Un nuevo biomarcador que se detecta mediante el análisis de plasma sanguíneo podría ser útil para predecir la aparición de futuros eventos isquémicos, como infartos agudos del miocardio, en pacientes con hipercolesterolemia familiar con alto riesgo cardiovascular, según se desprende de los resultados de un estudio realizado por el grupo de investigación de la profesora Lina Badimon y la doctora Teresa Padró, en el Instituto Catalán de Ciencias Cardiovasculares (ICCC), en Barcelona.
El trabajo, que se ha presentado en el Congreso de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC, por sus siglas en inglés) que se celebra del 26 al 30 de agosto, en Barcelona, demuestra que los niveles elevados de microvesículas circulantes (cMVs) se asocian con un mayor riesgo de presentar un infarto independientemente de los niveles de colesterol del paciente.
“Uno de los principales problemas que sigue habiendo en Medicina y, en especial en el área cardiovascular, es que resulta muy difícil poder predecir cuándo un paciente va a tener un evento isquémico agudo ya que los marcadores actuales son poco sensibles”, explica Padró.
Las microvesículas circulantes son como “pequeñas partículas” que derivan de las células y que se desplazan por la sangre. Pueden provenir tanto de células activadas como de células que están entrando en proceso de necrosis o muerte celular. “Todas las células del organismo liberan estas microvesículas en cantidades bajas, pero hoy sabemos que su número está aumentando ante la presencia de situaciones patológicas, como los trastornos aterotrombóticos o la hipercolesterolemia familiar”, añade la doctora.
Además, esta experta detalla que es posible identificar el origen de las microvesículas en función de sus componentes moleculares –como proteínas, RNAs, microRNAs, etc.). “Podemos saber si una microvesícula viene de una plaqueta, de una célula blanca, del endotelio o de un cardiomiocito, por ejemplo, gracias a la presencia de unos marcadores especiales que llevan en la superficie provenientes de la célula madre que las originó y esto también nos brinda información relevante sobre la enfermedad del paciente”.
Metodología
Los investigadores trabajaron con datos de la cohorte SAFEHEART de hipercolesterolemia familiar y analizaron las microvesículas circulantes de un total de 143 pacientes con diagnóstico genético de hipercolesterolemia familiar que les ocasiona una exposición prolongada a altas concentraciones de colesterol LDL y por ello un alto riesgo cardiovascular, aunque sin manifestación clínica de enfermedad en el momento de iniciar el estudio. Un total de 95 participantes desarrollaron un evento aterotrombótico dentro de los tres años de seguimiento del estudio.
El origen celular y el fenotipo de activación de microvesículas circulantes se caracterizaron y cuantificaron mediante técnicas de citometría de flujo con marcaje triple. Todos los pacientes estaban tratados con estatinas, debido al diagnóstico de hipercolesterolemia familiar.
“Estos pacientes estaban súper controlados. Cuando nosotros comparamos los niveles de LDL entre los que sufrieron y los que no sufrieron un evento cardiovascular en estos tres años pudimos comprobar que realmente no había diferencia significativa”, en palabras de Padró, que añade que esto demuestra que realmente este biomarcador “nos permite identificar a aquéllos pacientes que están en un riesgo de sufrir un evento cardiovascular cuando otros parámetros clínicos no nos lo permiten identificar”.
Los científicos analizaron diferentes tipos de microvesículas “y encontramos que aquéllos individuos que en el momento de iniciar el estudio tenían niveles más elevados de microvesículas, sobre todo provenientes de plaquetas y de células leucocitarias, son los que se presentaron un evento clínico en el periodo de 3 años”.
Trastornos emocionales en los infartos
Otro estudio presentado en el Congreso concluye que las enfermedades psiquiátricas y el estrés emocional están fuertemente asociados con el riesgo de desarrollar un infarto de miocardio con arterias coronariasno obstructivas (MINOCA) y empeoran su pronóstico.
La mayoría de infartos de miocardio se producen por la obstrucción de las arterias del corazón causada por un coágulo (trombo) que se produce sobre un estrechamiento (placa de ateroesclerosis) lo que impide el paso del flujo sanguíneo. Pero hay otro tipo de infarto en el que no existe esta estenosis severa, se trata del infarto de miocardio con arterias sin lesiones obstructivas. Este grupo de infartos, más frecuente de lo que se creía y que supone un 5-13% del total, tiene un mecanismo diferente al ataque de corazón habitual: espasmo, disección o rotura de las arterias del corazón, coágulos que se disuelven, daño en las arterias más pequeñas (daño microvascular) o miocardiopatía de estrés (también conocido como síndrome de Takotsubo).
El estudio presentado es analítico y observacional y analizó datos de 63 pacientes consecutivos con MINOCA ingresados en Hospital Universitario de Getafe durante 2 años en comparación con un grupo de pacientes consecutivos diagnosticados de infarto de miocardio relacionado con arterias coronarias con lesiones obstructivas (el infarto habitual). Se registró información específica sobre aspectos sociales que se sabe que modulan el estrés; incluyendo el estado civil, desempleo o trabajando en turno de noche (actualmente o en el pasado). Los hábitos incluían el uso de drogas ilegales o la práctica de deportes. También se incluyeron otras características emocionales como enfermedades psiquiátricas, dolor de cabeza crónico o el reconocimiento del estrés emocional.
“El 29% de los pacientes con infarto de miocardio sin lesiones coronarias obstructivas significativas tenían historia de enfermedad psiquiátrica y casi el 80% reconocían una situación de estrés emocional previa al infarto. Por el contrario, en los pacientes con infarto agudo de miocardio y lesiones obstructivas (el infarto habitual) sólo tenían historia psiquiátrica en el 11% de los casos y de estrés en 30%”, explica el doctor Joaquín Alonso Martín, del Hospital Universitario de Getafe y uno de los autores de esta investigación, cuyo objetivo era analizar la relación de los trastornos emocionales con los MINOCA.
El estudio también halló además que los pacientes con MINOCA tienden a tener más dolor de cabeza crónica (11,1% vs 3,5%). Respecto a los aspectos sociales, paradójicamente, la tasa de trabajo en turno nocturno fue mayor en el grupo obstructivo (32,3 v 65,3%, IC 1,38 a 5,04). Sólo se encontró una tendencia de mayor proporción de personas solteras (13,8% v 5,19%) en el grupo MINOCA, mientras que no encontramos diferencia estadística entre los desempleados (7,7% vs 12,98%). Ni practicar deportes (50,8% vs 51,8%) ni usar drogas ilegales tuvieron diferencias significativas. Durante el seguimiento posterior al MINOCA, la presencia de trastornos psiquiátricos se asoció con una peor clase funcional (71,4% vs 20,0%), tendieron a tener más eventos cardiovasculares adversos mayores (66,7% v 23,1%) y no hubo diferencia en la tasa de readmisión.
Posibles causas
Actualmente no existe información sólida que explique por qué hay una mayor frecuencia de enfermedades psiquiátricas y alteraciones emocionales en los pacientes con infarto y arterias coronarias sin lesiones obstructivas significativas. “Una de las teorías es que podría deberse al aumento del tono adrenérgico (aumento de los niveles de adrenalina) que genera el estrés emocional. La toxicidad por las catecolaminas como la adrenalina (hormonas del estrés) liberadas es una de las posibles causas involucradas en el desarrollo de la miocardiopatía de estrés y también se relaciona con la disfunción del endotelio (capa interna de las arterias), otro mecanismo involucrado en el infarto sin obstrucciones coronarias”, añade el especialista.
Pero como comenta el doctor Alonso, es difícil saber hasta qué punto el hecho de sufrir un infarto actúa como factor desencadenante en el estrés emocional o como sugiere el estudio ya existen alteraciones psicológicas previas en determinados individuos que les hagan más proclives a sufrir este tipo de infarto. “Creemos que son necesarios más estudios en este ámbito a la vista de los primeros datos. Nuestro grupo de investigación en el Hospital de Getafe ha diseñado un nuevo estudio que acabamos de empezar y va a participar en otro de varios hospitales que van a intentar obtener más información sobre este asunto”.
Las personas mayores, las que más tardan en pedir ayuda
Al sufrir un infarto de miocardio agudo, los pacientes ancianos se demoran más en contactar con el medio sanitario que los pacientes más jóvenes. Esta tardanza hasta que se les realiza la reperfusión, el procedimiento en el cual se abren las arterias bloqueadas para restablecer el flujo sanguíneo de nuevo, hace que estos pacientes puedan presentar más complicaciones, según se desprende de un tercer estudio presentado en el Congreso Europeo de Cardiología.
El objetivo principal de este estudio, llevado a cabo entre febrero de 2013 y junio de 2017 y que incluyó a 1.134 pacientes, era analizar los retrasos en la cadena asistencial en la población anciana versus no anciana, ver si estos retrasos eran reales y localizar dónde se encontraba este desfase de tiempo. Para ello, los investigadores compararon el retraso en cada fase de la cadena de asistencia en una cohorte de pacientes del sistema regional de atención al infarto de miocardio en función de la edad y se observó que el grupo de mayores de 75 años era con diferencia el que más tardaba en recibir la reperfusión que se suele aplicar en estos casos.
Como explica la doctora Clara Gunturiz Beltrán, del Hospital Universitario Clínico San Juan y una de las autoras del estudio, “el objetivo es comparar los tiempos de cada una de las fases de la asistencia entre pacientes ancianos y el resto de la población. Se obtiene se obtiene que el mayor retraso en el manejo de estos pacientes se produce desde el inicio de los síntomas hasta el primer contacto médico. Este resultado nos muestra la supuesta raíz del problema y, con ello, resalta la importancia de promover la difusión de la información adecuada acerca de la enfermedad, concienciar a la población de cuándo y cómo pedir ayuda y de la necesidad de hacerlo lo antes posible. Quizás con estas sencillas medidas podamos mejorar la calidad asistencial y los resultados obtenidos en el manejo del infarto agudo de miocardio”.
El principal factor determinante del retraso del tratamiento se debe a un tiempo más prolongado hasta el primer contacto médico después de la aparición de los síntomas. El retraso es aún mayor en los pacientes que van directamente al hospital. Aunque se detectó también una pequeña diferencia en tiempo al realizar el diagnóstico, el gran desfase temporal correspondía a lo que tardaba el paciente anciano en dar parte a los servicios sanitarios.
“En la actualidad sabemos que el paciente que supera los 75 años, aparte de tener un pronóstico peor en el infarto propio de su edad también puede tener un distinto tratamiento. Al analizar cada uno de los tiempos parciales en la cadena asistencial, desde que aparecen los primeros síntomas de infarto hasta que se actúa en la arteria responsable del mismo, encontramos que el retraso más significativo se encuentra en la franja temporal en la que el paciente anciano siente los síntomas hasta que contacta con el medio sanitario, lo que afortunadamente se podría revertir”, indica el doctor Ramón López Palop, jefe de la Unidad de Hemodinámica de Hospital Universitario San Juan de Alicante y otro de los autores del estudio.
Mejorar la comunicación
Como apunta el doctor López Palop, “una de las causas, que podría propiciar este retraso que hemos detectado, es que el paciente anciano intenta no molestar a la familia y, por ello, tolera el dolor pensando que se trata de algo pasajero, evitando así su traslado a un centro hospitalario con todo lo que ello conlleva. Tristemente, también a veces se le resta importancia cuando una persona mayor se queja de un dolor por hacerlo a menudo. Es solo una hipótesis, pero este factor social podría ser un condicionante bastante influyente a la hora de reaccionar ante un infarto en casa”.
Y es que uno de los principales problemas que ocurren con este tipo de pacientes es que no reconocen fácilmente los síntomas de infarto, ya que, por su naturaleza, pueden dar lugar a confusión. En este sentido, el doctor explica: “La gente suele estar familiarizada con el patrón típico del infarto, como un dolor tipo presión situado en el pecho y que se irradia a las extremidades acompañado de una sudoración fría inexplicable. Pero resulta que estos síntomas varían ligeramente en pacientes ancianos. En ellos es más frecuente la sensación de ahogo o disnea y el dolor se suele localizar más en la zona del estómago en vez de en el pecho. Por ello, la tolerancia al dolor es mayor dado que no se asocia con temas cardiacos. Si a esto sumamos lo que hemos comentado anteriormente, todo ello hace que no se active el sistema con la celeridad que debería.”
La solución a este problema pasaría por impulsar campañas divulgativas dirigidas a la población con el fin de mejorar el manejo de pacientes ancianos con infarto agudo de miocardio.
Sobre el infarto agudo miocardio
El infarto de miocardio es la necrosis del musculo cardiaco (o parte de él) por falta de riego sanguíneo y provocado por una obstrucción y estrechamiento de las arterias coronarias. Debido a ello, el oxígeno no llega correctamente al miocardio, no puede producir energía para moverse, y, consecuentemente, mueren las células del tejido que no reciben sangre. Esto puede ocurrir por un coágulo de sangre o el depósito e infiltración de grasas en las paredes de las arterias (aterosclerosis) que se va produciendo progresivamente.
Entre los factores de riesgo para sufrir un infarto de miocardio se encuentran la hipertensión, la diabetes, tener el colesterol alto, fumar o ser obeso y sedentario, todo ello favorecido por una edad avanzada.
Las consecuencias pueden ser tales como la muerte en la fase aguda, sufrir de por vida insuficiencia cardiaca, a veces con congestión pulmonar, arritmias o angina inestable. Si el infarto agudo de miocardio es de pequeña extensión, se puede llevar una vida normal siempre que se controlen los factores de riesgo para evitar una recaída.
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