Voy a aprovechar los desvaríos febriles de la gripe que arrasa esta España nuestra para camuflar unos cuantos improperios contra el Ministerio de Sanidad. O el virus me ha taponado los oídos, que pudiera ser, o de momento no he oído a ningún cargo público del ramo contestar las cifras presentadas por El Defensor del Paciente. Resulta que las negligencias médicas se han disparado en 2013 por culpa de la crisis y los recortes. Ya está. No hay más discusión política posible. El debate es estéril si hay personas que mueren o sufren las secuelas de una mala atención sanitaria por culpa de un Gobierno (los que están en el poder y los que esperan su turno en el banco de la oposición) que prefiere salvar un sistema monetario antes que a sus propios ciudadanos.
La noticia no ha pasado de soslayo. Las principales televisiones, las radios, los periódicos… Vamos, que si fuera mentira, digo yo que Ana Mato ya habría salido (o mandado a uno de sus lacayos) a desmentir la situación o, cuanto menos, a maquillarla. Por si acaso, la dirigente (experta en las lides de hacerse la sueca hasta con su propio marido), ha optado por hacer mutis y oídos sordos y esperar a que campe el temporal. Así que doy la noticia por cierta, como también lo son las quejas de los profesionales que a diario denuncian las miserables condiciones para desempeñar su labor con dignidad.
Podría repetirles las cifras, ya de por sí mareantes, y aunque la propia asociación se muestra cautelosa y califica las negligencias de “presuntas” hasta que los tribunales las demuestren, no me digan que no es indignante enfrentarse al hecho de que una sola persona en este país haya podido perder la vida por culpa de un puñado de euros malinvertidos al dictado de una panda de ineptos que se reparten puestos de gran responsabilidad cada vez que ganan unas elecciones. Ay, si nos cundiera el ejemplo de Gamonal. No haría falta quemar contenedores ni romper escaparates, sólo con organizar turnos para manifestarnos mañana, tarde, noche, madrugada…
Lo malo es que esto, que nos puede pasar a cualquiera, sucede de forma individual y hasta que un colectivo no suma todas esas realidades no somos conscientes de la magnitud de esta situación y del desvarío de un ministerio que propone a los enfermos pagarse las ambulancias, mientras que centenares de alcalduchos gozan de vehículos oficiales que usan para ir a la compra, la peluquería o de picos pardos con las maromas. De los eurodiputados, a los que les pagamos billetes de avión en clase Superior, porque es muy incómodo llevar las piernas encogidas en Turista, ni hablamos. Eso sí, que no cunda el pánico, que Anita ha dicho públicamente que no va a pedir más esfuerzos a la ciudadanía y se cuelga una medalla por renunciar al copago un minuto antes de que el Consejo de Estado le obligara a hacerlo.
Seré muy demagógica, no voy ni siquiera a discutirlo, pero hay tantas partidas económicas de dónde recortar, que atreverse siquiera a tocar los presupuestos de Sanidad evidencia la enfermedad, la ceguera de un sistema político, apoltronado, dicho sea de paso, con nuestro beneplácito.
La gripe cursa con tos y flemas. Desde estas líneas quiero dedicar mi escupitajo más verde y viscoso a Ana Mato, sus secuaces en el departamento, en el Ejecutivo y en el partido, extensible al resto de la clase política que les otorga un cómplice silencio, a sabiendas de que algún día serán ellos quienes tomen decisiones equivocadas que sólo afectan al común de los mortales.
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