Dos años dando leña al Ministerio de Sanidad por retirar de las farmacias la vacuna de la varicela y justo cuando se consigue, no sólo que los padres recuperen su derecho a decidir, sino que hasta el fármaco entre en el calendario vacunal de forma gratuita, estalla la polémica sobre la seguridad de las vacunas a raíz del caso de difteria en Olot.
Me sorprende descubrir el alto porcentaje de progenitores que decide no inmunizar a los pequeños en aras a preservar su salud futura y pensando sólo en nocivos efectos secundarios si se administra el antídoto. Y me equivoco al creer que éste se trataría de un caso aislado, porque incluso entre el personal sanitario es frecuente, cuanto menos, el beneficio de la duda ante determinadas inmunizaciones.
Mi opinión al respecto es que, a pesar de que la libertad siempre debería prevalecer, lo cierto es que alguna medida habría también que tomar para impedir que una decisión personal ponga en peligro al resto de la población, resucitando bacterias y enfermedades erradicadas hace décadas, al menos en las sociedades occidentales.
Sé que no es un asunto fácil. Que no se debería discriminar a un niño por culpa de la decisión de sus padres; pero no sé hasta qué punto se debe permitir que virus y bacterias campen a sus anchas por el simple hecho de que existan dudas.
Me parece tan descabellado que alguien ponga en peligro la vida de su propio hijo que hasta he dudado de mi decisión personal de llegar a pagar, incluso, por algunas de las vacunas que le han administrado al mío. Debo decir que confío ciegamente en la Agencia Española del Medicamento y que en ningún momento me llegué ni siquiera a plantear si inmunizar a mi pequeño tendría efectos secundarios. Sinceramente, pensaba que ese debate estaba ya superado y que las teorías de la conspiración sobre las inoculaciones son coto exclusivo de los guiones cinematográficos.
En todo caso, y como casi siempre, la única solución sólo puede venir de la mano de la investigación; de estudios serios y fiables sobre el riesgo/beneficio de las vacunas. Claro, que si eso lo pagan las farmacéuticas, que son las que tienen la pasta, igual ya volvemos a ponerlos en duda; y como ya se sabe que el Gobierno no está muy por la labor de financiar nada que huela a laboratorio o ciencia, pues volvemos al inicio y que cada uno haga de su capa un sayo.
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