En la infancia se recibe el 50% de la exposición solar de toda la vida y los niños son más suceptibles a las quemaduras. Con la llegada del verano hay que extremar las precauciones, en especial, en las primeras etapas de la vida, como así aconsejan desde el Servicio de Dermatología del Complejo Asistencial, de la mano de una de sus especialistas, Manuela Yuste.
“Es importante no olvidar que nuestra piel tiene memoria y que la forma de envejecer depende en gran parte de nuestros hábitos de vida desde la infancia”, aclara la dermatóloga del Complejo Asistencial Manuela Yuste, con respecto a los cuidados que deben seguirse frente a la exposición al sol durante las primeras etapas de la vida, es decir, la infancia y la adolescencia. En este sentido, recuerda que el sol es la mayor fuente de energía del planeta, y sin él, la tierra sería un lugar congelado y oscuro, “ya que nos proporciona luz y calor, además de tener un efecto antidepresivo, contribuir a la síntesis de la vitamina D que fortalece los huesos, mejorar la circulación y algunas enfermedades de la piel”, subraya.
Pero ese mismo sol se puede convertir en un enemigo, como insiste esta especialista, “si no aprendemos a protegernos de él de una forma adecuada”, ya que emite una gran cantidad de radiación ultravioleta de distinta longitud de onda (UVA, UVB, Rayos infrarrojos, Luz visible) capaz de dañar la piel a lo largo de la vida, “comenzando por la rojez o quemadura solar que, de forma repetida y, sobre todo, en la infancia y adolescencia, puede inducir en la vida adulta un fotoenvejecimiento precoz que facilita el desarrollo de cáncer de piel y cataratas”, añade Yuste.
Los adultos lo tienen más fácil, pero son los responsables de la fotoprotección de los niños y de la educación de los adolescentes. “Sabemos que en la infancia se recibe el 50% de la exposición solar de toda la vida y que los niños son más susceptibles a la quemadura. Las quemaduras solares en la infancia duplican el riesgo de melanoma”, advierte. Además, hay que tener en cuenta que la piel de los niños, sobre todo la de los bebés, es una piel inmadura, “más delgada que la del adulto, menos cohesionada, más lábil, con menos mecanismos defensivos”. En definitiva, no tiene un efecto barrera tan desarrollado como la del adulto.
No exponer al sol antes de los 6 meses de vida
Los dermatólogos aconsejan que lo ideal es no exponer al sol a los niños durante los primeros seis meses de vida y, si es posible, no llevarlos a la playa durante su primer año. Los niños menores de un año “no deben superar tiempos de exposición solar de más de una hora, si el índice ultravioleta es elevado (mayor de 5)”. Durante este periodo, Manuela Yuste concreta que la mejor fotoprotección es el uso de gorra, sombrero, sombrillas y ropa ligera, “porque su piel es muy vulnerable, con gran capacidad de absorción en el caso de aplicar cremas fotoprotectoras”.
Además, hay niños que tienen mayor riesgo con la exposición solar, “son aquellos de fototipo bajo, es decir, pelirrojos (I) o rubios (II), cuya protección natural es escasa, pudiendo sufrir quemaduras con exposiciones muy cortas”. Asimismo, los niños con pecas son también más vulnerables, “y si además tienen lunares o antecedentes en la familia de cáncer de piel, sobre todo melanoma, es más importante extremar la fotoprotección”. Los lunares aumentan en número en las zonas expuestas al sol y un número elevado supone un factor de riesgo para desarrollar melanoma en un futuro.
Tipo de fotoprotección en los niños
Los fotoprotectores son sustancias que absorben, reflejan o dispersan los fotones, evitando la penetración de la radiación UV en la piel y el daño solar. Además, actualmente se les añaden productos con efecto antioxidante que reparan el daño inducido por la radiación UV (inactivan los radicales libres o reparan el DNA). Según enumera esta dermatóloga del Complejo Asistencial, “existen varios tipos de fotoprotectores, con distinto mecanismo de acción”. En los niños están más indicados los fotoprotectores físicos que reflejan la luz solar, ejerciendo un efecto pantalla y no poseen, o los tienen en baja concentración, filtros químicos. En este sentido, determina que no deben contener perfumes, parabenos o alcohol para evitar su efecto irritativo o sensibilizante (capaz de producir alergia).
Además, deben de tener una buena galénica que permita una fácil aplicación. “Su factor de protección debe oscilar entre 30-50, dependiendo del fototipo más oscuro o claro”. Este número de FP es realmente un multiplicador del tiempo que se puede permanecer al sol sin sufrir quemadura, pero un número elevado de FP no debe alentar mayor tiempo de exposición. Los filtros físicos tienen una acción casi inmediata.
Esta dermatóloga indica que a medida que el niño se va haciendo mayor y su piel más madura, “se pueden emplear fotoprotectores químicos que absorben la luz solar y tardan en hacer efecto unos 30 minutos, por lo que se deben de aplicar con ese intervalo antes de la exposición”. Lo único, tener en cuenta que tienen más riesgo de provocar alergia, “de hecho ya se han descrito múltiples casos de niños con alergia a FP conteniendo octocrileno y otros productos que llevan fotoprotectores con el apellido pediátrico, y su uso está restringido en niños pequeños, pero son más cosméticos y, en general, más usados”. En este caso se deben reaplicar cada dos horas; “esto no se realiza en la práctica real, por lo que es aconsejable usar factores de protección elevados y de amplio espectro que cubran UVB, UVA e IR”.
Existen múltiples presentaciones en crema, gel, loción, spray, resistentes al agua, para pieles atópicas, grasas, etc. “Los que llevan el apellido pediátrico suelen tener excipientes más hidratantes y menos irritantes, pero hay excepciones y no hay que olvidar que el uso de estos fotoprotectores puede ser causa de dermatitis de contacto”, insiste Yuste.
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