La pandemia ha dejado cicatrices en el tejido social. Las personas, las familias y las comunidades han tenido que lidiar a diario con las repercusiones de la covid-19. También hemos descubierto que no resulta fácil pasar la página.
Quizás algunos hayan encontrado, en estos tiempos, la oportunidad de oro; pero muchos ciudadanos en España han sufrido las secuelas de la enfermedad en dimensiones que rebasan la salud.
A día de hoy sabemos que la complejidad de este drama se ha manifestado en muchos campos de la vida; dependiendo de la mirada, hemos visto dificultades de orden sanitario, económico, educativo, cultural, psicológico y social, aparejado con la progresiva precariedad, exclusión y sufrimiento que muchos grupos familiares, ubicados en los segmentos más vulnerables, han llevado como una carga muy pesada.
De acuerdo con los datos dados a conocer el pasado miércoles, 23 de marzo, en el Palacio de Congresos Conde Ansúrez de Valladolid, por la Fundación Foessa en la presentación del Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en Castilla y León, el sufrimiento causado por la exclusión social es muy real y sugiere un panorama preocupante para los próximos años. Los resultados de esta investigación alertan acerca de la evolución de ciertas variables que, en su conjunto, indican un aumento en las tasas de exclusión social, reflejando la situación de los grupos más frágiles, para quienes no hay red que les ataje, salvo aquella que la misma comunidad construya para aminorar el impacto de la caída.
En el caso de Castilla y León, por ejemplo, la exclusión social en los hogares llevados por mujeres creció de 17% en 2018 a 25% en 2021. Más de la mitad de los hogares encabezados por una persona de origen extranjero se encontró en situación de exclusión. Uno de cada cuatro jóvenes menores de 30 años ha sido afectado por procesos de exclusión social.
El empleo a lo largo de esta crisis se ha caracterizado por la precariedad, que se ha duplicado y alcanza a más de 79.000 hogares (un 11% del total). Más de 70 mil hogares (7%) sufren por la falta de acceso a medicamentos o tratamientos sanitarios debido a problemas económicos. Pagar el alquiler o la hipoteca de la vivienda es más que un dolor de cabeza. Dadas las características del mercado inmobiliario y los ingresos inestables del grupo familiar, más de 120.000 familias quedan en situación de pobreza severa una vez realizado el pago correspondiente. Durante la pandemia, también se agudizó la brecha y el apagón digital, para dejar al descubierto que éstos afectaron a tres de cada diez hogares en Castilla y León (31%).
La Fundación Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada-Foessa, como la conocemos comúnmente, es una institución privada, sin ánimo de lucro y de ámbito estatal, fundada por Cáritas Española. Foessa nos ha ido dando luces y sombras acerca de las principales tendencias sociales, culturales y económicas que, desde mediados de la década de los sesenta, cruzan la cara doliente de una España que no solemos ver.
¿Qué podemos hacer como comunidad? ¿Cómo aunamos esfuerzos para ayudar en estos tiempos de incertidumbre?¿Qué hacemos con los datos? En primer lugar, los estudios de esta naturaleza aportan no sólo información para realizar un diagnóstico cada vez más ajustado de la situación, sino que también dan pistas para implementar soluciones. Conocer el problema es un paso importante en el diseño e implementación de modelos de intervención que puedan llevar alivio a quienes más lo necesitan.
En ese sentido, el presidente de Cáritas Autonómica de Castilla y León, Antonio J. Martín de Lera, señalaba la importancia de Cáritas para atenuar las repercusiones negativas de la crisis social: “Con relación a los años anteriores, se ha dado un fuerte aumento del número de personas acompañadas por nuestros programas de atención a necesidades básicas, con problemas crecientes de desempleo, ingresos, vivienda y salud mental” (www.caritasalamanca.org).
El equipo de Cáritas y sus voluntarios están ante el reto de mejorar los planes de atención y acompañamiento, cooperar en la puesta en marcha de la protección social; en agudizar la mirada para llegar allí donde la mano extendida es, quizás, el gesto más vital para dar una oportunidad a las personas que se sienten sin derechos y en el último lugar de fila.
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