Desafección: según el diccionario, significa falta de afecto o de adhesión. A pesar que el grado de aceptación de la Sanidad pública por parte de los ciudadanos aún es alto, está bajando en los últimos años; lógico, las medidas político-económicas que se llevan a cabo afectan a la calidad y cobertura de la asistencia.
¿Alguien puede estar conforme, por ejemplo, con las listas de espera tan desmesuradas? La derivación a centros concertados, en vez de potenciar los recursos propios, hace pensar que es abrir un puente a intereses puramente económicos privados; claro, con la justificación de pensar que la Sanidad pública no puede dispensar esos servicios, se vende mejor un producto defenestrado. Pero ojo, los criterios de rentabilidad económica no suelen ir paralelos a la calidad de atención.
Desmotivación: nadie discute que uno de los valores activos que ha tenido nuestro sistema sanitario han sido sus profesionales, excelentes y bien formados, la mayoría con dinero público. Tengo la impresión de que en ellos también está cundiendo el desánimo progresivo: la cantidad de contratos en precario que existen; la incapacidad manifiesta y demostrable de nuestra Administración regional para regular las plantillas (véase el escándalo de las oposiciones a Enfermería); la falta de cobertura de personal en los centros de salud, que hace que se doblen consultas con menoscabo de la atenció; el déficit de medidas y apoyos estructurales….
Es importante un hospital nuevo, pero hay que darle sustancia, y eso lo hacen sus trabajadores, sus programas y, si quieren, sus gestores, pues se puede convertir solo en un hotel, aunque, pensando maliciosamente, se vendería -perdón, cedería- mejor, a pesar de estar construido con el dinero de todos.
El sistema está pasando de ser nuestra madre, a la que queríamos y creíamos, a ser ese patrón que busca rentabilidad y, si no se produce, pues fin de actividad.
Estudien los programas políticos en lo relacionado con la salud (si los hay), y decidan el 20 de diciembre, no hay otra.
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