La investigación podría explicar por qué es tan difícil de tratar un cáncer de páncreas, mortal en el 95% de los casos. Desde el inicio hasta el final de la enfermedad tarda veinte años en desarrollarse, en manifestarse. Y también podría conducir a nuevas formas de detectarla y atacarla. A mí, como a muchas personas que ya no están acá, no me dio tiempo a escalar la montaña del cáncer.
“La peor lucha es la que no se hace”, escribió el filósofo alemán Karl Marx. Dentro de unos días, el calendario marcará el octavo aniversario de mi vuelta a la vida. Sí, yo era una persona joven, metódica en todo, periodista de raza que había dado la vuelta al mundo, que había estado presente en las guerrillas más sangrantes de Centroamérica (Nicaragua, El Salvador, Guatemala) y Timor Oriental.
Pero una semana después de regresar del África negra, donde había viajado para investigar a fondo las mafias de trata de seres humanos (que desde hace años vienen operando con barcos nodrizas que dejan a los ilegales en cayucos cerca de las costas de Gran Canaria y del Sur de España peninsular), tuve que acudir a Urgencias del Hospital Virgen de la Vega de Salamanca, con todo el cuerpo lleno de salpullidos y grandes picores. Después de infinidad de pruebas, la médica de Urgencias ordenó el ingreso inmediato.
Agradezco con toda mi alma que aquel día estuviera de guardia el cirujano milagro (Dr. Juan Sánchez Tocino) y que delante de mí no pronunciara la palabra cáncer, ni mucho menos cáncer de páncreas (a mis hermanos sí les dijo la verdad sobre la gravedad de mi dolencia), pues estoy segura de que mi hedonismo se hubiera venido abajo, se hubiera enflaquecido totalmente.
“Las nueve décimas partes de la felicidad se fundamentan en la salud”. Pero para una persona como yo, que nunca había faltado al trabajo, que jamás hasta entonces había presentado una baja laboral, era difícil de entender. Hoy, después de la experiencia vivida, después de haber estado prácticamente muerta y de haber vuelto a la vida, estoy convencida de que la cita de Arthur Shopenhauer es la mejor que una puede aplicarse diariamente.
Dos operaciones, a vida o muerte, en cuatro días, tres semanas en estado de coma y muchas sesiones de quimioterapia… determinaron que las palabras de Heráclito, en cuanto a que los grandes resultados requieren grandes sacrificios, no se despegaran de mí a lo largo de todo el tratamiento: poder es querer. La peor lucha es la que no se hace, aunque muchas veces el destino es tan cruel que se sale con la suya, que te lleva, que te arrastra a la otra orilla para siempre. Quizás por eso, desde muy jovencita he llevado conmigo el revolver metódico con el que poder dar vida a la vida y disparar la bala al destino llegado el momento. Así fue.
Recuerdo con total nitidez la vuelta a casa, después de casi cinco meses de lucha por sobrevivir. Aquel día miré las paredes llenas de títulos, de diplomas, de condecoraciones, de reconocimientos oficiales, de metopas y demás, de los que siempre me había sentido tan orgullosa y que hasta entonces se habían convertido en el epílogo al esfuerzo de toda una vida profesional: más de tres décadas viviendo por y para el verdadero periodismo, el auténtico, el libertario. En aquel volver a empezar me dije: “¡Qué corta es la vida y que poco vale todo esto si, en cuestión de unos días, de unas horas, de unos minutos, quizás, puede desaparecer definitivamente! ¡Qué corta es la vida!”.
De ser un pájaro libre (que nadie me pregunte de dónde vengo y a dónde voy), he tenido que aprender a vivir de manera diferente, sin prisa, valorando las cosas pequeñas, disfrutando del acá y ahora, sin hacer grandes o pequeños planes de futuro… Porque vivir es lo único cierto, y esta sinfonía no puede terminar ni siquiera poniendo en la partitura la doble barra. La victoria no es necesariamente ganar, sino no dejar nunca de luchar, porque es la lucha lo que nos salva.
El tiempo pasará, pero yo no podré olvidar jamás a las personas que me salvaron la vida, como fueron el cirujano Dr. Juan Sánchez Tocino, el oncólogo Germán Martín y la Dra. Concepción Medina. Miles de gracias a todos ellos y a mis hermanos, cuñados, sobrinos y a los compañeros de profesión que siempre estuvieron ahí cuando el sol dejaba de brillar.
Lo importante es lo que se vive, pero lo valioso es lo que se recuerda: Yo les recordaré siempre.
Y porque solo se vive una vez, hoy insto a las nuevas generaciones, a esos elementos que hacen oídos sordos a las recomendaciones médicas en cuanto a tomar las máximas precauciones para evitar los contagios de esta peste maldita que en muchísimos casos desemboca en muerte (en España ya son más de ochenta mil muertos), que se pongan en tratamiento psiquiátrico para intentar curar sus cerebelos marchitos, porque solamente las personas descerebradas son capaces de actuar, premeditadamente, de una manera tan incívica, tan cruel, tan inhumana como lo están haciendo. La amoralidad de este Gobierno no puede ser, bajo ningún concepto, una justificación, una disculpa, para matar al resto de los españoles que queremos vivir.
¿Cuántas personas de nuestro país, con otras patologías graves, han muerto porque no han podido ser intervenidas a tiempo, consecuencia del overbooking tan tremendo que hay en los hospitales por el denominado coronavirus?
Muchísimas, aunque el número y las circunstancias no se mencionen, se silencien.
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