todas las que recibís vosotros).
La moraleja de todo esto es que el cliente no siempre lleva la razón, y que sólo debe existir la presunción de inocencia, y no la contraria.
Otro día ya hablaré del “yo a ti te pago el sueldo”… que eso sí que tiene tela que cortar.
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