La gota, conocida como la enfermedad de reyes durante siglos por estar asociada al consumo de alcohol y otros hábitos de vida poco saludables, ha sido una enfermedad minusvalorada por la falsa creencia de que no tenía consecuencias graves. Sin embargo, recientes estudios demuestran que es una de las enfermedades que más ha aumentado su incidencia en el siglo XXI en países desarrollados, lo que ha despertado las alertas de especialidades como Reumatología y Nefrología, que advierten de su influencia en la mortalidad prematura.
Según Fernando Pérez-Ruiz, doctor en Medicina y Cirugía y jefe de grupo de investigación del Instituto Biocruces, la gota grave aumenta dos veces el riesgo de mortalidad prematura, una cifra que coloca esta patología cerca de la diabetes, que la aumentaría en cuatro veces, y el consumo de tabaco, que lo haría en tres. “Es una enfermedad frecuente que consume recursos sanitarios, sociales y personales, y que se asocia a un aumento del riesgo de mortalidad y procesos cardiovasculares”, subraya el doctor Pérez-Ruiz.
También es importante destacar, según el doctor Pérez-Ruiz, que el paciente de gota sufre mucho: “Suelen estar estigmatizados por considerarse una enfermedad auto infligida, no reciben la información adecuada y, en la mayoría de los casos, desconocen que se pueden beneficiar de tratamientos que hacen desaparecer los síntomas de la gota y evitan su progresión”.
Formación de cristales de urato en los tejidos
La gota es una enfermedad crónica que se caracteriza por la formación de cristales de urato (sal de ácido úrico) en los tejidos, sobre todo en articulaciones, tendones y ligamentos. El incremento de su prevalencia en los países occidentales se debe al aumento de la longevidad, aunque faltan más estudios epidemiológicos que ayuden a dibujar un mapa más exacto de la enfermedad, según el doctor Pérez-Ruiz.
La elevación del ácido úrico en sangre; factores genéticos como la mayor o menor capacidad para eliminarlo por el riñón o el intestino; una dieta poco equilibrada, algunos medicamentos y otras patologías como la enfermedad renal crónica pueden provocar la aparición de esta enfermedad que, en contra de la creencia más extendida, “en la mayoría de los casos no es una enfermedad auto provocada, y puede no dar síntomas de forma habitual. Los pacientes solo son conscientes de que padecen gota cuando sufren los llamados ataques caracterizados por episodios agudos de inflamación, o cuando se producen lesiones en las articulaciones o síntomas persistentes, lo que se denominan gota crónica”, explica el reumatólogo del Hospital Universitario Cruces.
Esta relación tan estrecha con la enfermedad renal hace que la colaboración entre Reumatología y Nefrología sea fundamental en su tratamiento:“La enfermedad renal crónica afecta a casi el 10% de la población. Hay que tener en cuenta que esta enfermedad condiciona fuertemente la elección de los fármacos y las dosis empleadas en el tratamiento de la gota debido a la alta toxicidad renal de algunos de ellos, por lo que el papel del nefrólogo es muy importante”, asegura el doctor Gorka García Erauskin, jefe de Sección del Servicio de Nefrología del Hospital Universitario de Cruces y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco, quien aboga por más formación y actualización de estos profesionales para garantizar una atención correcta al paciente.
Hacia la terapia personalizada en pacientes con gota
La falta de control sobre la enfermedad así como la falta de adherencia a los tratamientos provoca ataques de gota cada vez más frecuentes e intensos, afectando a un mayor número de articulaciones y con aparición de lesiones irreversibles, según el doctor Pérez-Ruiz, quien recomienda diseñar un tratamiento basado en “diana terapéutica” tal y como se hace con la presión arterial, los niveles de colesterol o de hemoglobina-glicada en la diabetes: “En pacientes con gota se recomienda mantener los niveles de urato al menos por debajo de 6 mg/dl y al menos inferiores a 5 mg/dl en los casos más graves”.
En la actualidad, los nuevos tratamientos se centran en eliminar el ácido úrico por el riñón, combinando esta acción con la de los medicamentos que reducen su formación, una perspectiva novedosa que, según los profesionales, dibuja un escenario prometedor para estos pacientes en un futuro próximo.
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