La COVID-19 ha traído a los partos las mascarillas –dan a luz con ella incluso las embarazadas que no tienen el virus– y se ha llevado los besos. “¡Claro que los echamos de menos!”, dice a SINC Marcos Cuerva, ginecólogo en el Hospital La Paz (Madrid). Pero prefiere ver el lado bueno: lo aprendido en estos meses ha devuelto cierta normalidad a los paritorios: “Respecto al inicio de la pandemia, las cosas han cambiado a mejor”.
El desconocimiento sobre las vías de contagio y el impacto de la enfermedad en neonatos propició, en los primeros meses pandémicos, partos sin acompañante, separaciones abruptas entre madre y bebé y más cesáreas de lo habitual, entre otros efectos. Algunas de estas prácticas se corrigieron al constatarse que la transmisión vertical –de la madre al feto– es, cuando menos, muy rara.
El documento de Sanidad sobre Manejo de la mujer embarazada y el recién nacido con COVID-19, en su última versión de junio, afirma: “No hay evidencia firme de transmisión vertical (antes, durante o tras el parto por lactancia materna) del SARS-CoV-2. Hasta ahora, los pocos neonatos analizados de hijos de madres infectadas en el tercer trimestre (hay pocos datos de otros trimestres), han sido negativos al nacimiento, así como los estudios de líquido amniótico, placenta, exudado vaginal y leche materna”.
Ahora de nuevo entran los acompañantes, se fomenta el contacto piel con piel con los bebés y la lactancia materna –con mascarilla–, incluso si la madre está infectada.
Pero ha costado más despejar otras dudas: ¿provoca la infección partos prematuros o más complicados? ¿Más muertes perinatales? ¿Es la enfermedad más grave en embarazadas?
Varios trabajos parecían dar resultados contradictorios. Los expertos consultados por SINC atribuyen las disparidades a conclusiones erróneas o parciales auspiciadas por la escasez de datos. Este fenómeno, que en la pandemia ha afectado a casi todos los ámbitos de la salud pública, genera estrés en las embarazadas: “La gente se asusta mucho cuando lee los titulares”, dice, con una velada petición de prudencia a la periodista, el obstetra Óscar Martínez, del Hospital Puerta de Hierro-Majadahonda (Madrid).
Síntomas leves en la inmensa mayoría
Por eso “el principal mensaje es de tranquilidad. De las gestantes que se contagian, la inmensa mayoría son asintomáticas o con síntomas leves, y no tienen más complicaciones que las sanas”, insiste Martínez.
Solo una minoría de embarazadas con síntomas, aquellas “con neumonía, sí tienen más riesgo de complicaciones, sobre todo si son obesas e hipertensas; pero eso también pasa con la gripe, por eso son población de riesgo”, asegura.
Son afirmaciones basadas en datos del registro español de partos de madres con COVID-19, puesto en marcha a finales de marzo de 2020 con la participación de 45 hospitales españoles, y del que es coordinador Martínez.
Ya lo recogía en junio Sanidad en su documento técnico: “[Los estudios muestran que] la proporción de embarazadas con enfermedad grave es similar a la de la población general y que un gran porcentaje de ellas (más de la mitad) eran asintomáticas en el momento del parto (…); las mujeres embarazadas podrían pasar la enfermedad de forma leve o asintomática, como sucede en alrededor del 80% de la población general”.
¿Más complicaciones? Depende de la gravedad de la COVID
También un estudio publicado recientemente en JAMA, que tuvo en cuenta a unas 3.400 embarazadas en un hospital de Dallas (EEUU) entre los meses de marzo y agosto, concluye que el número de partos con complicaciones o en los que nacieron bebés con problemas “fueron similares” entre las mujeres contagiadas y las que no lo estaban.
Es “una información valiosa para el asesoramiento a mujeres embarazadas infectadas con el SARS-CoV-2, la mayoría de las cuales tendrá síntomas muy leves, pero considerable ansiedad”, afirman los autores del trabajo.
Sin embargo otro estudio del Centro de Control de Enfermedades (CDC, siglas en inglés) de EEUU con datos de casi 400.000 mujeres, con y sin COVID-19, hallaba que las embarazadas con síntomas duplicaban el riesgo de necesitar cuidados intensivos, en comparación con las mujeres del mismo rango de edad que no esperaban un hijo.
Sucede que este informe no tiene en cuenta a gestantes contagiadas sin síntomas, que son la gran mayoría. La muestra incluye mujeres infectadas desde comienzos de la pandemia, cuando solo se hacían pruebas diagnósticas a personas con síntomas. Por tanto, según advierten varios expertos, no debe entenderse por este estudio que todas las embarazadas contagiadas tienen más riesgo de enfermar gravemente.
Importante la vacuna de la gripe
Por otra parte no sorprende a los expertos que la COVID-19 provoque más complicaciones en embarazadas que en no embarazadas de la misma edad: “Es lógico, también ocurre con cualquier otra infección respiratoria”, dice a SINC Ignacio Herráiz, de la Unidad de Medicina Fetal del Hospital 12 de Octubre (Madrid).
“Por eso es tan importante que las embarazadas se vacunen de la gripe. Las razones son múltiples: el estado inmunológico del embarazo favorece las infecciones, la gravidez dificulta la expansión de los pulmones, el gasto de oxígeno es mayor… Y, por tanto, las embarazadas están más expuestas a complicaciones respiratorias”, añade Herráiz.
¿Más partos prematuros?
Las estadísticas sí indican que la COVID-19 aumenta la prematuridad de los partos. Pero, de nuevo, esa es una conclusión de trazo grueso. Los partos prematuros espontáneos no han aumentado, solo los debidos a la intervención médica por gravedad de la paciente con COVID-19. “En los casos graves se provoca el parto. Es complejo establecer relaciones de causalidad, aunque haya aparente asociación”, recuerda Herráiz.
Los datos del registro español le dan la razón: “La explicación [para el mayor riesgo de parto prematuro de las pacientes con COVID-19] es la necesidad de finalizar el embarazo por enfermedad materna, como preeclampsia grave y neumonía, que sí son más frecuentes en estas pacientes”.
Respecto a las cesáreas, no es indicación para hacerlas la mera infección de la madre, sino su gravedad: “Las cesáreas solo están indicadas si la madre está demasiado enferma como para afrontar el parto”, dice Martínez. Una de sus investigaciones halló que tras una cesárea sí aumenta el riesgo de que una embarazada con COVID acabe necesitando cuidados intensivos.
¿Más muertes perinatales?
Varios resultados publicados en septiembre alertaron de un importante aumento de las muertes intraútero o muertes fetales tardías, posiblemente atribuibles al deterioro de la atención a las gestantes previo al parto. Uno de los trabajos se refería a Nepal, otro a Londres. En octubre, la OMS publicó un informe alertando del fenómeno a escala global, sobre todo en el mundo en desarrollo.
Para tratar de averiguar si en España ocurría algo así, preguntamos a varios obstetras. Las muertes fetales tardías son un dato que recoge el INE, pero las últimas disponibles son de 2019. Los expertos consultados revisaron los datos de sus hospitales (La Paz, Príncipe de Asturias, Clínico San Carlos, Puerta de Hierro) sin encontrar variaciones significativas respecto a otros periodos.
El impacto del confinamiento
Ignacio Cristóbal, del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, conoce la situación en el mundo en desarrollo porque visita Kenia todos los años con la ONG Cirugía en Turkana: “Las diferencias son abismales, con o sin COVID. En países con escasos recursos, si la COVID dificulta (e incluso anula) la escasísima asistencia obstétrica, debemos esperar unos resultados todavía peores de los que tienen habitualmente”.
Pero su vivencia en España es que “se ha mantenido la asistencia obstétrica incluso en los peores momentos”. El Clínico de Madrid la mantuvo “en las épocas más oscuras, allá por marzo o abril, adaptándonos día a día a los escasos conocimientos e intentando actualizar protocolos casi hora a hora”.
“Nuestro registro COVID en embarazadas no indica que se haya incrementado el número de muertes intra o preparto por causa de la enfermedad”, concluye.
Coincide, en general, David Sánchez-Nieves, del Hospital Príncipe de Asturias (Alcalá de Henares), aunque sí advierte consecuencias del confinamiento: “No estamos teniendo partos más complicados, pero sí ha habido disfunciones en la atención a pacientes por dificultad de acceso al sistema sanitario, por diferentes motivos, incluyendo el confinamiento estricto”.
Desigualdad también en los partos
La falta de acceso a la preparación al parto o a matronas en Atención Primaria sí afectó a las gestantes, según Sánchez Nieves, “especialmente a mujeres de bajo nivel socioecónomico o migrantes”. También “tenemos problemas por barreras idiomáticas a pacientes a las que pretendemos hacer control telefónico, y ciertas pacientes tienen miedo de acudir al hospital a dar a luz por la COVID”, a pesar de que la situación “está organizada y no tiene que ver con la confusión generada inicialmente”.
Múltiples trabajos internacionales han alertado del mayor impacto de la pandemia en mujeres con menos recursos. El análisis del registro español no tiene en cuenta la situación económica de manera directa, pero sí la “etnicidad”, y encuentra que “la proporción de gestantes con COVID-19 es significativamente mayor en mujeres latinoamericanas”.
Todos los expertos, no obstante, coinciden en la necesidad de recabar más y más conocimiento sobre la COVID-19. Y también es unánime una recomendación final: la embarazada debe solicitar atención médica siempre que crea que la necesita, y la opción más segura siempre es parir en el hospital.
¿Reconocen los bebés la sonrisa tras la mascarilla?
En los recién nacidos, la COVID-19 cursa, por lo general, de manera leve. Los primeros resultados del primer registro español de neonatos de madres infectadas, creado el 3 de abril, se publicaron en octubre y recogen los casos hasta el 18 de mayo. Lidera el trabajo Belén Fernández Colomer, del Hospital Central Universitario de Asturias. 79 hospitales de toda España aportaron sus datos; registraron 40 neonatos contagiados de 21 centros hospitalarios.
Ningún contagio se produjo durante el parto, sino después, en el propio hospital o fuera. Las principales rutas de transmisión en recién nacidos, como en los demás grupos de edad, son las gotículas, los aerosoles y el contacto.
El trabajo advierte que, pese a la levedad general de los síntomas, “algunos neonatos, como los prematuros o aquellos con otras enfermedades, pueden verse especialmente afectados por la enfermedad y podrían desarrollar síntomas más graves”.
Lo que ningún estudio demuestra por ahora de manera taxativa es si aprenden los bebés a reconocer las sonrisas bajo la mascarilla y cuándo lo hacen. Las redes sociales rebosan de personas encantadas cuando los pequeños les devuelven una sonrisa oculta tras el tejido, y también de comentarios tristes ante la idea de madres amamantando con mascarilla. Pero la investigadora Vanessa Lobue, especialista en desarrollo infantil en la Universidad de Rutgers (EEUU), aclara a SINC que por ahora no se ha publicado, que ella sepa, ningún estudio sistemático sobre bebés y mascarillas.
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